Todos necesitamos a alguien. Esta podría ser la premisa de Desconocidos, la nueva película de Andrew Haigh basada en la novela Strangers de Tachi Yamada. Un relato que se construye a través de la fuerza de los recuerdos, la esperanza y la búsqueda de conexión en un mundo que cada vez nos aísla más del resto de seres humanos.
Adam (Andrew Scott) es un escritor solitario que sufre un bloqueo creativo. Su estado de aislamiento del mundo no le permite avanzar y su cambio de dinámica llega con la aparición en su vida de Harry (Paul Mescal), un vecino con quien empezará a intimar sexual y emocionalmente. Esta novedad en su anodina rutina depresiva despertará el trauma de la muerte de sus padres cuando él era un niño. La aparición de Harry en su vida le hace querer avanzar y, para ello, necesita arreglar las cosas con sus padres a quienes va a visitar periódicamente a la casa donde convivían años atrás.
Sin duda, el aspecto más potente de Desconocidos es el apartado actoral, pues cuenta con apenas cuatro intérpretes, pero todos ellos están a un nivel altísimo. Andrew Scott destaca como niño-grande de ojos tristes y consigue mostrar un abanico de emociones muy amplio. Paul Mescal vuelve a brillar en un papel de hombre destrozado por la vida, como en Aftersun (Charlotte Wells, 2022), transmite fragilidad en todo momento y todas sus intervenciones se mueven al límite del llanto. Por último, los dos actores que interpretan a los padres de Adam, Jamie Bell y Claire Foy, transmiten muchísima verdad y elaboran unos personajes muy complejos con pocos minutos de pantalla. Con ayuda de un potente guion, los encuentros entre padres e hijo logran un impacto emocional realmente intenso, que en otros rostros podría cruzar la línea del melodrama sentimentaloide más fácil, pero que en este caso enmascara muchas capas de complejidad.
Los aspectos técnicos de la película también están muy trabajados, especialmente el montaje y la fotografía, que nos transportan a un universo onírico y atemporal. Las escenas fantasiosas de conexión familiar se mezclan con la vida real en la fría e impersonal capital británica y uno no consigue saber en ningún momento qué es sueño, qué es pesadilla, qué es realidad o qué es fantasía.
La cinta puede entenderse como una especie de reverso tenebroso de Petite Maman (Celine Sciamma, 2021). Los mecanismos que la cineasta francesa utilizaba para contarnos una fábula, aquí Haigh las usa de arma arrojadiza para elaborar una pesadilla de la que ni el personaje principal, ni el espectador quiere salir. La película goza de algunos elementos fantásticos que funcionan a lo largo de la cinta, aunque el final es algo explicativo y rompe la magia elaborada a lo largo del metraje anterior. Sciamma nos tomó por suficientemente maduros como para no abordar lo que algunos llamarían agujeros de guion. En Petite Maman, esos agujeros son la madriguera de Alicia por donde nos perdemos. A Andrew Haigh, por otro lado, le tiembla el pulso en el último momento y necesita anclarnos en la realidad, para asegurarse de que el mensaje queda claro. No por ello se pierde eficiencia narrativa ni emocional, pero choca bastante con el relato del resto del filme.
Desconocidos es una película de monstruos. De hecho, es una película de fantasmas. Los fantasmas de nuestros traumas, nuestros bloqueos y nuestra propia mente. Andrew Haigh nos habla a través de muy pocos elementos de como la ausencia de compañía nos encierra en una burbuja donde lo real y lo forzosamente imaginario se mezclan y no nos permiten reconocer nuestro reflejo en el espejo. Desconocidos es una película sobre el confinamiento mental, que nos recuerda a la soledad y al ejercicio de fortaleza emocional que el mundo entero vivió hace apenas cuatro años.