Paisaje después de la batalla
El amor. El amor es… unas vacaciones íntimas aunque sean cortas, es compartir la cotidianeidad, es tener códigos internos que constituyen una comunicación única, es acurrucarse en la cama con la pareja, es un refugio de serenidad, es una historia común…
Claire Denis fue criticada por Fuego en su pase en Berlín y el Oso de Plata que recibió fue contestado incluso por algunos de sus fans. El largo prólogo que presenta a Sara y Jean en su placentera convivencia parece rozar la cursilería en las primeras secuencias en la playa, meciéndose, acariciándose, entre el balanceo del agua y los reflejos del sol. Sin embargo, acostumbrados a la dureza o la sequedad de obras previas —Buen trabajo (Beau travail, 1999); El intruso (L’Intrus, 2004); High Life (íd., 2018)… por citar algunas—, también, en su momento, se recibieron mal obras narrativas como fuera Una mujer en Africa (White Material, 2009) o la comedia Un sol interior (Un beau soleil intérieur, 2017)… Ay, qué fácil es ser un hater.
Sara y Jean disfrutan un presente de felicidad y Denis sabe mostrar (con la inestimable colaboración de Juliette Binoche y Vincent Lindon) el lenguaje del amor. Miradas de reojo, caricias, sonrisas cómplices, movimientos coreografiados inconscientemente en el domicilio común… Y, sin embargo, ambos tienen un pasado. El pasado que vuelve y golpea. El pasado que Jean deja entrar en sus vidas casi como si lo espere, como si ansíe la destrucción de su felicidad, para recuperar otra vida, no de modo tan diferente a lo que Sara desea.
La pasión. La pasión es ir más allá, es deseo, es salir de la zona de confort, es sentir, es vibrar, es gozar, es notar la potencia desbordante, el sexo húmedo, es follar, es un salto al vacío.
Sara fue la pareja de François, amigo y colega de Jean, quien la abandonara años atrás, a la vez que abandonara a este a su suerte. Denis suelta la información con cuentagotas, dando a entender que François abandonó también a Jean a su suerte, con una condena de cárcel. Una década después, el innombrable reaparece para dinamitar el mundo de Sara y Jean. Si primero describe una situación de calma, Denis arroja violentamente una piedra a ese estanque de superficie pulida causando la reverberación de las ondas contra los límites, un auténtico tsunami.
Claire Denis retrata la explosión emocional y sexual que sacude a Sara cuándo ve a François (¿casualmente?, ¿imaginariamente tal vez?). Ella entra en el ascensor, completamente turbada, y se abraza mientras susurra el nombre de su antiguo amante. A partir de ahí, François, se introduce en el entorno de la pareja, sinuosamente primero, arrolladoramente después, de modo pérfido, vanidoso, mezquino, para destruir todo lo que Sara y Jean tenían en común. De nuevo Claire Denis retrata de modo impecable el cambio que se produce a nivel sentimental, emocional, en el seno de la pareja. Malestar por parte de ella ante el retorno del tercero en discordia, ansiedad más adelante y una clara distorsión (sutil inicialmente, franca después) de la comunicación entre ambos. Luego titubeos, dudas, desconfianza y, finalmente, esa fuga adelante, hacia ese amante que ya la posee de antemano.
Y tras el magistral enfrentamiento entre las dos caras opuestas de la misma persona, tras mostrar sus dudas, sus autoengaños, sus mentiras, Denis diluye la historia… François se desvanece como el secundario de lujo que siempre ha sido, es amenaza en la sombra que puede acechar a toda pareja feliz. Jean recupera su rol de padre. Y Sara, en una pirueta tecnológica, borra su pasado para desaparecer en las calles de París, en su metro, bajo sus puentes.
Claire Denis no acaba de trazar los hilos de la historia. Posiblemente porque no le interesa. Ya ha mostrado (con mucha más dureza de lo que las imágenes aparentan) la fragilidad de los sentimientos humanos, la veleidad de nuestras emociones, nuestra indefensión ante las mismas y, por ello precisamente, la debilidad de aquello que llamamos amor. Después sólo queda el paisaje después de la batalla y quizás sea ése, precisamente, y aunque nos cueste aceptarlo, nuestro hábitat natural.