La otra realidad: De Chihiro a Suzume

Una determinada fijación en el anime del siglo XXI

En el final de La tumba de las luciérnagas (1988) Isao Takahata dedica una mirada al ahora, cuando los dos hermanos protagonistas pasan de observar la ciudad devastada a ver la nueva realidad de por aquel entonces. Aquella transición une dos tiempos, configurando una reflexión sobre el pasado y el presente y su representación. Es en el siglo XXI cuando, a través de dos nombres propios, conjugamos dos mundos (también) divididos en dos realidades: de la ciudad-balneario de Hayao Miyazaki en El viaje de Chihiro (2001), al limbo espacio-temporal de Makoto Shinkai en Suzume (2022). Aunque sus intereses temáticos son diferentes, esa fijación por representar dos espacios diferenciados es una tendencia muy extendida en el cine japonés. Distintos creadores han perfilado una autoría elaborando esa conexión que aúna y enfrenta tradición y modernidad, lo rural y lo urbano, realidad y ficción… Entre ellos, destacamos cuatro de los nombres más significativos: Mamoru Hosoda, Satoshi Kon, Masaaki Yuasa y el mencionado Shinkai.

Para Mamoru Hosoda, los metaversos son nuevos espacios que actúan como santuarios de refugio. Al igual que la naturaleza y el Japón rural son clave para la sanación de los huérfanos de Los niños lobo (2012), la protagonista de Belle (2021) únicamente puede expresarse de forma segura a través de su avatar virtual. Como barrera entre mundos que supone, destaca en su cine una representación muy realista de las pantallas: desde el diseño de los menús de sistemas operativos hasta la reproducción de efectos como las scanlines y el flickering. Ambos mundos se encuentran siempre conectados: cuando la cuenta digital del protagonista de Summer Wars (2009) es hackeada, se revela también su verdadera identidad dentro de la familia cuasi-feudal japonesa en la que estaba infiltrado.

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Los niños lobo (Mamoru Hosoda, 2012)

Satoshi Kon —fallecido prematuramente en 2010— se esfuerza especialmente en derribar estas barreras entre lo analógico y lo digital, realidad y ficción, vigilia y sueño. Kon viaja constantemente entre ambos mundos mediante imaginativas y fluidas transiciones sin cortes, sólo posibles gracias a la naturaleza de la animación. Frente a un discurso de fuerte crítica hacia la sociedad japonesa  aquella que margina a familias como la de Tokyo Godfathers (2003) o lleva la locura a idols como la protagonista de Perfect Blue (1997), sólo queda el sueño y lo digital como refugio seguro. Como explica en Paranoia Agent (2004), dichos espacios resultan imprescindibles para expresar la conciencia reprimida y evitar la vía suicida.

El caso de Masaaki Yuasa es uno excepcional e inclasificable; con su primera película Mind Game (2004), erige una pieza rotundamente anómala, donde distintas capas de realidad y delirio se superponen al servicio de una animación que muta continuamente en favor de la máxima expresión emocional. Esa explosión festiva y estilizada —donde la animación funciona como catalizador de su propia experiencia— enmarca la obra posterior de Yuasa, distribuida en televisión y cine. Entre sus trabajos más reconocidos está Tatami Galaxy (2010), que plantea una serie de episodios auto-conclusivos que conducen hasta un retorcido what if que desenmascara la propia ficción. O su último largometraje, Inu-Oh (2021), un exuberante musical situado en el siglo XIV que concluye en una pieza de prodigiosa abstracción y termina uniendo pasado y presente.

Por último está Makoto Shinkai, el autor de anime que ha atraído mayor atención mediática durante los últimos años. Con El lugar que nos prometimos (2004) empezó a perfilar una distancia que separa diferentes espacios y amoríos, situando esa frontera como un elemento recurrente en sus películas. Sin embargo, su marca de estilo más distintiva se detiene en la contemplación y admiración —en cuidadosos planos detalle— de aquellas pequeñas gestualidades cotidianas y elementos culturales que remiten al pasado y dialogan con la historia del país. El agua —en forma de lluvias e inundaciones— aparece habitualmente para acentuar esa memoria que recorre tiempo y espacio, inmortalizando las pasiones fugaces, como las estrellas que ven caer los protagonistas de Your Name (2016).

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Your Name (Makoto Shinkai, 2016)

Pasadas más de dos décadas, este diálogo sobre la sociedad japonesa a través del tiempo y su representación en distintos marcos de ficción sigue teniendo lugar hasta ahora. Pero apuntando hacia el futuro, el inminente estreno de la nueva película de Hayao Miyazaki —sobre la que apenas hay constancia de una campaña de promoción—, rivaliza con el frenesí mediatizado y la constante expectación, proponiendo una distancia que conecta al espectador con un pensamiento más prudente y reflexivo. Una distancia (también necesaria) para contemplar otras realidades y formas de hacer cine.

Autores: Fernando Cid y Víctor Dalmau

Este texto ha sido escrito en el marco del curso 2022-2023 de Taller de Crítica de La Casa del Cine (Barcelona). A propósito del seminario “¿Existe un canon del siglo XXI?”, impartido en la misma escuela, los alumnos reflexionan sobre las principales tendencias y movimientos del cine del presente siglo.

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