There Will be Love
Es una obviedad pero aquello que permite distinguir a un gran autor es su capacidad de desarrollar un material, un concepto, con características muy superiores a cómo lo hubieran hecho otros. Licorice Pizza es la evidencia, por si aún alguien tuviera dudas, de la grandeza cinematográfica de Paul Thomas Anderson (alias PTA). La última cinta del autor de The Master (2012) nos lleva al valle de San Fernando, en las proximidades de Los Angeles, y a las correrías de un adolescente llamado Gary, en los años setenta, en pos del triunfo y la fama… y de una joven llamada Alana. El movimiento hippy, Vietnam, Nixon, la crisis del petróleo o la represión de la homosexualidad (y una banda sonora que recogieran los L.P. de vinilo a los que alude el título) son el telón de fondo para una emotiva y divertida historia de amor.
Al inicio de la cinta Gary conoce a Alana y sufre un inmediato flechazo. Ella no le rechaza pero, ¡ay!, él tiene 15 años y ella 25, de modo que la historia de amor queda relegada. A partir de ahí, PTA sigue los pasos de la peculiar pareja en su afán por arrancar un negocio y triunfar, como el credo yanqui establece. A diferencia de las viejas películas de Mickey Rooney y Judy Garland, que establecían un rápido triunfo de un grupo de adolescentes y que marcaron una línea argumental recuperada frecuentemente a lo largo del siglo XX, a diferencia también de las propuestas televisivas de sobremesa en la que se exacerba tanto el triunfo como el fracaso, PTA desarrolla Licorice Pizza en base a dos conceptos. Por una parte, una narración tan ágil como discreta. Aun habiendo secuencias considerablemente divertidas, evita la hilaridad, manteniendo un flujo narrativo dinámico y un tono homogéneo de principio a fin que no flojea en momento alguno. Por otro lado, un notable desarrollo de los personajes. Gary vuelca en sus proyectos la pasión que no puede desarrollar por Alana; ella, por su parte, entregándole su complicidad con auténtica devoción, compensando ese sexo que no puede/no quiere facilitar… y ambos creciéndose, en un collage de aproximaciones y fugas, a lo largo de la cinta. A su alrededor una serie de personajes inefables cuyas secuencias integran la película y es en la consistencia con que están escritos e interpretados dónde radicaría la clave del encanto de Licorice Pizza. PTA no se limita a un encadenado de pequeñas anécdotas sino que las funde en una única historia, la historia de Gary y Alana, y la van haciendo más grande. Así son relevantes Jack (William) Holden y Rex Blau en su aparición entre circense y mefistofélica pero son especialmente relevantes para la historia de los dos jóvenes (nada más claro que los travelling paralelos y en direcciones opuestas de Holden a lomos de la moto, tras el súbito y divertido descabalgamiento de Alana, y de Gary). Y lo son también personajes secundarios como Henry, un maitre al que nunca vemos el rostro, Jerry Frick que no sabe japonés pero habla con sus mujeres un inglés con tono nipón, las dos arpías profesionales del espectáculo (Lucy Doolittle y Mary Grady), el malrollero Jon Peters (un Bradley Cooper felizmente desmadrado) o Joel Wachs (Benny Safdie), el torpe aspirante a alcalde… Todos ellos, heredados de historias conocidas, oídas o recibidas por Paul Thomas Anderson durante años, no son meros adornos de la historia de Gary y Alana sino que conforman su historia, aquello que determina su rumbo y su devenir. Y es en la hilazón entre todas ellas dónde se consolida la realidad que vemos en la pantalla [1].
Licorice Pizza se aleja de los perfiles tortuosos y torturados de Sydney (1996), Pozos de ambición (There Will Be Blood, 2007), The Master (2012) o El hilo invisible (Phantom Thread, 2017). Pero comparte con todos ellos la definición de los personajes, añadiéndoles la luminosidad que aparecía puntualmente en Boogie Nights (1997) o Magnolia (1999) y de modo absoluto en Embriagado de amor (Punch–Drunk love, 2002). El trabajo fotográfico en 70 mm retrata en primer plano rostros, sonrisas y dudas (e incluso el acné adolescente) a la par que nos transporta a las imágenes, reales y cinematográficas, de los 70. Alana y Gary, llenos de inquietudes, se desplazan por estas imágenes y Anderson les retrata con amor, en sus idas y venidas, y muy especialmente en sus carreras, esas carreras frenéticas que puntúan su relación: la primera, de Gary, tras su feliz primer encuentro; la siguiente, de Alana en post del coche policial; la de Gary contra la motocicleta de Holden, para socorrerla a ella; el desenfrenado descenso del camión marcha atrás, antes de que ella se plantee la gran diferencia de edad… Y, finalmente, el sublime montaje in crescendo que les acerca, uno hacia otro, desde distintos lugares, hasta una carrera en común, permitida por el director.
Paul Thomas Anderson sorprende y complace con una historia repleta de autoreferencias. A las anécdotas vividas añade las recogidas y recupera familiares y conocidos en la misma cinta: la familia de Alana es la familia auténtica de la actriz y sus hermanas conforman con ella un grupo musical del que PTA ha rodado diversos videoclip; la relación con Bradley Cooper viene de lejos, así como con Sean Penn, y éste fue quien recomendó a Tom Waits para su papel… Pero si hay un placer añadido en Licorice Pizza es ver, revivido a través de su hijo, al eterno Philip Seymour Hoffman, que protagonizara la mayor parte de las obras citadas anteriormente. La sorprendente, magnética, presencia de Cooper Hoffman es una deliciosa reencarnación que, junto a Alana Haim, otorga un desbordante hálito de vida a Licorice Pizza. En su compañía, no ha lugar añorar los dramas o tragedias de las propuestas previas del autor. El amor de los dos jóvenes desborda la pantalla y nos envuelve en la cinta más optimista de Anderson.
[1] Un aspecto que la distingue de obras semejantes y notables como Movida del 76 (Dazed and confused, 1993) y Todos queremos algo (Everybody wants some!!, 2016), en las que el protagonista no sólo tiene unos años más y busca triunfos sexuales, sino que se rodea de un contexto coral menos definido que el de los personajes de la película de Anderson.