Como perros salvajes, de Paul Schrader

Libre delirio

Como perros salvajes (Dog Eat Dog, 206) es un noir de serie B, pero es un noir desfasado y desbordante. Tras la frustrante mutilación de su obra anterior, Caza al terrorista (Dying of the Light, 2014) el veterano director se lanza a una obra frenética electrizante. En la obra previa Schrader, guionista y director, trató de elaborar un thriller oscuro, triste, en el que dos antiguos antagonistas se enfrentaban en plena decadencia en un duelo más moral que físico. Dos identidades más semejantes de lo que parecía a priori se lanzaban uno contra otro contemplado bajo el prisma de una fotografía filtrada para trabajar tonos expresionistas y una gama de colores que diera significado a las imágenes (hay que remarcar que uno de los productores ejecutivos era ni más ni menos que Nicolas Winding Refn). El sabotaje de la productora, temerosa de un mal resultado en taquilla, dio lugar en la versión exhibida a un thriller insuficiente que culminaba con el patético enfrentamiento de los dos envejecidos activistas. Dying of the Light carecía de la intensidad de los enfrentamientos entre otros personajes creados por Schrader como los de Toro Salvaje (Raging Bull, Martin Scorsese, 1980) o La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, Martin Scorsese, 1988) o de la deseada exploración cromática y devenía una aburrida búsqueda de un terrorista por parte del agente de la CIA que había sido torturado por él años atrás. Una historia de venganza mil veces vista y a menudo mejor presentada.

Schrader es un veterano y tiene su orgullo. Pese a la irregularidad de sus propuestas en lo que va de siglo no podemos ignorar las estimulantes y olvidadas The Walker (íd., 2007) y The Canyons (íd., 2013), una elegante muestra de las bambalinas de Washington con thriller de fondo en el primer caso, un ejercicio de cinema povera (crowd funding mediante) en ambiente porno en la segunda. Sin embargo no ha tenido un éxito consonante con las obras que, por guion y/o dirección, le confirieran merecida fama. Es por ello que la opción de crear una obra enérgica e innovadora le producía auténtica emoción y es por ello que la censura sobre la misma precisaba un revulsivo. Dog Eat Dog es por tanto el hijo de la frustración y el empeño de un profesional en trabajar nuevos aspectos. A nivel argumental, es el histérico itinerario de tres perdedores, de un fracaso a otro. A nivel formal, se lanza a la experimentación que no pudo ofrecernos en su anterior obra. Tenemos secuencias en blanco y negro, otras en color y muchas en unos tonos saturados, pesadillescos. Desquitándose de tan amargo trago, Schrader se zambulle en una historia a caballo de Lynch y Winding Refn. El enésimo intento de unos ex-convictos tratando de conseguir el gran golpe es el enésimo intento de Schrader por demostrar que mantiene el pulso y el ansia de crear, llevándonos de los Coen a Tarantino.

Schrader nos muestra aquella América que no suele verse en las pantallas y lo hace con retruécanos, hipérboles y resonancias. Drogas, sangre, estupidez y mucha miseria son los ingredientes para un thriller delirante en el que (se nota) disfrutan como buenos colegas director y actores. Nicholas Cage, resarciéndose del fracaso previo, puede exhibirse como a él le gusta en un papel que va de la inexpresiva contención al desmelenamiento, con alucinación incluida para asombro del espectador. Willem Defoe, viejo amigo de Schrader, construye un personaje desaforado, temible, más un ogro que un delincuente. Dog Eat Dog es una oda a la libertad creativa y merece la pena entrar en su juego para disfrutarla.