Días sin huella
El papel de los medios de comunicación tradicionales, pese a toda la cháchara que les acompaña desde las diferentes redes sociales, sigue siendo el de construir los grandes acontecimientos de la humanidad. Los affaires políticos, los acontecimientos deportivos o lo más destacado de la agenda cultural son la materia con la que trabajan todos los días para modular el tiempo público. Este tiempo público consiguió sustituir hace ya bastantes años al espacio público que configuraban la plaza o la calle, lo que antes fue ágora o mercado; los medios de comunicación son el espacio público en sí mismo. Es decir, son la ciudad, lo que produce este espacio público en el que ahora se participa mayoritariamente a través de las diferentes redes sociales. Lo que se conocía como calle ya no existe como exterior al hogar: cada individuo posee la porción de esa calle que puede albergar dentro de las paredes de su casa. Por lo tanto, tendríamos que añadir que los medios también funcionan construyendo los pequeños acontecimientos de cada individuo, su vida privada. A la hora de tramar el tiempo, de producir cierta impresión de continuidad vital a los individuos ya no les basta con ligar los acontecimientos considerados públicos, sino que necesitan acudir al espacio público para adquirir las herramientas con los que cohesionar los momentos de su vida privada, con los que coser los descosidos de su biografía.
La batalla de solferino (La bataille de Solférino, Justine Triet, 2013) comienza a escenificar este juego cuando la periodista y presentadora de televisión a la que da vida Laetitia Dosch, sale de su hogar para cubrir la jornada electoral del 6 de Mayo de 2012 en la que François Hollande fue elegido como presidente de la República Francesa. En ese momento aparece en escena su exmarido, al que interpreta Vincent Macaigne, uno de los actores del cine francés contemporáneo, con la intención de asaltar su exhogar para ver a sus hijos que han quedado al cuidado de un canguro, y a los que no puede acercarse por orden judicial. El padre hará todo lo posible por conseguir su meta aunque sabe que es ilegal. Ha aprovechado la ocasión perfecta: su exmujer está atrapada por un trabajo que no puede abandonar. Solamente puede controlar su vida privada desde la distancia, desde las calles donde se reúnen los seguidores de Hollande o Sarkozy a la espera de los resultados electores mirando a grandes pantallas gigantes donde ven lo que está pasando en los colegios y las sedes electorales. Todos los protagonistas del filme están ahí pero fuera de los lugares que deberían estar ocupando: la madre en su casa, el padre en la suya, y la gran masa pública actuando y tomando decisiones al lado de una pantalla.
De esta manera queda planteado todo el juego que desarrollará La batalla de solferino sobre tres pilares fundamentales. Por una parte el de la comedia de enredo, donde cada personaje protagonista está muy lejos de esos lugares en los que tendría que estar para resolver los problemas de su vida cotidiana. Por otra, la de la metáfora del juego político de la situación política de Francia y por extensión de cualquier país, dividido entre dos polos perfectamente definidos que consiguen mantener el inmovilismo ciudadano. Y finalmente por otra más, quizás la más interesante de esta película que puede considerarse como puramente banal, que reside en la relación con los acontecimientos históricos que plantea en su fondo a través de lo evocado por el título del filme.
Según ha quedado en los libros de historia, en la batalla de Solferino que tuvo lugar el 24 de Junio de 1859 como último episodio de Segunda Guerra de Independencia Italiana, las tropas francesas y piamontesas derrotaron a las austríacas. La batalla es recordada porque abrió a Italia las puertas de la unidad. Pero también porque fue un baño de sangre tan grande que propició la fundación de la Cruz roja gracias al testimonio que Henry Durant (el primer premio Nobel de la Paz) ofreció en Un recuerdo de Solferino. Sin embargo, la batalla además de propiciar un cambio de mirada sobre la guerra para comenzar a ser considerada desde el punto de vista de las víctimas, también supuso un hito en la capacidad política de los individuos. Como ha apuntado Costantino Cipolla, uno de los mayores estudiosos de la batalla, «Solferino marcó la victoria definitiva del concepto de soberanía popular sobre el de legitimidad monárquica».
La ópera prima que ha firmado Justine Triet, y que fue votada por Cahiers du Cinema como una de las 10 mejores películas de año 2013, evoca las consecuencias de la batalla más que lo acontecido en sí misma. Es decir, se acerca a ese concepto de soberanía que se muestra decisivo para entender nuestro tiempo. No cabe duda de que hoy todos somos soberanos, que podemos tomar cualquier tipo de decisión en cualquiera de los ámbitos de la vida por los que nos movemos. Pero, pese a todo, estas decisiones no tienen ningún tipo de consecuencias en la cotidianeidad. La masa social no es capaz de trascender su indignación y sus deseos ante el presente mediático. Laetitia Dosch no es capaz de que sus hijos se comporten y de que el canguro siga sus órdenes. Vincent no obedece las leyes que le impiden acercarse a sus hijos. Su amigo abogado se muestra impotente para que la expareja llegue a un acuerdo temporal para gobernar la situación que tiene lugar durante todo ese día de elecciones. Y así podríamos continuar enumerando el comportamiento todas las personas y personajes que aparecen dentro de La batalla de Solferino y ver cómo pese a haber cumplido su sueño de llegar a ser completamente autónomos, solo pueden contemplar el escenario y la puesta en escena de su vida desde la distancia.