Dos chicas a la fuga, de Ethan Coen

Dos chicas a la fugaLa balada de Buster Scruggs (2018) supuso un punto y aparte en la filmografía de los hermanos Coen como dúo artístico. Había llegado el momento de emanciparse como directores, y Joel, el primero en dirigir en solitario, estrenó en 2021 una arriesgada revisión de Macbeth protagonizada por Frances McDormand y Denzel Washington. Su debut en solitario destacaba por una apabullante fotografía en blanco y negro y una expresividad cinematográfica sublime, muy alejada de sus trabajos anteriores. Un poco más ha tardado Ethan en aventurarse a coger las riendas de la ficción sin su hermano, en una cinta coescrita junto a su pareja sentimental, la montadora Tricia Cooke, con quien ya está preparando la segunda parte de esta trilogía de temática lesbiana, de momento titulada Honey Don’t y que supuestamente verá la luz el próximo año.

Lo primero que llama la atención de Dos chicas a la fuga es su reparto, capitaneado por la polifacética Margaret Qualley, a quien descubríamos en la última cinta de Tarantino, Érase una vez en… Hollywood (2019), y quien nos dejó noqueados con su interpretación en la miniserie de Netflix La asistenta (2021). Junto a ella, varios nombres destacables completan el cast: Pedro Pascal, encargado de abrir la película, Beanie Feldstein, coprotagonista de la ópera prima de Olivia Wilde Superempollonas (2019), Colman Domingo, que aparecía en la última temporada de Euphoria (HBO) o Matt Damon, en su segunda colaboración con el director tras Valor de ley (2010). Todo apuntaba en la dirección correcta, pero pese a lo llamativo del envoltorio, Ethan Coen nos deja con cierto sabor agridulce en nuestras retinas.

Dos chicas a la fuga

Jamie y Marian, dos amigas de Filadelfia, deciden emprender un viaje hacia Tallahassee (Florida): la primera porque su novia Sukie la ha echado de casa tras descubrir que le era infiel, la segunda para visitar a su tía, pero también porque necesita algo de aventura en su anodina existencia. Ambas alquilan un coche y es entonces cuando empieza esta road movie típicamente americana en la que la contraposición entre sus protagonistas resulta en una acumulación gratuita de clichés sobre lesbianas. Jamie parece haber sido engullida por el típico fuck boy, liga sin remedio y su comportamiento atrevido, a veces demasiado naif, contrasta con el carácter recatado de Marian, quien lleva demasiado tiempo sin acostarse con una chica, pero que a la mínima posibilidad prefiere quedarse en la habitación de una pensión barata leyendo a Henry James. Ante el personaje de Jamie, es inevitable pensar en la emblemática Shane de The L Word, la famosa serie queer de la primera década de los dos mil. Ocurre que existe un decalaje generacional considerable entre ambas producciones: casi veinte años en los que la representación de la mujer homosexual en pantalla se ha llenado de matices, generando poliédricos personajes que nada tienen que ver con los de antaño. Podríamos pensar que Coen quiere jugar con los tópicos para reforzar el carácter satírico de la cinta y acabar construyendo una especie de crítica, pero es en el tratamiento de la sexualidad entre mujeres cuando resulta difícil pasar por alto la inevitable mirada masculina, aun contando con un punto de vista femenino en la escritura del guion.

El pinchazo de una rueda servirá para descubrir el macguffin de la trama: un maletín que ocupa el lugar de la rueda de recambio. ¿Y qué es lo que esconde? Durante todo el metraje pensaremos en lo obvio, un buen montón de billetes que permitirá a las chicas alojarse en el resort de lujo al que acuden tras dejar atrás el motel de carretera. Sin embargo, tendremos que esperar hasta el final para descubrir por qué una panda de hombres trajeados llevan toda la película en su búsqueda. 

Dos chicas a la fuga

Próxima al cine que los Coen realizaban conjuntamente, por la acumulación de secundarios y el tono de comedia negra, Dos chicas a la fuga se desinfla a medida que pasan sus escasos 84 minutos: celebramos la exageración interpretativa de los personajes, e incluso el trance psicodélico que nos sorprende con el cameo de una celestial Miley Cyrus, pero una vez descubrimos el pastel, este no acaba de saciarnos. A ratos entretenida, se convierte en una obra menor muy lejos del excelente nivel al que nos tenía acostumbrados el tándem de Minnesota, cuyo reencuentro tras las cámaras seguiremos anhelando hasta el fin de sus carreras.

La balada de Buster Scruggs, de Joel Coen y Ethan Coen

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