Importando algo más que drogas
Curiosamente, pese a tomar prestado su nombre de la novela que adapta, el título de The French Connection parece más bien aludir directamente a la principal fuente de inspiración del aire renovador que impregnó el nuevo Hollywood a finales de los 60-principios de los 70. La nouvelle vague, con sus innovadoras y transgresoras fórmulas, resultaban de gran atractivo para una generación de espectadores y realizadores que a ese lado del Atlántico tampoco se veían reflejados en “el cine de papá”. Con la guerra de Vietnam de fondo, el surgimiento de la contracultura en sus diversas formas enarbolaba banderas como la liberación sexual o el movimiento por los derechos civiles. Un cambio generacional que no se veía representado en las formas culturales tradicionales y que en el terreno cinematográfico abrazaba con entusiasmo el empuje vanguardista que llegaba de Europa.
The French Connection arranca precisamente en la ciudad de Marsella. La trama de la película nos sitúa en un policíaco basado en hechos reales sobre la lucha contra una red de narcotráfico que importa heroína desde Francia hacia los Estados Unidos. Durante el primer tercio de la película, se intercalan los escenarios de Marsella y Nueva York, creando un fuerte contraste entre ambas localizaciones, el azul intenso y vívido del Mediterráneo frente al gris azulado plomizo del cielo de la Gran Manzana. Las estampas europeas incluso llegan a recordar por su belleza a las ofrecidas por Jean-Luc Godard de la isla de Capri en El desprecio (1963).
De todos modos, el atractivo principal de la película en el momento de su estreno se encontraba en el retrato crudo y realista de la ciudad de Nueva York. Siguiendo la estela de Bonnie y Clyde (1967, Arthur Penn) o Easy Rider (1969, Dennis Hopper), The French Connection se aprovechaba del abandono del código Hays en 1967 así como de las innovaciones técnicas que permitían trasladar los rodajes fuera de los estudios. Revitalizó el cine policíaco con una mirada mucho más cercana y explícita, en una estela que siguieron rápidamente trabajos como The Getaway (1972, Sam Peckinpah) o Serpico (1974, Sidney Lumet). Esta aproximación encuentra su cénit en la famosísima secuencia de la persecución del tramo final. Si bien toma elementos del cine clásico —la tensión y distensión del tiempo que ofrece el montaje paralelo ya era uno de los mecanismos favoritos de David W. Griffith—, sigue impresionando enormemente por su enfoque directo, que no necesita ningún tipo de música extradiegética para reforzar la tensión (el único sonido que escuchamos es el del freno de los coches y el ritmo acelerado de la ciudad).
Aun así, el impulso frenético de la cinta en secuencias como la descrita se ve interrumpido por otros fragmentos de tinte contemplativo, menos recordados pero igualmente destacables. Son frecuentes los momentos en que los personajes simplemente deambulan por las calles, a veces sin rumbo fijo, tanto a pie como en coche, capturando el ambiente y los comercios del Nueva York de la época; revelando un fuerte paralelismo a cómo mostraba Cleo de 5 a 7 (1962, Agnès Varda) la capital francesa en otro título fundamental de la nouvelle vague. Este contraste entre la acción sórdida, desoladora y el ritmo pausado, errabundista deviene en un cierto hipnotismo no tan explorado pero sin duda presente en otros trabajos del cine de Friedkin. La escena que transcurre en Washington D.C por ejemplo, se despliega como un interesante contrapunto a la secuencia de la persecución. Como realiza de manera similar en El exorcista (1973), Friedkin retrata la capital americana con un tono desconcertante, donde la luz tenue y fría resuena en un espacio casi deshabitado pero a la vez extrañamente acogedor, como la calidez que puede transmitir el invierno.
Por todo ello, The French Connection sigue resultando atractiva más allá de su innegable importancia histórica. Supone un documento imborrable del Nueva York de aquel entonces pero también sorprende con hallazgos más allá de los territorios ampliamente explorados acerca de su contribución a la renovación del cine de Hollywood. Un clásico que persiste como un testimonio inquebrantable de la maestría cinematográfica de los años 70.