Disparos y argumentos
En la trayectoria final de su carrera, después de haber dirigido para televisión el remake Doce hombres sin piedad: Veredicto final (12 Angry Men, 1997), William Friedkin volvió a dirigir en el año 2000 una película de juicios. El filme en cuestión, Reglas de Compromiso (Rules of Engagement), fue protagonizada por Samuel L. Jackson y Tommy Lee Jones en el papel del Coronel Terry Childers y el Coronel Hayes Hodges respectivamente. En la película, tras una misión de rescate en Yemen liderada por Childers, este es acusado de usar fuerza letal contra manifestantes desarmados. Hodges, su mejor amigo, será el único abogado que aceptará defenderle. Como es habitual en la filmografía de Friedkin, el director estadounidense construye minuciosamente cada escena y no escatima en minutos de metraje para hacer hincapié en la credibilidad de los sucesos y, sobre todo, de los personajes. Es por esto que el juicio, en realidad, solo ocupa la recta final del filme, dándole prácticamente el mismo peso a las escenas bélicas y la investigación que lo preceden. El argumento consigue de este modo explorar un conflicto de lo más delicado desde múltiples puntos de vista, mostrando la maleabilidad de la percepción de la justicia según los intereses de cada personaje. En este aspecto, Reglas de Compromiso resulta interesante al plantear el dilema moral que surge al intentar abordar éticamente un conflicto bélico, juzgando a un “trabajador” para el que la violencia es un elemento implícito de su profesión, algo que dificulta encontrar unas delimitaciones claras. Sin embargo, aunque la trama comienza con una cierta ambigüedad, manteniendo al espectador en la sombra de lo que ocurrió realmente en Yemen, la película no tarda en presentar claramente quienes son los “malos” que buscan sus intereses por encima de la justicia, eliminando cualquier duda de la ecuación.
El filme dispone de dos escenas bélicas, una en Vietnam a modo de introducción y la otra, más actualizada, en Yemen. Lo primero a destacar es la capacidad de Friedkin para escenificar con gran detalle las diferentes épocas y entornos, consiguiendo que cada una de las batallas tenga una identidad visual propia muy marcada, perfectamente distinguibles la una de la otra. La ropa de los soldados, las armas, el paisaje, hasta las tácticas de combate y el enemigo al que se enfrentan los protagonistas, todo está detallado para adaptarse a su contexto histórico. Por encima de todo, el director estadounidense es un especialista en usar todas las herramientas a su disposición para reforzar y transmitir sensaciones, crear experiencias subjetivas que enfrasquen al espectador de lleno en la piel de los personajes. La batalla en Yemen es un muy buen ejemplo de esto, con una cámara agitada intentando seguir a Childers y sus soldados en medio de la polvareda que levantan los disparos, el montaje picado que apenas deja discernir donde se esconde el enemigo, y el incesante cántico de un grupo de protestantes situados en la zona que, junto con los gritos de los soldados heridos, no hace más que aumentar los estímulos de agobio y confusión. Una atmosfera cargada que al alcanzar su clímax y finalizar el combate contrasta con el silencio casi absoluto que, combinado con las imágenes más estabilizadas que muestran con claridad la masacre resultante y la reacción de los soldados que la presencian, genera una sensación de alivio y un impacto desolador a partes iguales.
Con la misma eficacia, y a pesar de ser algo completamente distinto, Friedkin recrea con detalle el proceso del juicio, un vaivén de diálogos en los que hay que mencionar el espléndido trabajo de Stephen Gaghan, responsable de escribir el guion de la película. Con reminiscencias a Algunos hombres buenos (A Few Good Men, Rob Reiner, 1992), el tribunal se convierte en un escenario más tranquilo que los campos de batalla (pero no por ello menos angustiante) donde el peso recae en el enfrentamiento entre Hodges y el fiscal Biggs (Guy Pierce, maravillosamente repelente en este papel), que dependerán de sus dotes retóricas para contrargumentarse el uno al otro. Testigo tras testigo, argumento tras argumento, el director estadounidense graba las teatralizadas exposiciones de los abogados con una mayor frialdad, acorde a la tonalidad tensa del tribunal donde puede que no haya violencia física, pero no faltan la agresividad y los ataques verbales.
Las buenas actuaciones de los personajes principales, la atención al detalle y minuciosa recreación para cada situación tan característica de Friedkin, además de la intensidad de las batallas, tanto a disparos como dialogadas, hacen de Reglas de Compromiso una propuesta muy disfrutable. Una historia que atrapa gracias a sus personajes y que mantiene la intriga sobre el destino de Childers de principio a fin.