Aflicción (Affliction, 1997), de Paul Schrader

AflicciónLa literatura y especialmente el cine han demostrado en multitud de ocasiones el potencial del drama, y más todavía si este es de ascendencia noir como es el caso de esta película, en el contexto de un entorno nevado (y rural). Aquí incluso desde los mismos créditos, en el que a modo de postales de los lugares, por supuesto inundados del blanco característico, donde transcurrirá la acción, se nos atrapa sin posibilidad de escape en ese particular mundo de fachada intrascendente pero fondo insidioso. Caminos helados, espacios vastos, tejados virginales, árboles decorados… esas casas enormes acompañadas de los imprescindibles vehículos pesados que ayudan, solo momentáneamente, a convivir con la nieve. Un escenario desesperante que se abre a las historias más angustiosas, como esta que literalmente arranca con la última fotografía nocturna de los créditos que se expande para ocupar toda la pantalla y, como no podía ser otra manera (al enlazar el texto de origen con lo que van a ser su puesta en imágenes), una voz en off nos empieza a contar un cuento, que justamente nos desvela parte de su desenlace lo cual eleva la incertidumbre y el interés de manera casi insólita. Este elocuente prólogo tiene su espejo, tras un magistralmente incómodo descenso a los infiernos de poco más de hora y media, en un epílogo donde el mismo narrador, esta vez interrumpiendo el relato cuando ya no hay solución y su hermano, Wade, ha pasado a transmutarse en lo que más detesta, el maltratador padre de ambos (este le dice poco antes de su fatídico final que solo sabe lo que él le ha enseñado, una verdad atronadora), detalla estoicamente la locura final que llevará a Wade a matar a un inocente y luego presumiblemente a terminar sus días en cualquier cuneta, pero sobre todo verbaliza, en primer término, la sobrecogedora realidad de esa violencia machista tan arraigada en las maneras que aprehendemos y en la formación que recibimos… porque esa aflicción del título no es la de Wade, es la de Rolfe, su hermano pequeño al que siempre intentó proteger, que vive atormentado ante la posibilidad, que siente está dentro de su naturaleza digamos (“la historia terminará, a no ser que yo la continúe” es la perturbadora reflexión que cierra el film), de llegar en algún momento a ser como ellos.

Forever Mine (1999), de Paul Schrader

Touch (1997), de Paul Schrader