Gracias a Dios, de François Ozon

Palabra. Perdón. Realidad

Palabra

A la salida de una proyección de Dobles vidas (Olivier Assayas), uno de los comentarios más oídos entre los espectadores giraba en torno al uso “excesivo” de los diálogos, hasta el punto de algunos aseverar que estábamos ante una película “demasiado hablada”. La concepción de la palabra (o su uso exagerado) como yugo limitante en el cine se ha convertido en un lugar común y fácil con el que atacar a toda obra que se apoye en ella. No importa que sea un argumento vago si con él podemos tachar de la lista aquello que nos incomoda (porque sí, los diálogos incesantes pueden ser cargantes); tampoco importa si para el contexto específico de la película (en el caso de Assayas, el mundo editorial) el uso de la palabra podría tener algún tipo de justificación (metafórica, estructural o incluso de coherencia fondo-forma); y, por supuesto, tampoco importa que tales afirmaciones sean muestra de un desdén hacia los creadores, que a menudo esconde una sonrojante holgazanería por reflexionar y pensar sobre lo visto y oído.

No es objetivo de este texto defender Dobles Vidas, pero de la nueva película de François Ozon, Gracias a Dios, bien se podrían oír y leer comentarios similares a aquellos. El film, que recoge los casos reales de agresiones sexuales a menores cometidos por el sacerdote Bernard Preynat, apuesta claramente en su primer tercio narrativo por la palabra como forma y fondo de la película. Mediante la lectura de las cartas que uno de los acosados, Alexandre Guérin (Melvil Poupaud), intercambia con diferentes responsables de la iglesia, Ozon reconstruye el incesante, taladrante y desmoralizador proceso que sufren las víctimas en su intento de búsqueda de redención. El vaivén de problemas que hallará frente a sí, no hacen sino ultrajar (más si cabe) su fe en la institución. Por un lado, se topará con escollos relacionados con los procesos burocráticos y jerárquicos de la iglesia; y, por otro, con el problema de lidiar con una entidad cuya religión (por ende, parte de su base ideológica y conductual) no entiende de tomas de responsabilidades, sino de pedir perdón para ser perdonado (el agresor), y de perdonar ofensas y apechugar con sus consecuencias (el ofendido). ¿Era eso la justicia divina?

Gracias a Dios

Ozon, de manera francamente inteligente, se apoya en la palabra porque la palabra ha sido la base y la mayor herramienta del catolicismo (y tantas otras religiones, sí). La palabra escrita (Biblia) y la divulgación de esta a través de la oralidad forman parte del ADN de las religiones, y por tanto su uso para trabajar una temática que les es afín resulta no sólo adecuada sino coherente. Guérin, convertido ya en adulto padre de cinco hijos, creyente y practicante, simbolizará en Gracias a Dios la búsqueda de justicia dentro de los preceptos marcados por la iglesia. Seguirá los caminos del Señor y confiará en que sus estamentos puedan ofrecerle alguna forma de descanso, algo que no ha logrado encontrar tras las agresiones sufridas de niño. Las palabras, ya sea mediante filigranas escritas en cartas o a través de bonitos discursos orales, son la única herramienta que recibirá Guérin, porque es la única herramienta con la que esa iglesia que tanto respeta(ba) desea tratar las agresiones sexuales de sus clérigos. La palabra como sustitución de la acción (ya sea esta administrativa e interna, comunicativa y pública, o penal); y la palabra como sustitución de la imagen. Así, la palabra le (y nos) desgastará, porque ofrece esperanza pero no resultados; la palabra le (y nos) ahogará, porque promete acciones que nunca llegan; y la palabra le (y nos) matará, porque la palabra sin consecuencia factual es signo de desinterés.

Perdón

Los tres casos que decide seguir Ozon en Gracias a Dios divide la película en tres fragmentos caracterizados por tres personajes de diferentes sensibilidades religiosas, políticas e incluso circunstancias socioeconómicas dispares. Todo ello afecta a cómo cada cual decidirá afrontar la denuncia, no solo a nivel interno sino también en cuanto a las entidades a las que deciden acudir para armarse de valor y apoyo. Decíamos antes que Guérin trata de hallar justicia dentro de la iglesia porque conserva intacta su creencia, pero muy distinto es el caso de François Débord (Denis Ménochet), ateo convencido que decide confiar en los medios de comunicación (incluso con algún intento de márketing extravagante) para llegar a la opinión pública; y, el caso de Emmanuel Thomassin (Swann Arlaud), débil de salud y en una situación económica complicada, que apuesta por la vía penal para encontrar la justicia que desea.

