Francia en el reinado del terror
Mientras se desarrollaba el Sitges Festival Internacional de Cine Fantàstic de Catalunya, los terrores cotidianos seguían surgiendo aquí y allá: un nuevo episodio de las sangrientas guerras de Oriente Medio, violencia de género, cayucos hundidos, incremento de la pobreza, episodios de violencia a pleno día, auge de gobiernos fascistas en Sudamérica… En este contexto llamó la atención que un puñado de obras francesas, desde la sección oficial, reflejara el estado de las cosas, recurriendo al género cinematográfico para hablar, metáforas mediante, de la crisis social que salta de las pantallas para instalarse en nuestra realidad.
Salem (Jean-Bernard Marlin, 2023) cuenta la historia de un personaje condenado desde el principio por el entorno en el que vive. Mantiene la estructura de tantas cintas noir en las que el protagonista paga por los crímenes ajenos y no consigue escapar de la telaraña criminal, cayendo una y otra vez en un círculo criminal, pese a los poderes sobrenaturales que cree poseer (y que justificaban su presencia en el festival). En Vermin: la plaga (Vermines, Sébastien Vanicek, 2023) las telarañas llegan a ser más consistentes cuando una comunidad de vecinos debe enfrentarse a la invasión de unas arañas monstruosas en su bloque de viviendas. Más allá de ambos hilos argumentales, la más temible protagonista de ambas es el barrio en que se desarrollan, la banlieu marsellesa. Así pues, Marlin y Vanicek sitúan la acción en un contexto muy preciso, el de los barrios miseria de Marsella en los que la pobreza devora a sus propios habitantes y auténticos causantes del terror. En el caso de Salem, los bloques de apartamentos son los cuarteles de dos bandas de traficantes opuestas y las calles son espacio tranquilo sólo para niños y ancianos, pudiendo convertirse en un ámbito de muerte y venganza de un momento a otro. Es significativo cómo se vacía la calle una vez los alumnos entran en la escuela, dejando espacio para el crimen impune, mientras que el entorno de los bloques de viviendas sólo permite el triste y escaso solaz de una adolescente cuidando de su hijo. De modo distinto pero complementario, Vanicek no busca en Vermin tanto el retrato de la calle como el de la comunidad y pone en escena a un héroe atribulado por sus trapicheos (que, a diferencia del protagonista de Salem, parece haber dejado atrás los delitos más graves), a un grupo de amigos esforzados por mejorar el deplorable estado de su vivienda y a vecinos de diversas etnias que deben lidiar con las periódicas afrentas de un filonazi. Vanicek se alejará, a medida que se desarrolla la trama, del drama social, para sumergirnos en el terror más puro al enfrentar al grupo con los hiperdesarrollados insectos. No obstante, no duda en evidenciar la falta de ayuda externa, oficial, hacia el grupo. Al silencio de los informativos sobre la situación se añade una suerte de reclusión que pone en cuarentena a la comunidad junto a sus depredadores. A diferencia de lo plausible en las cintas americanas, no es un equipo de científicos quienes se desplazan a la barriada, sino que es un cuerpo policial que encierra indiscriminadamente a víctimas y verdugos en el mismo espacio. Vermin es un clásico cuento de terror que consigue un gran nivel de tensión tanto en las secuencias iniciales cuando las pequeñas arañas se propagan pr los rincones de la construcción sin que los habitantes se aperciban de ello como cuando, más tarde, estos deben escapar entre telarañas construídos por los nuevos depredadores. Sin embargo, la propuesta de Vanicek tiene como valor añadido
la denuncia de la marginación a la que estos ciudadanos son sometidos, hasta el punto de ignorar su situación y dejarles a merced de las arañas.
