Gijón, centro del mundo
El planeta es probablemente, la película que con más cariño esperaba el público del Teatro Jovellanos. Por contar una historia rodada íntegramente en Gijón; por abordar problemas gijoneses (como el de sus aguas residuales o su perenne lluvia); y por estar inspirada en dos personajes reales de la ciudad. Leo y su madre están, como toda la urbe, ahogadas por la crisis económica: deambulan por un Gijón semidesierto, con el fondo de locales abandonados, en cierre o en traspaso. Pero ellas, versión low cost de la familia Leguineche berlanguiana, se niegan a aceptarlo. Van a estirar la ilusión de su perdido tren de vida hasta que les sea posible. Por lo menos, hasta que vean en carne y hueso al mismísimo Martin Scorsese recoger su premio Princesa de Asturias, ese contrapunto de una sociedad que vive en otra dimensión. Ya lo canta La estrella de David en Cariño: “A ver, cariño, sabes que soy de otro planeta y que tu mundo es mejor”. Y tanto. Pero el problema es que la entrada a ese lugar está más que restringida. Rodada en blanco y negro, dotada de un sentido del humor indie que queda marcado desde el cameo del director Nacho Vigalondo, es un debut con los problemas de un debut: desajustes interpretativos y ciertos momentos en los que se pierde el tono, pero tiene lo que se le puede exigir a una opera prima para hablar bien de ella: frescura y una visión personal. No es una película millennial más. Tiene cabeza y corazón y la directora sabe lo que se hace. Amalia puede estar tranquila: ha sido profeta en su tierruca.