Granujas de medio pelo
El mayor robo del siglo se ubica entre dos de las obras más destacades de Friedkin, Carga maldita (Sorcerer, 1977) y A la caza (Cruising, 1980) resultando un intento de desarrollar un proyecto más fácil (a nivel de producción) y con buen resultado comercial tras la atribulada gestación y el fracaso comercial de Sorcerer. El productor, Dino de Laurentiis, estaba también resarciéndose del fracaso de King Kong (John Guillermin, 1976) y llevó a cabo tres películas en el 77 y otras tres en el 78 entre las que estaba la obra de Friedkin. Tal vez sean ambos los motivos de que el resultado es tan correcto como funcional.
El mayor robo del siglo se abre evidenciando un planteamiento ambicioso: impoluta ambientación de los años 40, con música de la época, figurantes suficientes para dar vida a las callejuelas del barrio dónde viven los protagonistas y elaborados movimientos de cámara. Peter Falk y Allen Goorvitz dan vida a dos cuñados, granujas de medio pelo, que se ganan la vida asaltando cajas fuertes o hurtando comida en supermercados y colmados. La película arranca prácticamente con un torpe y risible asalto nocturno a un matadero que se ve interrumpido por la policía y que acaba con el protagonista, Tony, emplumado y detenido, mientras sus colegas huyen llenos de sangre y vísceras animales. Friedkin consigue un cuadro excelente de la delincuencia menor con esa capacidad de plasmar en imágenes la realidad, aunque en este caso no fuera contemporánea a la producción. Así, una vez más, nos hace sentir la suciedad en las calles, la grasa en la cocina del bar mugriento donde sobreviven Tony y Vinnie o las aspiraciones horteras de la familia de ladrones. Mención especial merece una secuencia en la que la cámara recoge con precisión la imagen nocturna del bar solitario, exactamente como aparece en el clásico cuadro de Edward Hopper, Nighthawks. No se trata pues, de un producto descuidado. Friedkin se refería al robo como un suceso que tuvo lugar en su infancia y que le llamó considerablemente la atención por la efectividad con que se dio y la dificultad del FBI (Hoover a la cabeza) para resolverlo. Hay también evidencia del interés que hubo por llevarlo a cabo por el elenco seleccionado, puesto que a los dos citados se añadían otros actores de carácter como Gena Rowlands, Paul Sorvino, Peter Boyle y Warren Oates (que estaba lejos ya de sus papeles protagonistas con Peckinpah).
Desafortunadamente el encanto que tiene la primera mitad, con los torpes intentos de robo similares a los de Rufufú (I soliti ignoti, M. Monicelli, 1958) o los enfrentamientos cómicos entre Falk y Goorvitz, se va desvaneciendo cuando Tony decide llevar a cabo el robo a la central de Brink’s, en la que se recoge y distribuye dinero para diversos negocios. Aquí Friedkin se aplica en una planificación efectiva y clara para entender el proceso del atraco, con numerosas elipsis tras el mismo, evitando agobiar con los detalles del proceso de investigación del FBI. El resultado, aun sin perder el interés, pierde el alma y El mayor robo del siglo se siente, finalmente, como una obra insípida y voluntariosamente menor.