Festival DA2022. Aftersun, de Lluis Galter

El placer de regresar a las salas, sin mascarillas, tocando el cielo con buenas películas. El D’A ha sido un soplo de vida tras dos ediciones entre el on line y el híbrido. Tuvimos suerte de disfrutar muy buenas propuestas. La singularidad de dos de ellas me lleva a reivindicarlas y comentarlas de modo independiente del resto.

Aftersun (Lluis Galter, 2022)

Si hubo alguna obra que merece un apartado especial es, sin duda alguna, Aftersun. Por su calidad, por su singularidad, por el amor al cine que se siente en ella. Aftersun es el resultado de un rodaje esporádico, azaroso, llevado a cabo durante unos pocos días a lo largo de unos pocos veranos… y también de la labor acertada en seleccionar las imágenes y ponerlas en un orden concreto, por parte de alguien que vive el cine.

Caracremada (2010) puso en el mapa a Lluis Galter con un relato de maquis al que siguió, en otro registro y otro tipo de producción, La substància (2016). Galter, a quién tuvimos el placer de entrevistar, se refiere a ambos rodajes como experiencias de aprendizaje que no resultaron completamente satisfactorias. En el caso de la primera, por un afán de verismo, que les llevó montaña arriba a rodar en escenarios reales detalles que se pudieran haber tomado en otro punto. En el segundo, por la obligación de atenerse al proyecto específico que recibiera financiación y del que era difícil alejarse.

Lluis Galter

Aftersun es, a diferencia de las anteriores, una obra completamente libre. Un proyecto personal que recoge los intereses del director, sus filias y también la experimentación con una cámara no profesional. Parece ser que un argumento ya anterior a la producción de La substància contenía algunas ideas que recupera esta propuesta ahora (la desaparición de un niño en la playa). Sin embargo, aquel proyecto quedó desechado con el paso de los años. Cuenta Galter que la experiencia actual se origina en la curiosidad por utilizar un recurso técnico no diseñado con finalidad profesional, tratando de aprovechar los escasos recursos de la cámara para experimentar con la luz y las texturas. A partir de ello, coincidiendo con periodos estivales, Galter inicia un rodaje sin fecha límite. En éste toma imágenes, inicialmente de modo algo aleatorio, en un camping de la Costa Brava y en sus alrededores, la playa y la zona de marismas. Allí propondrá a diversos veraneantes la participación en la filmación, propuesta a la que responderían afirmativamente un grupo de niñas. Galter siguió filmando los espacios del camping y paisaje natural adyacente durante cuatro años aunque no sería hasta el tercer verano en que empezara a diseñar cierto esbozo argumental.

Aftersun funciona a diversos niveles. Está, por una parte, el reflejo de un espacio de vacaciones. Si en La substància buscara la esencia de un espacio como fuera Cadaqués, innecesariamente replicada en una copia china, aquí recoge el tono vacacional de un camping no tan lejano geográficamente a aquella población. Las entradas y salidas de niños y adultos de los bungaló, la playa, las tardes perezosas de estío y los no espacios dónde jugar mantienen el tono relajado que también comentaremos a propósito de Diarios de Otsoga. No obstante, sobre tal escenario, se aparecen ante el espectador atento los hilos argumentales de un guion posible. Y ahí lo apasionante de Aftersun. Se diría que la cámara, como si se tratara de la de Arrebato, ha ido absorbiendo imágenes y permitido la construcción de una historia. Una historia posible, de entre muchas historias que los espectadores pueden crear. Porque lo bello de la propuesta de Galter es que deja a un lado un guion para sumergirse en las imágenes y, con ellas, en las sugerencias de relatos. La narración de un forense sobre la desaparición (real) de un niño en la playa de Sant Pere Pescador abre y cierra la estructura dramática. Entre una y otra, las correrías de las niñas (en el campin, en un depósito de viejas caravanas, en la encañizada), las imágenes de personajes con aire sospechoso o las tomas de pájaros huidizos dan pie a imaginar. Si el director, como nos explicó, decide hacer una “construcción” a partir del rodaje de las escenas con las niñas, y con un trabajo añadido de sonido, el tono del material se orienta hacia el cine de género.

Aftersun

Así Aftersun bebe de los clásicos de aventuras de los 50 y 60 (personalmente me divierte recordar en ella, a través de ella, a Los contrabandistas de Moonfleet de Fritz Lang) en su vertiente juvenil. Pero, simultáneamente, en esta evolución en torno a un misterio no especificado (no queda claro si un niño ha desaparecido o no, no sabemos si hay tráfico de animales salvajes, se evita explicitar si realmente hay delincuente alguno…), la película de Galter se aproxima al cine de Lynch. Y ese sería el tercer nivel de la película, su capacidad de ofrecer al espectador una posibilidad de jugar, de implicarse y de participar en la creación a partir de unas imágenes. La luna, oculta tras las nubes, el amenazador grito del pájaro toro y su movimiento entre las cañas, el peluche gigantesco que deambula entre los bungaló (mascota de unos turistas que Galter integró en la película aprovechando la figura, más siniestra que agradable), el niño dormido en la cabaña, el coche que se detiene bruscamente… son piezas más que suficientes para disfrutar creando a partir de nuestro imaginario una película que tal vez sea distinta de la que el director hizo. El cine como una rayuela en la que jugar en la propuesta más atrevida de todo el festival.

Festival DA2022. Ahed’s Knee, de Nadav Lapid