La violencia en todas sus formas fue, un año más, uno de los grandes temas de las películas que se pudieron ver durante la 67 Seminci en Valladolid. La crueldad del ser humano para ejercerla, las marcas que deja el recibirla, el dolor, la maldad, la posibilidad de redención en víctimas y verdugos y, en medio de todo esto, la imagen como gran aliada a la hora de mostrar, o no, estas ideas.
En la ucraniana Pamfir (íd., Dmytro Sukholytky-Sobchuk, 2022), su realizador opta por enseñar en lugar de sugerir. Con un tono que comienza como costumbrista y evoluciona hacia el cine de gangsters, el centro de la violencia se sitúa en una zona fronteriza: un pequeño pueblo donde, por su situación geográfica, el contrabando entre Rusia y Rumanía es el modo de vida de gran parte de la población. El protagonista, apodado Pamfir e hijo de una anciana que bajo su apariencia inocente controla los pasos seguros de los traficantes, decide entrar en el negocio, a espaldas del gran cacique local. Esta decisión es la desencadenante de una espiral de brutalidad que eclosiona en unos últimos minutos de dirección trepidante, siempre acompañados de una fotografía cuidada, de luces pálidas y fluorescentes, que iluminan una Ucrania mafiosa y cutre: un país que aspira a convertirse en Unión Europea, pero que no parece dispuesto a abandonar sus tradiciones patriarcales, así como un modo de vida de perpetua supervivencia, dependiente de la corrupción institucional, militar y económica.
El propio director no parece ser muy crítico, cuando rueda a las mujeres de la aldea, con el rol de servidumbre al que están abocadas. El machismo que impera y que nadie cuestiona ayuda, sin embargo, a sumergirse en el retrato cotidiano de una sociedad tan en la actualidad como es ahora la ucraniana. El verdadero interés del realizador es otro: destacar el folklore ucraniano y fusionarlo con los temas de la película. Y lo hace con maestría: la trama familiar y de contrabando estalla al final del metraje, en una fiesta de carnaval de la que todo el pueblo habla, y para la todos se están preparando desde el inicio. El carnaval, y los disfraces de bestias con los que salen a la calle los hombres del pueblo (con un parecido asombroso a los momotxorros y los zakuzar del folklore vasco y navarro) acaba teniendo un rol fundamental en el desenlace, aportando una pincelada más de profundidad a un relato redondo y que deja poso.
De la imagen, pasamos al subtexto, al fuera de plano. En la indonesia Before, now & then (Nana, Kamila Andini, 2022), su directora adapta una popular novela histórica donde la violencia sólo se intuye. Cuenta la historia de una mujer burguesa que vive sus días en un hastío aletargado, ocupada en la crianza de sus hijos, la organización de fiestas y, ocasionalmente, la investigación de una aventura que su marido está teniendo con la carnicera: una mujer joven, de clase baja, cuyo carisma cautiva a la protagonista más allá de la infidelidad de su marido.
Por los recuerdos que tiene —que por su carácter onírico y surrealista se confunden con sueños— sabemos desde el principio que su pasado esconde un trauma de dolor y violencia, relacionado con una guerra de la que tuvo que huir con su hermana y un hijo recién nacido que no vuelve a aparecer en pantalla. Es solo en estos sueños-recuerdo donde se permite la directora sacar las alas de la violencia a pasear, con imágenes sangrientas que nos dan solo alguna pista de lo sucedido en el pasado. El resto del film es un regodeo constante en el lujo en el que vive la protagonista, con un final abierto que pretende dejar al espectador enganchado a una posible secuela. La fotografía digital, con un filtro algo decolorado y casi difuminado, contribuye a la idea del sueño y al aletargamiento.
Experto en enseñar la violencia en contextos asociados a la belleza, Paul Schrader vuelve a ese Gran Relato que es su guion de Taxi Driver (íd., Martin Scorsese, 1977) con su nueva película, Master Gardener (íd., 2022), ubicándola en los EE.UU. actuales, post Black Lives Matter, post Me-Too. Si en First Reformed (íd., Paul Schrader, 2017), la violencia se infiltraba en las dudas de un pastor evangélico, y en El contador de cartas (The Card Counter, Paul Schrader, 2021), lo hacía en el mundo de los casinos, en Master Gardener lo hace en un suntuoso jardín botánico. El protagonista, gerente del parque y experto jardinero, vive en una casita en el propio recinto y tiene una turbia relación de servidumbre con la dueña del lugar, una heredera ricachona magistralmente interpretada por Sigourney Weaver. Las vidas de ambos se verán truncadas cuando el personaje de Weaver rescate a su sobrina nieta de la droga y una relación abusiva. Como semillas que brotan tras sobrevivir en silencio al paso de los siglos, la violencia acabará aflorando, revelando el pasado secreto del jardinero. Con un guion redondo y unas interpretaciones sublimes, Paul Schrader habla esta vez del racismo en EE.UU., pero también de la importancia de las segundas oportunidades y la posibilidad del ser humano de cambiar, con una de las imágenes antirracistas más potentes de los últimos años, que tiene que ver con una espalda repleta de tatuajes nazis y un cunnilingus.
Por último, violencia y confabulación se dan la mano en Boy from Heaven (Walad Min Al Janna, Tarik Saleh, 2022), una obra inspirada en la novela El nombre de la rosa (Il nome della rosa, Umberto Eco, 1980) que sitúa una intriga palaciega en una de las instituciones más poderosas de la religión islámica: la universidad Al-Azhar, la tercera más antigua del mundo, en un país como Egipto, donde Estado y religión conviven en una fina línea de tensión que puede romperse en cualquier momento. En el film, un hijo de pescadores es aceptado con una beca en la institución, pero su entusiasmo inicial se verá eclipsado cuando muera el Gran Imán y el joven se vea embaucado en una pugna por el poder donde están implicadas las instituciones más poderosas del país. Con una fotografía que se regodea en la espléndida arquitectura de Al Azhar, la historia plantea que la única salvación del protagonista ante la fe ciega y la corrupción es el regreso a su particular Ítaca, el pueblo pesquero que, tal vez, nunca debió abandonar.