La revisión de los géneros, en clave minimalista y con indiscutible protagonismo femenino, ha sido la tónica de esta edición. Así ocurrió con la gran ganadora, Un sol radiant. En un festival tan familiar hubo tortas para verla. Un poco porque tenía aura de favorita (había ganado el D’A Film Lab el año anterior) y otro poco por ser un filme rodado a diez manos por Mònica Cambra, Ariadna Fortuny, Clàudia Garcia de Dios, Lucía Herrera y Mònica Tort, directoras locales que, a poco que tuvieran el apoyo de amigos y familiares, ya llenaban las salas.
Todas sabíamos que el cine de Carla Simón —que estuvo por el festival de charleta con Céline Sciamma— tendría una repercusión incontestable en las nuevas creadoras. Lo que no esperábamos es que fuera tanto ni tan pronto. Aunque en su presentación se citaran a Abel Ferrara o Lars von Trier, Un sol radiant tiene una débil premisa apocalíptica —el mundo se acaba por la llegada de un meteorito— pero, en realidad, es puro simonismo. Empezando por su protagonista, Laia Artigas (Mila) que protagonizara Estiu 1993. Siguiendo por el punto de vista, pues es a través de su cándida mirada y su parquedad de palabras, como se nos cuenta la historia. Si el cine nos da la posibilidad de vivir otras vidas, es todo un sueño esta tendencia del cine contemporáneo a retratar a niños silenciosos, ciencia ficción para cualquiera que viva cerca de un chiquipark. Por supuesto, el conflicto de Mila es, básicamente, maternofilial, con una madre (Núria Prims), que intenta capear la extinción mientras organiza una fiesta del fin del mundo en la masía en la que se han refugiado. Y concluye, claro está, con un mensaje final de reivindicación familiar. Bellamente fotografiada y muy contenida, está mucho más interesada en los miedos de hacerse mayor que en los derivados del fin del Antropoceno. Tiene su gracia, claro está, que en un festival tan marcadamente autoral y, por lo tanto, centrado en la visión del mundo individual, el triunfo haya ido a parar a un proyecto colectivo. Cómo se las ingeniaron las cinco directoras para ver las cinco a la vez el combo o tomar decisiones creativas sí que da para una historia de ciencia ficción.
El Premio OpenECAM un Impulso colectivo fue para Sóc vertical però m’agradaria ser horizontal, de María Antón Cabot. Un mediometraje que, como en Un sol radiant, emplea el género para hablar de sororidad y de universos femeninos que, en este caso, están separados por décadas y estratos culturales. Cabot ha imaginado un bucle temporal en el que Sylvia Plath, reina del poema, se cruza con Belén Esteban, reina del pueblo, en Benidorm, reina del kitsch. Benidorm, ya se sabe, es lugar propicio para que ocurra lo inimaginable, como nos contó Ion de Sosa en su Sueñan los androides (2014). La idea es brillante y desternillante, y al espectador le habría gustado saber qué más les ocurre a esos dos iconos más allá de una noche de farra.y confidencias.
El premio de Un impulso colectivo también fue para otra mujer y para otro mediometraje, en este caso, La mecánica de los fluidos, de Gala Hernández López. Pero a diferencia de los dos anteriores premios, que revisten sus revolucionarias propuestas con un evidente clasicismo en su puesta en escena, Hernández López busca plasmar el pandemónium digital en el que nos encontramos enfrascados. Tan interesante como su acercamiento a la misoginia de las redes es su aproximación a la estética de las mismas.
Por último, el premio de la crítica fue para Alexandru Belc y su Metronom. Un nuevo ejemplo del rigor y vitalidad del cine rumano. No le ha ido mal por aquí, pues ya fue premiado con anterioridad en el Festival de Cine de Gijón. Drama político sobre ser joven y rebelde en la Rumanía de Ceaucescu, había ganado el premio a la Mejor Dirección en la sección A certain regard de Cannes. A pesar de tan exitosa carrera, no tiene distribución en España.