Festival DA2023. Autorías

A los tres dias de iniciar esta 13ª edición del D’A cabe plantearse, una vez más, la eterna pregunta. ¿Cuáles son los límites del cine de autor?

Vaya por delante que esta edición arrancó con alegría y sin temor alguno a supersticiones y ofrece un abanico muy amplio y estimulante de lo que entenderíamos como autoría. Pese a ello cabe plantearse una vez más la maldita cuestión que, por tener tantas respuestas diferentes, parece no poder responderse.

El D’A 13 inauguró con un lleno en la mayor sala que queda en Barcelona, el Aribau. Crónica de un amor efímero (Chronique d’une liaison passagère, Emmanuel Mouret, 2022) retoma temas presentes en la anterior obra de su director. Mejor dicho, el tema: las relaciones de pareja. Si en Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (Les choses qu’on dit, les choses qu’on fait, 2020) la película se construía a partir de las confesiones de dos personajes sobre su vida amorosa, sus idas y venidas, infidelidades y retornos, esta nueva variación sobre el tema recurre a dos personajes centrales sobre los que gravita la misma temática. En este caso se trata de la historia de Simón y Charlotte, un casado y una divorciada, que empieza como el título indica con fecha de caducidad inminente pero que va alargándose en el tiempo. Tratada con ritmo y tono ligeros, ayudada por las interpretaciones cómicas y sensibles de Vincent Macaigne y Sandrine Kiberlain, revisa temas recurrentes en las comedias románticas francesas: sexo vs amor, fidelidad vs lealtad, sensibilidad vs pasión, relaciones con los ex, relaciones con los ex ex (es decir con los retornados) o con las parejas de los ex o de los ex ex… nada que no hayamos visto en incontables ocasiones, desde Lubitsch a Rohmer pasando por Allen y, cómo no, con el padre Bergman tutorizándolo un tanto severamente, pero manteniendo un buen nivel de humor en guion y agilidad en el ritmo.

Crónica de un amor efímero

Crónica de un amor efímero (Chronique d’une liaison passagère, Emmanuel Mouret, 2022)

Volviendo a la pregunta con la que abríamos el texto cabe plantearse si Mouret llegará a ser un auteur precisamente por desarrollar su obra en torno a una temática muy concreta con un estilo específico o, por el contrario, es un director avanzado  en este subgénero de comedia, autóctono de las Galias, un apartado muy parisino pero en el que numerosos directores y directoras franceses se han sumergido. No pretendemos menospreciar en absoluto esta nueva obra de Mouret, puesto que saca punta con acierto y con sana ironía a todas aquellas frases que decimos cuándo pensamos lo contrario, tratando de quedar bien con la amante o con la esposa, con el amigo o con nosotros mismos, ocultándonos nuestros propios sentimientos, tratando de aplacar nuestros miedos. Esta Crónica… es una diversión conseguida y recomendable para divertirse un buen rato e, incluso, para plantearnos hasta qué punto nuestra vida se refleja en diversos pasajes de la historia.

En el extremo totalmente opuesto a la corrección de la anterior propuesta, se desarrollaron dos propuestas que encajarían con el concepto de autoría pero cuyos autores discutieron sobre el mismo. Por una parte, Joao Pedro Rodrigues presentó Fogo fatuo (2022) una desinhibida fantasía musical homoerótica que narraba la historia del Príncipe Alfredo, bombero vocacional, que haya su auténtico objetivo vital en un compañero homosexual, Afonso, y (dado que el contexto me lo permite) en su manguera. Rodrigues se aleja de la severidad de obras como Morrer como um homem (2009) y desarrolla una fábula gay punteada por canciones de diversos estilos, desde los coros infantiles (tomados de un viejo anuncio de chocolate soluble), el pop, el tecno o los fados (¿o eran los falos?). Hay en la obra una crítica fácil de la monarquía, surgida, según el director, de la aparición en la prensa rosa de personajes regios entre la realidad de un Portugal republicano, como si se tratara de un universo paralelo, así como referencias a temas de actualidad como el covid y los graves incendios que asolan el país. El objetivo, no obstante, es esforzadamente lúdico, con una celebración de la vida y el sexo (en concreto homosexual) tras el periodo de encierro pandémico. A ello se refirió Rodrigues, planteándonos si él debía considerarse autor o porqué los autores debían estar privados de sentido del humor, rechazando el destierro que la comedia sufre del ámbito de la autoría. Pese a tratarse de una obra irregular, la alegría con la que celebra el sexo hace de Fogo fatuo una diversión desenfadada y especialmente lograda en determinadas secuencias como la imitación de las obras clásicas y la coreográfica representación erótica por parte del equipo de bomberos, en el estilo de las fotos de los calendarios anuales.

Imnotep

Imnotep (Julián Génisson, 2022)

La muy original Imnotep (Julián Génisson, 2022) desarrolla una trama próxima al fantástico a partir de una anécdota. Un chófer ve un mensaje de socorro en la tarjeta dejada por un cliente y trata de localizarle. Sus pesquisas le llevarán a una conspiración/maldición que condena a ciudadanos anónimos a ver su identidad suplantada y su imagen utilizada por los archivos fotográficos de internet. Es un tema que habría podido desarrollarse como un episodio de Black Mirror o un blockbuster sci-fi pero cuyo desarrollo y estética le aproximan a las pesadillas trazadas en mundos interiores en tantas obras de novela y cómic. Rodada con un presupuesto ínfimo (según el director, 5000 euros ganados en un bingo), Imnotep está montada en una estructura de planos cortos (tan breves que se me antojó próxima a la olvidada fotonovela), con una fotografía que oscila entre la saturación y la sobreexposición (la referencia citada por Génisson es Soderbergh) y una ausencia de diálogos, recurriendo a un par de citas explicativas y a diversos textos de wasap o publicidad. El resultado de tan peculiar thriller no se resiente por ello, sino que, al contrario, se crece en una aparente sencillez que le confiere cierto aire de urgencia, de mensaje de alerta o de aviso ante una catástrofe en ciernes. Más allá, por otro lado, de la trama (que en conjunto sería el mcguffin de la película) hay imbricada una reflexión sobre la capacidad de las imágenes como receptoras o transmisoras de la identidad. En uno de los monólogos oídos se reflexiona sobre la necesidad de permanencia o de pervivencia en el futuro a través de la pintura, la fotografía y, actualmente, la digitalización de imágenes o archivos. Imnotep rebate la idea con dos argumentos. Por una parte, la caducidad inevitable de todo soporte; por otra, como la película pone en evidencia, la necesidad de gozar al día por que en cualquier momento las imágenes pueden llegar a secuestrar nuestras vidas.

Más allá de recomendar Imnotep y experimentarla, y aunque remito al lector a la entrevista que nuestro compañero Ruben Romero hizo a Génisson durante el pasado festival de Sevilla, no puedo resistirme a contar el comentario que el autor hizo sobre cómo ver cine.  Argumentó que el visionado de las obras debe adaptarse al contexto de la sociedad actual y que el formato no quedará supeditado a los dictados clásicos de calidad y unidad que defienden autores como Scorsese, Nolan o Allen, sino que  según las modas, gustos o premuras del espectador, se desplazará forzosamente de las salas a los monitores o los móviles. Podría ser una boutade o podría tratarse del razonamiento de un autor que trabaja en pequeño formato. Pero el hecho de que en el festival de cine de autor otra directora, Céline Sciamma, debatiera su interés por Tik Tok y formas afines debe llamar nuestra atención.