Después del éxito de Elvis (2022) de Baz Luhrmann, en la que descubrimos la exuberante y acelerada vida del Rey del rock and roll, Sofia Coppola nos muestra el contraplano de Priscilla Ann Beaulieu, su mujer, o, mejor dicho, uno más de sus caprichos. Retratar la vida de la mujer de Elvis Presley parece ser uno de esos retos que le gustan a Coppola, quien ya se aventuró en su momento a explorar la figura de la mujer de Luis XVI y reina de Francia, María Antonieta (2006). Pero, esta vez, la protagonista no está encerrada en el palacio de Versalles, sino en Graceland, la famosa mansión del Sr. Elvis, en Memphis, Tennessee.
El mundo de una adolescente se ve tambaleado cuando recibe la atención del chico popular. Son innumerables las películas que se rigen debajo de esta premisa, sin embargo, esta vez es diferente, ya que este chico es el mítico Elvis Presley, encarnado por un brillante e irreconocible Jacob Elordi. A partir de una mínima interacción con él, la vida de Priscilla (Cailee Spaeny), una niña de tan solo 14 años que vivía en Alemania se fue volviendo cada vez más claustrofóbica y solitaria a medida que avanzaba su relación. Deslumbrada por su fama y su poder, Priscilla cayó prisionera de la más grande y admirada estrella del momento, y ese sueño de adolescente se convirtió en una pesadilla. La sombra de Elvis era tan grande que ni siquiera ella misma se veía. Que la película se mantenga estrictamente firme en la perspectiva de Priscilla es clave para comprender cada una de sus capas. El enorme contraste del fuera de campo con la propia trama hace que el espectador se pueda perder en su ritmo, sin embargo, la sutileza con la que la directora de Lost in Translation (2003) elabora cada imagen reivindica su grandeza.
Con Priscilla, Coppola, quizá por su propia experiencia, sigue explorando qué supone ser mujer en un mundo de hombres. Como en Las vírgenes suicidas (1999), la protagonista es víctima de su propia condición como mujer, pero, por suerte, Priscilla, al ritmo del I Will Always Love You de Dolly Parton —una canción que siempre quiso grabar Elvis, aunque nunca le dejaron—, logró salir de esa jaula de oro en la que estaba encerrada y empezar a vivir su propia vida. Es significativo también que la película de Coppola cuente con menos de la mitad del presupuesto que la de Luhrmann, una contraposición perfecta que deja por ver el trabajo que aún queda por hacer.