Acide (Just Philippot, 2023) y El reino animal (Le regne animal, Thomas Cailley), por su parte, evocan la tragedia de la inmigración, sólo que en ambos casos ésta corresponde a la de los propios franceses. En la primera, el autor de La nube (2020) presenta la incierta fuga de una familia tratando de evitar unas tormentas de lluvia ácida que pueden acabar con su vida. Desprovistos de cobertura suficiente, se unen a interminables columnas de refugiados que tratan de encontrar protección en Bélgica. El patético periplo de familias enteras o individuos aislados, faltos de agua o alimento, cansados de la marcha e incapaces de contactar con familiares o organizaciones de ayuda es el espejo evidente de aquellos que pugnan, contra viento y marea, de alcanzar el deseado norte y culmina en la secuencia en que la multitud y un puente frágil colisionan, provocando la desagregación familiar. Desafortunadamente, Acide resulta una propuesta poco imaginativa, que no aprovecha sus muchas posibilidades, y la cinta se cierra, desesperanzadoramente, de modo muy brusco. Mucho más interesante, mejor desarrollada en su trama, El reino animal reimagina también la tragedia de la inmigración pero no contempla tanto la errancia como el enfrentamiento entre lo local y lo ajeno, lo desconocido, el otro. La película plantea que una mutación inexplicada transforma a algunos seres humanos en animales, sean simios, pulpos, morsas o quimeras. Habiendo perdido el lenguaje y la capacidad social, el gobierno opta por internarlos mientras no se dé con una solución a su problema. La vida de François y Emile, padre e hijo, cambiará cuando la mujer de uno, madre de otro, se encuentre en tal situación y deban emigrar al sur de Francia para acercarse al centro dónde ella está internada. Cailley confrontará hábilmente a ambos, en cuanto inmigrantes, con la comunidad de la pequeña ciudad a la que se trasladan. Simultáneamente, tanto ellos como los demás personajes deberán enfrentarse al temor que despiertan los mutantes y elegir entre una actitud de ayuda o de agresión hacia éstos. Cailley integra con fluidez la reflexión moral y una narración fluida, con el doble conflicto de un adolescente que debe reivindicar la alteridad frente a la desconfianza de sus nuevos amigos y el del padre que ve cómo su familia se desestructura. Una adecuada puesta en escena naturalista, combinada con los efectos especiales que muestran cómo las mutaciones corren, trepan o vuelan, permite la reflexión entre los adolescentes protagonistas pero también entre los propios espectadores —algo que no consigue transmitir por su inclinación excesiva al drama En attendant la nuit, (Céline Rouzet, 2023), vista en la sección Noves Visions, dónde una familia debe buscar hogar en una nueva comunidad para mantener el secreto de un hijo adolescente cuya vida pende de la ingesta de sangre—. .
Finalmente, Vincent debe morir (Vincent doit morir, Stéphan Castang, 2023) lleva al género a una exhibición de la violencia más gratuita que padecemos. El protagonista del título es un tranquilo diseñador gráfico que sufre inesperadamente repetidas agresiones por parte de amigos o desconocidos sin causa aparente. La situación llega a tal punto que deberá recluirse
en un área rural. No obstante, la situación le persigue y sus esfuerzos por mantenerse a salvo y en paz acabarán en un contexto de luchas desencadenadas a campo abierto. El debutante Castang desarrolla una trama que evoluciona de la comedia absurda al terror, con un atribulado Vincent que pasa de víctima inocente a personaje furioso. Castang desarrolla la
película dotando a las imágenes de gran fisicidad, tanto por el trabajo de sonido, como por los movimientos de cámara, agitados durante las peleas o la puesta en escena que pone al desafortunado Vincent en medio de remolinos de golpes, sudor, sangre, lagrimas… y auténtica mierda. A diferencia de las anteriores, Castang evita dar una explicación excesiva del
fenómeno pero las batallas a campo abierto recuerdan inevitablemente a situaciones de vandalismo sucedidas den las urbes francesas, explosiones sociales para las cuales hay un margen de explicación muy limitado. Son, sin duda, cintas diversas, de diferentes orígenes y orientaciones. Sin embargo, es muy notable su coincidencia temporal y el reflejo (no tan deformado) de una sociedad en crisis que permite trabajar el género fantástico.