Este no es otro estúpido biopic de Marilyn Monroe
Lo primero que debe asumir el espectador a la hora de afrontar el visionado de Blonde es que no está ante uno de esos biopics canónicos e inofensivos facturados habitualmente por parte de la industria. La película de Andrew Dominik, como ya ocurría con la excelente novela de Joyce Carol Oates que adapta, se sitúa en las antípodas del acartonado recorrido cronológico por la vida del artista aderezado por cameos de personajes famosos de Hollywood con la clásica estructura de ascenso, auge y caída. Siguiendo la estela marcada por el libro de Oates, el director de la magnífica El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (The Assassination of Jesse James By The Coward Robert Ford, 2007) utiliza elementos reales de la biografía de la actriz para exponer una ficción que ofrece un retrato impresionista donde la inestable dicotomía personal que se establece entre el ser humano real (Norma Jeane Baker) y el mito cinematográfico (Marilyn Monroe) actúa como eje vertebrador del relato. El film elude con valentía la leyenda hagiográfica para adentrarse en un territorio tan peligroso como fascinante. De esta forma, en Blonde se apuesta por dinamitar la idea de Marilyn Monroe como icono pop y personificación sublimada del glamour hollywoodiense, reconvirtiéndola así en una suerte de resplandeciente Miss Hyde diseñada por el sistema de estudios para fagocitar progresivamente la esencia de Norma Jeane hasta devorarla por completo. Estamos ante una historia de terror intimista y depresiva que explora cómo los límites de la(s) identidad(es) de Norma Jeane / Marilyn Monroe se bifurcan y se fusionan en una caótica pesadilla alucinada destinada a finalizar con la destrucción total de la realidad en beneficio de la pervivencia del mito. En cualquier caso, lo que resulta indudable es que estamos ante un artefacto fílmico que incomoda, apabulla e hipnotiza a partes iguales.
La traslación audiovisual de este carácter bipolar del personaje, potenciado por la serie de catastróficas desgracias que se fueron sucediendo en la vida de Norma Jeane / Marilyn Monroe de forma casi inverosímil, es abordada por Andrew Dominik desde un esteticismo desbordante donde el director de Mátalos suavemente (Killing Them Softly, 2012) utiliza todos los recursos cinematográficos a su disposición para componer una película tristísima que sitúa al espectador en el epicentro de una psique malherida y lo somete a un intenso crescendo emocional que eclosiona con la muerte física de Norma Jeane para convertirse de forma definitiva en Marilyn Monroe. En este sentido, el encadenamiento de traumas acumulados por el personaje (infancia marcada por la enfermedad mental de la madre y el abandono del padre, abusos sexuales dentro de la industria, relaciones malsanas, matrimonios fallidos, abortos…) se nos revela como una tremenda, pero necesaria, exhibición de atrocidades que inevitablemente termina por dejarnos exhaustos, pero también extasiados. Asimismo, estos excesos melodramáticos (recordemos que los hechos narrados están extraídos de la biografía de Marilyn, pero han sido ficcionados para potenciar su talante trágico) vienen acompañados de un viaje al infierno interior de Norma Jeane / Marilyn Monroe desarrollado a través de una exuberancia formal que se articula mediante el acopio aparentemente desmedido de recursos estéticos que, sin embargo, tienen una utilización narrativa y expresiva cuya funcionalidad es retratar la descomposición progresiva del estado mental de la actriz y quebrantar nuestra propia capacidad cognitiva como espectadores conscientes de que se están enfrentando a un artificio cinematográfico con el fin de sumergirnos en un torrente de emoción pura donde nuestra razón desaparece en pos de la visión distorsionada del personaje encarnado por Ana de Armas. Para conseguir este efecto de inmersión sensorial del espectador, Dominik se sirve de diferentes instrumentos que van desde la utilización del formato 4:3 hasta el uso del morphing, pasando por la alternancia de blanco y negro a color o la introducción de distintas lentes.
Estamos, por tanto, ante una película que asume numerosos riesgos en su puesta en escena. Asimismo, la construcción narrativa del film se modula en torno a una serie de set pieces que toman como referencia imágenes icónicas de Marilyn Monroe para componer una especie de mosaico en el que se utilizan numerosas técnicas artísticas, pero donde impera un carácter autoral que logra imponerse a la diversidad de herramientas fílmicas utilizadas, evitando así caer en el pastiche incoherente y gratuito. En lo que respecta a la adaptación, siendo muy fiel al espíritu desmitificador de la obra de Oates, Dominik desbroza el texto original hasta dejarlo en el esqueleto. De esta forma, logra un armazón desde el que poder volver a recomponer la narración para trasladarla a un lenguaje puramente cinematográfico donde lo visual prevalece sobre lo literario.
Por supuesto, no podemos dejar de comentar el extraordinario trabajo de Ana de Armas, pieza fundamental y centro neurálgico sobre el que gira la construcción narrativa de Blonde. La actriz cubana logra asimilar y transmitir a la perfección esa dualidad existente entre Norma Jeane y Marilyn Monroe, sabiendo captar la esencia primordial de ambas y entregando una interpretación sobrenatural donde parece poseída por el espíritu esquizoide de la protagonista de Vidas rebeldes (The Misfits, John Huston, 1961). Observamos un impresionante ejemplo de la enorme capacidad que muestra Ana de Armas para alternar las dos caras del personaje en ese falso plano secuencia absolutamente brillante donde Norma Jeane llora desconsoladamente mientras su maquillador y confidente está haciendo su trabajo para recomponerla y volver a transformarla en Marilyn; la cámara se acerca para realizar un primer plano de su rostro compungido y la rodea en un suave travelling que culmina cuando el reflejo del espejo del tocador nos devuelve la imagen duplicada de una Marilyn Monroe pletórica, glamurosa y risueña, a la que, sin embargo, no podemos dejar de percibir como una presencia diabólica y aterradora.
Este componente malvado sobrevuela la película durante gran parte de su metraje, manifestándose de manera mucho más notoria a lo largo de su último tercio, donde Andrew Dominik se aproxima a estilemas propios del cine de David Lynch para adentrarnos en un descenso a los infiernos donde la angustia y la paranoia del personaje se convierten en una pesadilla terrorífica en la que el monstruo responde a las siglas de JFK. No cabe duda de que Blonde es una película tremendamente imperfecta y en ocasiones asume riesgos peligrosamente próximos a una demencia experimental malentendida que bordea una autoconsciencia autoral un tanto repelente para el espectador más sensible. Sin embargo, se trata de una obra que mira al abismo sin miedo y decide lanzarse al vacío para configurar un objeto fílmico único en el que se aglutinan lo grotesco y lo sublime.