La chimera, de Alice Rohrwacher – L’Alternativa 2023

La chimeraCuenta Alice Rohrwacher que su pasión por la arqueología nace de la idea de reencontrarse con un pasado que nos haga comprender hasta qué punto el presente no es más que otra capa de una estratificación, y que también esto será pasado. Dice que el saber lo que otros han dejado en el pasado, la invita a reflexionar sobre aquello que ella misma dejará tras su paso, y que de ahí nace su voluntad de dejar cosas bellas: del hecho de saber que alguien más las va a encontrar. Siguiendo esta máxima, sus películas se construyen como pequeños milagros rebosantes de belleza y lirismo. Navegando siempre entre el naturalismo y el realismo mágico, recubiertos por un sentido de misterio inextricable, como si se tratara de un secreto al alcance de pocos.

Tras cautivar con El país de las maravillas (2014), y deslumbrar al mundo con Lazzaro Feliz (2018), la directora italiana vuelve una vez más a los paisajes líricos y luminosos de su Toscana natal. Esta vez, siguiendo a un grupo de tombaroli, definidos por la enciclopedia italiana como «aquellos que buscan y excavan ilegalmente tumbas antiguas, protegidas por la ley, con el fin de extraer de ellas objetos preciosos o de interés arqueológico para venderlos a aficionados y coleccionistas (especialmente en referencia a las tumbas etruscas del Lacio y la Toscana)». En definitiva, rufianes de poca monta que pasan sus días entre el inframundo y el cielo. Pero dentro de este grupo de arqueólogos bandidos, insensibles al arte que trafican sin saber apreciar, se sitúa nuestro protagonista, Arthur (magnífico Josh O’Connor), un sensible forastero poseedor de un don sobrenatural que le permite encontrar las tumbas más preciadas, y que no actúa motivado por intereses económicos, sino empujado por una fuerza externa que le impulsa a encontrar la belleza que nace del subsuelo.

La chimera

En cierta manera, y continuando con su labor arqueológica, La chimera es una especie de excavación hasta los orígenes de la nación italiana, desde los etruscos, un pueblo espiritual, de costumbres avanzadas a su tiempo y de cualidades artísticas consumadas —prueba de ello son las valiosas tumbas con las que daban sepultura a los fallecidos— hasta la decadencia del  presente. Pasando, claro, por siglos y siglos de historia que han encumbrado al país de la pasta y de la dolce vita en el podio del arte y de la cultura mundiales. Un homenaje a un país viejo pero excepcional, cuya diversa cultura se conforma por una mezcla heterogénea de influencias que todavía se perciben a día de hoy, cuyas ruinas, como la casa que habita Isabella Rossellini en el film, se resisten a sucumbir y bajo las cuales todavía puede florecer la vida —en un claro guiño, la directora bautiza con el nombre de Italia (Carol Duarte) a la joven extranjera que encarna el personaje más vital de la película—.

Y es que si se trata de transformarse o morir, Rohrwacher elige la mutación constante del género, el estilo y la forma. Del relato con elevada carga política al drama, de la slapstick comedy al romance. Con una libertad narrativa —cuyo hermetismo entra en combate con la tradición narrativa cantada a la que rinde homenaje— y formal absolutas, Rohrwacher apela a la Historia del cine en general —y ahí tenemos a Rossellini, leyenda viva por cuyas venas corre la sangre azul del séptimo arte—, al cine italiano en particular —el espíritu de Fellini retumba en sus imágenes—, y hasta al suyo propio, con el que establece un diálogo a través de la revisión de elementos y espacios comunes.

Siguiendo la estela de un hilo rojo, el último vestigio de un amor desaparecido, La chimera se eleva como un relato monumental sobre el cine, sobre Italia, sobre la decadencia moral del mundo en el que vivimos y sobre cómo el arte puede ser una condena y una vía de salvación. Rohrwacher consigue su propósito arqueológico, dejando tras de sí un cúmulo de belleza inabarcable y una idea esperanzadora en su críptico final: el amor es posible, a pesar de todo.