Y por fin, una amiga en la senda solitaria.
También parece estar a la espera de algo: una intervención, un desatino, un punto y seguido. Sin edad para el recelo, con ese optimismo de las que todavía no han emprendido el camino. Pero expectante, por simple empatía para con sus mayores.
Unos días de transición en el claro del bosque, arremolinadas en torno a la hojarasca. Volveré o no volveré. La una está ahí para despedirse de la geografía emocional que habitara su madre. La otra retiene el aliento y espera caer de pie y seguir avanzando, funambulista fou de los pesares ajenos. Ambas tan parecidas, ambas con tantas ganas de huir de las angustias con sordina de quienes dicen quererles.
Requiebro del destino, broma infinita, consanguinidad intuida. Cinta de Moebius lírica que une a quien fue y a quien pudo no haber sido; verbigracia: a madre e hija, a la no nacida y a la no viva. Patio de juego quimérico en el que (re)encontrarse y atentar contra el eterno retorno: porque nada vuelve a ocurrir del mismo modo, en el mismo río, junto a idénticos testigos.
¿Y si se pudiese tener una última aventura acuosa en el vientre de la pirámide junto a quien nos engendró y nos impuso el olvido? Céline Sciamma nos devuelve a la Arcadia, invoca a quienes yacen a dos metros bajo tierra y nos labra, con los aperos de labranza de la memoria infantil, el campo que creíamos en barbecho, abandonado en la margen izquierda de la eternidad.
Top 2021 – 5. La ruleta de la fortuna y la fantasía (Gûzen to sôzô), de Ryûsuke Hamaguchi