El director neoyorquino Nick Cassavetes, hijo de la emblemática pareja artística y sentimental Gena Rowlands y John Cassavetes, saltó a la fama con la adaptación de la novela romántica El diario de Noa (2004). Lejos de hacerle justicia al talento de sus progenitores, su carrera está plagada de películas que han ido cayendo irremediablemente en el olvido. Su última apuesta recupera el tono de Alpha Dog (2006), llevando una historia de secuestros y tráfico de drogas a extremos hiperbólicos. La bala de Dios, inspirada en la novela homónima de Boston Teran basada en hechos reales, revela la transformación de un ayudante de policía que, con el objetivo de encontrar a su hija, se verá inmerso en un perverso descenso a los infiernos de la degeneración humana.
Después del brutal asesinato de su exmujer y la desaparición de su hija, Bob contará con la ayuda de Case, exmiembro del culto satánico que ha secuestrado a Gabi, para intentar salvar a la joven de los rituales sanguinarios que ella bien conoce. La película comienza con el rapto de la coprotagonista, utilizando el flashback para poner en paralelo su salvaje entrada en la secta con el que parece ser el inminente destino de la desaparecida. Case arrastra un trauma evidente que intenta paliar con el consumo de drogas, y su principal objetivo a la hora de emprender este peligroso viaje no es otro que enfrentarse al líder del clan, Cyrus, interpretado por un insuficiente Karl Glusman (Love). La caracterización de los personajes podría recordarnos superficialmente a la Familia Manson, pero la relevancia de este anticristianismo va perdiendo fuelle a medida que la cinta avanza, sirviendo únicamente como excusa subdesarrollada para insistir en la condición malvada de sus partícipes. Durante el trayecto, Bob vivirá un proceso de cambio poliédrico: no solo se llenará el torso de tatuajes con el fin de pasar desapercibido en su aproximación a la banda, sino que su psique y moral también se verán afectadas, tornándose un hombre sin piedad cuya sed de venganza acaba por eclipsar los principios religiosos con los que parecía identificarse.
Cassavetes cuenta con un reparto de alto voltaje, entre el que destaca una alienada Maika Monroe (El extraño) como la ex-satánica Case, un estoico Jamie Foxx (Django desencadenado) en el papel del tatuador manco de la secta, y Nikolaj Coster-Waldau, actor danés reconocido internacionalmente por Juego de tronos, en un personaje que transita el camino contrario a los protagonistas de las últimas películas de Paul Schrader, hombres en busca de la redención tras un problemático pasado. En este caso, el fin justifica los medios, aunque estos medios vengan a ritmo de metralleta y estén bañados en sangre. Las numerosas víctimas mortales de la secta, cuyos tejemanejes con la policía introducen una subtrama centrada en la corrupción del cuerpo, son ejecutadas bajo la sentencia “estás cruzando al otro lado”, a modo de despedida de la esfera terrenal.
Sobre un guion caótico y exagerado, el director construye una historia terrorífica sobre la perversión del hombre, una odisea adrenalínica que no deja tregua para el descanso y que en ocasiones podría parecer un videoclip interminable. En este sentido, el atrevimiento es celebrable, pues nunca hubiéramos esperado de Cassavetes una vuelta de tuerca tan rotundamente brutal, a veces rozando lo injustificable, sobre todo cuando la violencia es ejercida contra las mujeres y se muestra explícitamente agónica. Con un metraje que se vuelve excesivo, La bala de Dios no acaba de cumplir con las expectativas iniciales, evitando ahondar demasiado en cuestiones relevantes y centrándose en ofrecer un espectáculo cinematográfico decente, donde la estética visual y una música que alterna clásica con tralla rockera salvan, por los pelos, su imperfección narrativa.