El libro de las soluciones, de Michel Gondry

La película de las soluciones perdidas

El libro de las solucionesUna de las escenas de la historia del cine que más me ha impactado personalmente es aquella en la que Joel, en la mente de Clementine, trata desesperadamente de evitar que ésta borre los recuerdos de su relación y las secuencias van fundiendo a negro ante la desesperación del exnovio, en Olvídate de mí (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004). Hay siempre en las comedias del francés un pozo de pesimismo que entra, intermitentemente, en ebullición salpicando todas las escenas, entre risa y risa. Sucedía también en Rebobine, por favor (Be Kind, Rewind, 2008) y era harto evidente en La ciencia del sueño (La science des rêves, 2006) y La espuma de los días (L’écume des jours, 2013) en las que el halo romántico o el toque cómico eran rodeados de un hálito trágico.

Parece ser que fue a raíz del rodaje de ésta última y de un diagnóstico de trastorno bipolar que surgió el guion de la actual obra aunque ha tardado años en materializarse. Las referencias en la misma de un episodio animado a mitad del metraje y de una edición en sentido cronológico inverso que aparecen en El libro de las soluciones tienen relación directa con aquella. Queda por saber hasta qué punto la actitud frenética, angustiada, de Marc Becker, el director protagonista de la película, y su relación asfixiante con sus inestimables colaboradoras, Charlotte y Silvia, refleja fiel o libremente la situación vivida durante el rodaje y postproducción de La espuma de los días.

El libro de las soluciones

El resultado es una obra desencajada, en la que dos editoras pugnan por dar consistencia a un material inaprensible ante la renuncia del director de ver el resultado, de aceptar su obra. El libro de las soluciones arranca con la fuga del equipo huyendo con los archivos rodados y el programa de edición de la sede de la productora e instalándose en la casa rural de la anciana tía de Becker. En tono de comedia absurda, se distribuyen los espacios de residencia y de trabajo, pero se va evidenciando que las responsabilidades recaen sobre ambas colaboradoras mientras el director efectúa una fuga hacia adelante. Progresivamente, tras incontables digresiones del protagonista y de la propia película, entenderemos no sólo que Becker está emocionalmente alterado sino que su actitud escapa de la extravagancia para radicarse en la anormalidad, partiendo de la infantilización de elaborar el mencionado libro de las soluciones (en el que, paradójicamente, esboza problemas pero ninguna solución real) a la compra de un caserón en ruinas o el maltrato que infringe a todas aquellas que intentan ayudarle. En paralelo, Becker busca estrategias que permitan salvar la cinta, como la improvisación de una banda sonora con una orquesta local o la incorporación a la misma de Sting tocando el bajo. Tal vez sean situaciones que vivió y sufrió el propio Gondry en su tiempo y que trata, fielmente, de reproducir en esta obra. Desafortunadamente, por verosímil que pueda ser, la construcción de El libro de las soluciones se antoja errática e insuficiente para dar consistencia a una propuesta que es, progresivamente, entrópica e incoherente. La inclusión de un microcorto animado en el centro no parece ser sino un eje de rotación que lanza las diversas secuencias hacia una periferia muy lejana y que desdibuja, suavizando de modo inadecuado, el amargo periplo de los protagonistas.

El libro de las soluciones

Tal vez, por haber salvado finalmente el bache de salud, Gondry evita caer abiertamente en el drama o la tragedia que es la enfermedad y sus consecuencias, y presenta, como es habitual en su filmografía, toda la historia como una fábula, con final que se antoja cuanto menos ambiguo por ser moderadamente feliz (la participación de Sting, la radical desaparición del traidor, el reencuentro con la joven amada y la finalización de proyecto por parte de las dos colaboradoras, auténticas autoras y sostén último de la estabilidad de Becker). El plano final revela, no obstante, que Becker, en última instancia, vuelve a fugarse y elude su responsabilidad dejando, una vez más, a sus amigas en la estacada. La cinta no aclara si es una aceptación de su falta de responsabilidad o si Gondry sigue huyendo hacia adelante. En definitiva, ninguna solución.

Maestro, de Bradley Cooper