Ahed’s Knee (Nadav Lapid, 2021)
Ahed’s Knee fue otra singularidad del festival. Una obra rabiosa, necesaria, para sacudir una sociedad sometida a una tiranía y a su propia indolencia. Ahed’s Knee arranca con una imagen blanquecina y un fuerte sonido, al que se añaden apariciones súbitas de objetos. Pronto entendemos que estamos contemplando un cielo lluvioso desde un vehículo en marcha. La cámara gira bruscamente para enfocar un motorista, bañado por la lluvia, con las gotas golpeándole a él, su casco y su traje. La motocicleta se desplaza entre los automóviles de modo impetuosos, al igual que el personaje que, finalmente, aparca y entra en un edificio. Allí veremos una serie de audiciones, alguna musical, otras histriónicas, para interpretar el papel de Ahed. El futuro director las deja apresuradamente mientras habla, una conversación telefónica tras otra, para partir en avión hacia el sur de Israel. El frenético ritmo imprimido por Nadav Lapid sacude al espectador desde estas secuencias iniciales y no nos dejará hasta el final. Unas secuencias más adelante sabremos que Ahed es una adolescente palestina, varios de cuyos familiares han sido asesinados por el ejército hebreo, y que abofeteó a un soldado, motivo que provocó el comentario en redes planeando un tiro en la rodilla de la joven para amenazarla e impedirla.
El protagonista de la cinta que estamos viendo plantea su producción como una denuncia contra un estado racista y fascista pero no tardaremos en ver su ansiedad, su furia y un malestar que le pueden impedir desarrollar el proyecto. Más adelante, poco después de su llegada al pueblo dónde ha sido invitado para presentar una obra previa, comprenderá que su charla será censurada (controlada, recomendada) y planea una venganza contra el sistema utilizando a la joven bibliotecaria que le ha invitado como chivo expiatorio, como representante, como parte sumisa, del estado represor. Lapid nos sacude con un tono feroz, evidenciado en saltos de imagen, en movimientos de cámara bruscos, con un ritmo lleno de rabia (nada contenida) que denuncia al estado israelí sin contemplación pero poniendo en la picota al personaje que se enfrenta al mismo por emplear una maniobra tan mezquina y artificiosa.
Ahed’s Knee se cierra con amargura, sin cerrar el conflicto, dejando al protagonista en un punto muerto, herido por su mala conciencia. Nos deja con el malestar de conocer un estado falsamente democrático y conocer también la dificultad de vencerlo. En la charla que tuvimos con Nadav Lapid comentó que es fácil vivir en Israel, con más comodidades que en cualquier otro país de Oriente Medio, pero que, sin embargo, la situación política deja que desear. Ahed’s Knee fue producida por entidades europeas y el poco presupuesto que obtuvo de una fundación israelí habría estado en peligro de haberse conocido su destino. Es meritorio y sorprendente como un guion escrito con la necesidad de la inmediatez, en un par de semanas, refleja tan bien en pantalla la rabia de un estado y de una sociedad enfermas y cómo pueden llegar a contagiarse incluso a las personas que denuncian específicamente tal situación.