Touch (1997), de Paul Schrader

TouchEl inicio con la música, esa juguetona y repetitiva línea de bajo, obra de Dave Grohl (Nirvana, Foo Fighters), de la que nos separaremos durante todo el film y esos créditos sobre carretera con un reparto más que decente en una historia nuevamente escrita por Schrader (aunque no una idea original, pues adapta la novela más excéntrica dentro de la obra de Elmore Leonard) son un importante generador de expectativas, refrendadas por la primera escena, con LL Cool marchándose cabreado de un talk show mientras una invidente escucha el programa intentando enterarse de lo que pasa a través de los comentarios de su pareja, situación descacharrante y prometedora de una comedia en toda regla. Más adelante iremos viendo que la historia tiene más aristas, y que el material de partida le proporciona a Schrader más que suficientes ocasiones de generar humor, pero también de repartir cera: al cristianismo y a la iglesia (más que probable que fuese el principal foco de interés del director para acercarse al texto), a los oportunistas en general, y a los circos mediáticos que se montan en torno a casi cualquier cosa. La comedia negra está ahí, sí, pero no invita a la carcajada, es todo demasiado amargo, cáustico incluso, da más ganas de llorar que de reír. Una vez más, se dan cita varios géneros porque por mucho que lo intentemos es complicado ver en Touch exclusivamente una comedia (sería la primera de su director, si obviamos su anterior trabajo, la TV movie Witch Hunt, que también tenía elementos cómicos en un registro de noir), el romance entre el personaje de Skeet Ulrich y Bridget Fonda resulta creíble, así como el drama interno de este, causado por la imposibilidad de mantener sus estigmas y su don, su milagrosa capacidad de sanación, ocultos de puertas afuera, existiendo gente como Bill Hill (Christopher Walken), que intentará explotarlo en su beneficio, o el padre August Murray (Tom Arnold), que también tiene su afán de protagonismo. Un trabajo que dista de ser redondo con algunas tramas secundarias puramente de relleno (la periodista encarnada por Janeane Garofalo) y cuya principal virtud se halla en las interpretaciones: Walken en su línea, que ya de por sí es top, un Arnold pasado de vueltas, quizá el personaje más abiertamente cómico, Bridget Fonda en estado de gracia y un Skeet Ulrich que si bien no es un tipo especialmente carismático, quizá sea precisamente lo que pedía su personaje. También algunas secuencias, que tampoco es que podamos catalogar de imborrables, pero sí pueden constar para el recuerdo, como es el tenso diálogo entre la stripper Antoinette (Lolita Davidovich) que se jacta de católica ante la incredulidad e intolerancia del padre Murray; la sanación en la iglesia, reveladora de la condición del protagonista, ex franciscano, alcohólico anónimo, y en definitiva, un diamante en bruto esperando a ser pulido.

Aflicción (Affliction, 1997), de Paul Schrader

El sello de Satán (Witch Hunt, 1994), de Paul Schrader