Esa triple visión de la temática nos recuerda al ejercicio que hizo una serie como The Wire, en la que a cada temporada cambiaba la perspectiva a través de la cual se acercaban a las drogas en Baltimore. En Gracias a Dios, Ozon aprovecha las diferencias entre personajes para jugar a ese triple acercamiento. Aunque a medida que la película avance los tres personajes se irán fusionando en la trama, Ozon procura cederle a cada cual su espacio y dota de la personalidad de cada uno a su respectivo tercio. Así, pasamos de la ametralladora oral que es el primer tercio, al dinamismo físico y entusiasta de Débord en el segundo, para virar en el tercero hacia el carácter más pausado y (aparentemente) apocado de Thomassin. Tres personajes, tres formas de acometer la película y tres formas de buscar alguna clase de liberación, que vaya más allá del perdón.

Gracias a Dios

Porque el perdón es el escollo real de este asunto. Bernard Preynat (el sacerdote que abusó de ellos y de muchos otros, y a quien Ozon mantiene el nombre real en su ficción) siempre ha reconocido los actos que llevó a cabo y ha pedido perdón a sus víctimas. ¿Pero qué valor correctivo tiene el perdón sobre las víctimas de agresiones sexuales infantiles, y qué valor correctivo tiene para el propio sacerdote que no recibe ninguna consecuencia de sus acciones? Esta es una de las cuestiones capitales alrededor de las cuales gira Gracias a Dios, y por la que se le agradece a Ozon haber tomado la estructura de tríptico de cara a ahondar en diferentes sensibilidades y situaciones. Porque la acción de perdonar responde a las individualidades, de ahí que el perdón en conflictos sociales sea tan complejo de gestionar (y de eso en España sabemos un rato). En Gracias a Dios, Guérin buscará que Preynat sea retirado de sus labores con niños para promocionar la buena salud de la iglesia como entidad; Débord tendrá como objetivos hacer caer a  las máximas autoridades de la iglesia, entre ellos el cardenal y arzobispo de Lyon, Phillipe Barbarin; y la batalla de Thomassin se centrará en apoyar a las demás víctimas y sentirse por fin apoyado, más que en buscar acciones que le son externas. Ninguno de ellos busca un perdón de su agresor, sino aquello que les fue arrebatado por él, y que en cada uno responde a diferentes tributos.

Realidad

Clasificar a Ozon es una tarea escurridiza si prestamos atención a su filmografía. Ha jugueteado con el erotismo en La piscina y Joven y bonita; apostó por el realismo mágico en Ricky; por el amor en tiempos de guerra en Frantz; por el posmodernismo narrativo en En la casa; por el thriller psicológico en El amante doble; la comedia en Potiche; y hasta se atrevió a guiñar el ojo a Agatha Christie con un whodunit musical en 8 mujeres. La idea inicial de Ozon era dirigir un documental sobre los casos de agresiones sexuales de Preynat, algo tan coherente con su incoherente filmografía, como incoherente con su hasta ahora coherente tendencia al exceso. Todo el trabajo de documentación reunido acabó derivando en la ficción que se acaba de estrenar y que clausuró la Berlinale 2019 con reconocimiento del jurado y ovación del público.

Sin embargo, estamos ante uno de esos casos en que, como decíamos al inicio de este texto, cabe preguntarse si el autor ha claudicado frente al material que expone. En definitiva, si el fondo ha podido con la forma, o si el tema ha ensombrecido al autor. Mantener la dignidad de los protagonistas reales ha sido uno de los objetivos clave que ha llevado a Ozon a controlar su presencia autoral  en la película. Es cierto que quienes busquen su mano creadora, acabarán considerando que el francés se ha vendido a la causa en vez de llevarla a su terreno; pero entre los negros y los blancos existen una gama de grises, y en ese terreno se ha acomodado Ozon.

Gracias a Dios

Es en los elementos estructurales y no tanto de trama donde podremos llegar a ver al Ozon creador. El ámbito de la historia, de lo evidente, queda pegado a la realidad y al respeto hacia quienes han vivido (y aún viven) el proceso de superación de aquellos casos. De ahí que los nombres se mantengan en el plano de la realidad en el caso de los líderes de la iglesia, pero no en el de las víctimas, para quienes se conserva el de pila con apellidos de ficción. Ozon, pues, se reserva un lugar secundario construyendo la bastida de la película en esos tres actos levantados alrededor de sus tres personajes persona. No es que la realidad supere a la ficción, es que la ficción —en este caso— rinde pleitesía a la realidad. Todo un acto de humildad, de un autor que nos tiene poco acostumbrados a ello, gracias a Dios.