De un tiempo a esta parte me asaltan dos incómodas sensaciones. La primera, que casi todo lo que veo me gusta, como si agradeciera tanto poder ver cine que el ojo crítico se me hubiera empañado. La segunda, que en estos tiempos en los que la libertad se confunde con cerveza, cada vez con más frecuencia se tiende a glorificar películas mediocres o malas porque su discurso es el dominante en la conversación pública, independientemente de sus valores cinematográficos. Se premian unánimemente, se ensalzan y se elevan a categoría de genialidades películas que, digamos, hablan de lo que hay que hablar. Tras descartar la sugestión colectiva y el chip en la vacuna, esto es lo único que se me ocurre para intentar explicarme el éxito de La peor persona del mundo (Joachim Trier, 2021), un drama romántico que, de forma incomprensible para quien esto firma, se ha proyectado en los más importantes festivales cosechando más de ochenta nominaciones y casi una veintena de premios, algunos de ellos otorgados por la crítica profesional.
Trier nos cuenta la historia de Julie, una mujer cercana a la treintena que no sabe qué quiere ser y la estructura en un prólogo, doce capítulos y un epílogo, en los que aborda sin demasiada hondura temas eternos como la maternidad, la pareja, la infidelidad y la desubicación existencial y otros sacados de la agenda más contemporánea, como el cambio climático, la cultura de la cancelación, o el sexo oral en la era del me too.
El propio director noruego ha explicado que al escribir sus películas con Eskil Vogt (coguionista de Trier también en Reprise, Oslo, 31 de agosto y Louder than Bombs), en lugar de abordar una narración impulsada por la trama prefiere centrarse en un personaje y montar a su alrededor lo que llama “ideas conceptuales”, con las que compone sus escenas. El planteamiento es interesante y podría funcionar, especialmente en una estructura como esta de capítulos que facilita los saltos entre unos temas y otros. Sin embargo, aquí acaban formando una suerte de catálogo de incomodidades existenciales de cierta mujer moderna (joven, educada y ajena a cualquier problema económico) que parecen, en el mejor de los casos, sacadas de una lista de trending topics y en el peor, titulares de Cosmopolitan: “Echarse el humo a la cara, ¿Cuernos o no?”.
Incluso escenas sonrojantes como la del humo (nadie hace eso con más de 15 años) y otras tan alabadas como irritantes (carreras con el tiempo detenido o alucinaciones a base de setas) podrían haber tenido su gracia con una protagonista sólida en su caos vital o en su búsqueda de sí misma. Se intuye que los pocos momentos en los que resulta simpática (cuando vacila a unas madres primerizas en una fiesta) o parece auténtica proceden de las aportaciones de actriz Renate Reinsve cuya interpretación, Palma de Oro en Cannes, no logra unir las grietas de un personaje profundamente incoherente. Y es lógico también que la mejor parte del discurso sea la de su primera pareja, Aksel, —un artista en la cuarentena, como el propio Trier— cuando clama por la necesidad de un arte libre e incorrecto y se lamenta por la pérdida de la cultura en formato físico, asuntos presumiblemente mucho más cercanos al autor que las vicisitudes de una treintañera desnortada.
Por supuesto que no hace falta ser una mujer para construir un gran papel femenino, pero seguramente sí es necesario saber quién es. Trier, en sus entrevistas, ha defendido como “libertad” del personaje lo que es pura inconsistencia (la cerveza, ¿se acuerdan?). E incluso hay quien ha visto en la película un retrato feminista porque menciona el mansplaining o transgresor porque la protagonista, en plena alucinación, enarbola un tampax como arma de guerra. Pues permítanme, porque esto me cabrea: El discurso de La peor persona del mundo no puede ser más convencional lindando con lo reaccionario. De su protagonista se nos dice que es muy inteligente, pero nunca se demuestra; solo deja a un hombre para caer rodando en brazos del siguiente, su mayor preocupación durante gran parte del metraje es la maternidad a pesar de que ni ha cumplido los 30, nos grita que tiene grandes aspiraciones pero no hace absolutamente nada por cumplirlas excepto escribir un artículo viral que somete a la aprobación de su novio, y solo se define vitalmente por sus relaciones con los hombres, sean estos sus parejas o su padre. Una chica alocada (se cuela en una fiesta), atrevida (hace pis delante de un extraño) y transgresora (tiene un colocón malo) pero que pide a su ex que le repita que será una buena madre. Sinceramente, no sé cómo ha colado.
Posiblemente esté en un error. La película le ha encantado a todo el mundo: desde personas de criterio cinematográfico indudable hasta exlíderes del mundo libre como Barack Obama, que la considera una historia “muy poderosa”. Yo solo puedo decir, con vocación de servicio público, que para carreras emocionantes y caos vitales auténticos entren en la sala de Licorice Pizza. Eso sí, la incómoda sensación número uno ha desaparecido. Afortunadamente, no me gusta todo lo que veo.
Hola,
Menos mal que buscando encontré tu crítica con la que estoy absolutamente de acuerdo.
Alucino con el éxito de esta película y actriz, ¿qué ha pasado?
Ni me parece original ni mucho menos feminista, esta chica que salta de la casa de un hombre a la de otro y no tiene ni una sola amiga…
Gracias.
Un saludo,
Lola