Diabolik, de Antonio Manetti y Marco Manetti

Mask, amor y fantasía

DiabolikEl personaje de Diabolik, hasta ahora casi desconocido en España y, en general, fuera de Italia, surge a comienzos de los sesenta de la imaginación de las hermanas Angela y Luciana Giussani. El protagonista es un ladrón sin escrúpulos a la hora de mancharse las manos de sangre, más cercano a Fantomas que a Lupin para entendernos, que utiliza toda clase de gadgets y se aprovecha de sus conocimientos en química y su maestría en el arte del disfraz para cometer robos imposibles, siempre con la ayuda de su inseparable Eva Kant, una auténtica alma gemela, la Bonnie de tan particular Clyde. La serie de cómics, que aún sigue publicándose a día de hoy y desde sus inicios ha contado con diversos dibujantes inauguró el fumetto nero, un subgénero del cómic italiano cuyas principales fuentes de inspiración eran el cine negro y el folletín francés. Diabolik es un antihéroe en toda regla, y a pesar de que asesina si es necesario, la narración se las ingenia para conseguir, o al menos intentar, que se empatice con él. Es más, con la inocencia de la época en que fue concebido, llamemos así al hecho de que ni las narrativas estaban tan trilladas ni los lectores tan resabiados como en nuestros tiempos, los autores se extendían más en lo que hoy llamaríamos sobreexplicaciones, e incluso los policías y ciudadanos que le ven como una amenaza no se resisten a alabar su pericia criminal sin par.

Diabolik

Se mueve en la ciudad ficticia de Clerville y siempre está perseguido por el comisario Ginko con la amenaza de la pena de muerte pendiente permanentemente sobre su cabeza como la espada de Damocles. Una de las cosas que más me gustan de sus cómics, o al menos de los pocos que he leído, es que a pesar de todas las precauciones que toma para sus golpes, principalmente basados en la suplantación de identidades con máscaras perfectas, siempre se encuentra con imprevistos verdaderamente puñeteros (su mujer es tomada como rehén en el atraco a un banco cuando tenía que ayudarle; su avión se estrella y se queda atrapado en la nieve; mientras suplanta a alguien esa persona es acusada de asesinato, y así un largo etcétera) que provocan que no siempre logre sus objetivos, y en no pocas ocasiones simplemente se tiene que conformar con evitar ser capturado, no siendo, pues, desarrollos tan predecibles como cabría esperar.

Danger Diabolik (Mario Bava, 1968)

La primera adaptación a la gran pantalla de sus fechorías llegó en 1968 de la mano de Mario Bava, con Danger Diabolik, un trabajo que despliega una factura visual que cuesta encontrar en producciones actuales, no solo por los insuperables escenarios a pesar de, o precisamente por, ser de cartón-piedra —algunos, e incluso algún atuendo, diría que reciclados de Terror en el espacio (Terrore nello spazio, Mario Bava, 1965), aunque no pueda asegurarlo— que sin embargo hacen palidecer a una gran mayoría de desangelados CGI a los que parece abocado el cine de hoy en día. La maestría de Bava se nota tanto o más en trabajos que el tiempo ha sepultado de forma injusta en la categoría de supuestamente menores como este, quizá por su carácter lúdico y distante de la gravedad de sus títulos más emblemáticos; no hay más que ver cómo y cuándo mueve la cámara (y cuando la deja quieta, dónde la coloca), su diestro empleo de la profundidad de campo, la capacidad para encontrar la magia utilizando transparencias e incluso como saca partido narrativo al abuso de recursos tan zafios como el zoom, elevando la película muy por encima de su mejorable guion.

