China al descubierto
Unas tres décadas después de la masacre de Tiananmen, la nueva China imperial, ese macro estado de nombre comunista y alma capitalista, se debate entre los oropeles de la Metrópolis encarnada por Shanghai y la resistencia de Taiwan y Hong Kong. Un gobierno que recurre a las palabras comunistas para defender el país más capitalista del mundo facilita una industria poderosísima que lanza blockbusters como The Wandering Earth (Liu lang di qiu, Frant Gwo, 2019) o cintas de supremacía estética y política como Shadow (Ying, Zi Mou Yang, 2018).
Hay, sin embargo, otras obras, de menor presupuesto y distribución mucho más limitada que probablemente reflejan mejor la actual realidad china. The Crossing (Guo chun tian, Bai Xue, 2018) reflejaba bien la obsesión por el emblema capitalista más obvio, el iPhone. El lago del ganso salvaje (Nan fang che zhan de ju hui, Yi’nan Diao, 2019) revisita de modo impecable las crónicas negras de Jean Pierre Melville para poner en escena una realidad urbana de lumpen, prostitución y luchas de bandas, sin margen para el heroísmo para unos perdedores que matan y mueren los callejones traseros de una ciudad de provincia. En la excelente La ceniza es el blanco más puro, Jia zhang Ke vuelve a los territorios de obras anteriores para reflexionar sobre el papel de la mujer (la mujer fuerte que antaño reivindicara Yimou) en un contexto social de cambios irreversibles.
Pero, por encima de todas ellas, dos obras han aparecido en numerosas listas del año y han alcanzado puestos elevados en el Top 2019 de Miradas de Cine. Dos obras radicalmente opuestas en su estética, pero sorprendentemente próximas en su ideario. Dos obras que contemplan la China interior, alejada de los rascacielos, su pobreza moral y el desarraigo y desigualdades que sufren sus habitantes. Largo viaje hacia la noche es la nueva propuesta de Bi Gan ambientada en Kaili y trabajada en base a prolongados planos secuencia. Una narración errática, basada tanto en los recuerdos como en los deseos soñados, en historias ajenas o, directamente, en desvaríos, nos lleva de una a otra situación. Su protagonista es un hombre que busca a la mujer que amó, de la que se separó y a la que parece no querer, totalmente, reencontrar. Un deseo que, de modo semejante al contado en Retrato de una joven en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, Céline Sciamma, 2019) parece orientarse más al poético recuerdo del amor perdido que a su recuperación definitiva. Una historia o un sueño, tal vez, que encadena diversos escenarios y situaciones casi sin que nos percibamos del cambio, gracias a la edición y a un rodaje basados en continuos, suaves, travellings. Con una secuencia rodada (innecesariamente) en 3D, Bi Gan reivindica el éxito y la fama que no alcanzo la previa (y magistral, para mi) Kaili Blues (2015). Pero más allá de su brillante estilo, Largo viaje hacia la noche tiene en común con El lago del ganso salvaje y con An Elephant Sitting Still el retrato de una sociedad decadente, corrompida, en la que el dolor de los antepasados, real o imaginario, se reproduce en hijos o nietos. Bandas de violentos delincuentes de tres al cuarto marcando su ley en pequeños territorios llenos de luces de neón, edificios en ruinas, prostitución callejera o sucios talleres son un escenario común, filmado con naturalismo en las obras previas y desarrollado en tono onírico por Bi Gan. El resultado, no obstante, en los tres casos es próximo al de un recorrido documental por los extrarradios de las capitales de comarca rurales.
Y este mismo es, precisamente, el retrato que nos trae An Elephant Sitting Still (Da xiang xi di er zuo) de Hu Bo con su pobreza de medios neorrealista, su textura sucia, rodaje en plena calle y sus actores semi profesionales. Si la atracción de Largo viaje hacia la noche era el plano secuencia en 3D, la notoriedad de An Elephant Sitting Still es, lamentablemente, su singularidad, el hecho de ser la primera y última obra de un autor desaparecido prematuramente. Hay quien considera tal hecho un marketing necrófilo de una obra juvenil de notable factura. Sin embargo, esta historia de perdedores, de derrotados y de condenados no es anecdótica. El acúmulo de desgracias (suicidios, bullying, traiciones y engaños, abuso de menores, asesinatos, corrupción y delincuencia varias) va más allá del melodrama televisivo para acabar constituyendo un durísimo retrato de una sociedad sucia contemplada desde la puerta de atrás. Los continuos acosos que sufre el protagonista y sus azarosos compañeros son tal vez el grito ahogado de gente sin voz en un mundo que pasa por encima de ellos. Pero son dolorosamente coherentes con los retratos mostrados por los otros autores antes mencionados. Esta historia situada en Hebei, un par de provincias más al norte que el Guizou de Bi Gan, es la China que no aparece en las noticias, una China tal vez mucho más real que muchas de ellas.