Es fácil comprender por qué a Schrader le pudo interesar el guion de Desenfocado, tratándose de una historia en la que los valores tradicionales se ven corrompidos por las tentaciones del entorno, uno de los temas inherentes a gran parte de su filmografía, desde Hardcore a El placer de los extraños, pasando por Mishima o, aunque tangencialmente, Rock Star. Tampoco era su primer biopic (al margen de Mishima también Patty Hearst era un guion en parte autobiográfico), ni la primera vez que abordaba un texto ajeno. En cualquier caso, a pesar de tratarse de terreno conocido en múltiples aspectos y del sórdido retrato que ejerce principalmente en su último tramo, sobre todo en la brutal conclusión, no deja de resultar un film decepcionante dentro de su filmografía con, eso sí, unos estimables créditos iniciales con un aire retro televisivo muy de los años 50. Bob Crane (Greg Kinnear), recordado por muchos como el protagonista de Los héroes de Hogan (muy destacables las recreaciones de rodajes, personajes y situaciones de la mítica serie), es el artista elegido para representar un nuevo viaje a través del deseo, la adicción, la corrupción y el rastro de miseria y dolor que deja atrás, un tipo que vive inmerso en permanentes contradicciones: el amor a su mujer e hijos frente al sexo diario con desconocidas; protagonizar El superpapá para Disney frente a interpretar videos porno caseros en los que acaba sucumbiendo su propia identidad sexual. Dicho así puede sonar todo muy profundo y desgarrador, pero el tono del film es indefinido, ligero pero sin comedia, entre otras cosas porque no tiene gracia (tampoco la pretende), drama social pero que no conmueve porque apenas profundiza en la psicología de ningún personaje, no es ya que no se meta en el barro con las mujeres de Crane (que casi no entrarían ni en la categoría de secundarias), es que ni siquiera podemos rastrear muy allá en la mente del protagonista, y esto no es, desde luego, culpa de la esforzada y competente interpretación de Kinnear. Al final, probablemente el personaje más interesante es el John Carpenter (no el director de La cosa, aunque se llame igual) interpretado por Willem Dafoe, que no deja de ser un estereotipo, el de oportunista, vividor, que puede remitir al Bill Hill que interpretaba Christopher Walken en Touch, y que ejercerá de conector (cual diablillo que susurra en el oído) entre Crane y sus deseos inhibidos por la vida tradicional en la que claramente una personalidad como la suya no encaja, y a la vez aprovecharse de él. Siendo Schrader un director de estilo clásico, bastante sobrio en su puesta en escena, cabe hablar de algunos recursos fuera de lo habitual, como los nerviosos movimientos de cámara cerca del final, en la conversación entre Crane y su agente, y del mismo modo en esa otra, telefónica, en la que rompe su relación con Carpenter, donde solo vemos el rostro de Dafoe desde diversas aproximaciones, representando en ambos casos el colapso de los personajes, y en el de este último la posible motivación para el desenlace donde el asesino se sugiere pero no se muestra, siguiendo la historia oficial, pues nunca se llegó a probar la identidad de este, aunque según lo narra el film, todo parece meridiano.