Diabolik

Danger Diabolik

Si todo esto fuese poco, es además retroalimentado por una festiva, y a ratos diría que surfera, partitura de un Morricone en estado de gracia (¿acaso alguna vez no lo estuvo?) y unas no-interpretaciones, propias del polar sui generis ante el que nos encontramos, que transmiten todo su valor simplemente a través de sus meras presencias, algo al alcance de muy pocos: el laconismo de John Phillip Law —que ese mismo año protagonizó Barbarella (Roger Vadim), también producida por Dino de Laurentiis— metido en la máscara de Diabolik o la magnética presencia de Marisa Mell, una imborrable Eva Kant con un modelo diferente para cada secuencia, e incluso desnuda si hace falta, siempre conservando el misterio con la mampara psicodélica de la ducha o cubierta de billetes en una gigantesca cama redonda; y el antagonista, Ginko, encarnado por un Michel Piccoli que rebosa una naturalidad aplastante hasta el punto de que cualquiera podría pensar que era comisario también fuera del set.

Diabolik

Danger Diabolik

Diabolik (2021)

Y hemos tenido que esperar hasta ahora (aunque la fecha de producción sea del año anterior) para poder disfrutar en las salas, previo paso por el Festival de Sitges, con una nueva adaptación en formato película —antes hubo también una serie de animación a finales de los 90 y unos años más tarde el videojuego Diabolik: The Original Sin (2009)—. El film de los hermanos Manetti (bello caos cósmico que sean dos hermanos los que adapten la creación de dos hermanas) es un estupendo entretenimiento, que sin ser el ejercicio de estilo que a Bava parecía salirle de forma natural cuenta también con cierta elegancia narrativa (los insertos de los puñales voladores con los que Diabolik asesina sin piedad; las pantallas divididas que invaden todo el tramo final y que en algún momento incluso se desplazan conjuntamente con la acción; determinado empleo del montaje para exhibir el delirante grado de fantasía con que premedita sus planes: el árbol que sabotea el viaje de la directora; son solo algunos exquisitos detalles) y personalidad propia a la que contribuyen unas estupendas interpretaciones (Luca Marinelli no es un malvado, es el mal, y aún así cuenta con todo nuestro apoyo; Miriam Leone como Eva Kant está sencillamente espectacular y la química entre ambos es un hecho incontestable que traspasa las líneas escritas en el guion; de Valerio Mastandrea como Ginko, baste decir que nada tiene que envidiar al Michel Piccoli del film de Bava) y que adquiere llevando a su terreno (crear algo digno de otros tiempos en estos, que quizá no son los más apropiados para transgredir la norma) un argumento que hereda del número 3 del cómic: El arresto de Diabolik, en el que aparece por primera vez la inseparable cómplice, amante, amiga y compañera del criminal más peligroso del mundo (sic).

Diabolik

Y así, a pesar de estar rodada en la actualidad desprende el hálito de la época que representa, e incluso, como el film de Bava (y a pesar de que cómic y adaptación sean italianos) al policiaco francés de aquella época, gracias a una serie de elementos formales como son la música, el vestuario, y un diseño de producción basado en lo artesanal (no es el cartón-piedra de la película de Bava, pero a ratos se aproxima, baste ver la entrada en su guarida en mitad de una montaña), pero también aprovechándose de ciertos avances (saca buen partido a las máscaras, elemento fundamental en el cómic que no se explotaba en su predecesora). La película está repleta de set pieces, articuladas como en uno de los cómics a los que insuflan vida, y se le podría achacar algún subrayado que podríamos tildar de innecesario (por ejemplo el flashback donde se explica lo que sucede en la celda, algo que se deduce de forma natural de todo lo expuesto anteriormente), que sin embargo es comprensible en este intento de regresar al espectador (o acercarle) a una época pretérita y desde luego, si no mejor (algo como poco sometido al beneficio de la duda), sí al menos digna de añoranza. Solo por las dos escenas finales ya se amerita todo el visionado: ese enfrentamiento con Ginko en el muelle y el enterramiento de un pasado en el fondo del mar que deja el colofón perfecto a lo que se constituye desde ya como el prólogo de una saga. De momento la segunda se estrena al mes que viene en Italia y la tercera está prevista para finales de 2023, también bajo la batuta de los Manetti y con el mismo reparto, lo que es motivo de celebración.

Moonage Daydream, de Brett Morgen