Dune. Parte dos, de Denis Villeneuve

Jesucristo Superstar

Dune. Parte dosDenis Villeneuve resulta un autor destacado entre el pobre panorama hollywoodiense actual. Dentro del contexto de una ola de cine de ciencia ficción a mediados de los años 2010 (considerando únicamente 2015 encontramos Interstellar de Christopher Nolan, Mad Max: Furia en la carretera de George Miller, y Marte de Ridley Scott), Villeneuve consiguió no sólo abrirse un hueco con La llegada (2016) sino continuar siendo relevante más allá de modas pasajeras. Afianzándose como uno de los más notables directores-autores del Hollywood actual, ha construido su universo personal predominantemente desde este género que le valió la popularidad.

Sabemos que la ciencia ficción, bajo ese barniz de fantasía lleno de mundos lejanos y futuros posibles, suele habitualmente describir en realidad nuestro propio pasado; como enarbolando aquella máxima que nos empuja a estudiar la Historia para no repetir sus mismos errores. Al igual que la trilogía Fundación de Isaac Asimov presentaba una analogía cósmica a la transición que vivió la humanidad desde el Imperio Romano al Renacimiento en el planeta Tierra; la obra de Herbert nos habla del colonialismo, del autoritarismo y del fanatismo religioso, inquietudes políticas muy contemporáneas a los tiempos de su autor. Resulta curioso no obstante, cómo en el caso de Dune: Parte Dos (Denis Villeneuve, 2024) esta doble lectura sobre la Historia puede entenderse también en clave metacinematográfica, encuadrándose en su significado dentro de la historia del séptimo arte.

Dune. Parte dos

Pese a haberse estrenado a principios de mes, no ha sido hasta la llegada de los días festivos de Semana Santa que he conseguido descubrir la continuación de esta nueva adaptación del clásico de Herbert. Más allá de la temática religiosa del argumento de la novela, Dune: Parte Dos recuerda poderosamente a otras películas que asociamos a este periodo del año como Ben-Hur (William Wyler, 1959) o Los diez mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956). En los años 50, la llegada de la televisión supuso el primer gran revés para la hegemonía del cine y los estudios buscaban epopeyas grandilocuentes y superproducciones de metrajes infinitos para intentar subrayar la diferencias entre la pequeña y la gran pantalla. Hoy en día consideramos esa época como una de las más pobres de la industria americana, siendo una de las causas que llevó al surgimiento del cine de la modernidad al otro lado del Atlántico y posteriormente a una renovación profunda de Hollywood. Podemos considerar los tiempos actuales como similares a aquella crisis. De nuevo la televisión (en este caso con la llegada de las suscripciones y las plataformas) está vaciando las salas y de nuevo la industria se defiende con grandes epopeyas y metrajes quizás excesivamente alargados.

En el caso de la última película de Villeneuve (que al igual que la primera parte, sigue teniendo ecos en la Interstellar de Nolan, como revela la importancia del trabajo de Hans Zimmer en el sonido de la propuesta), las casi tres horas de duración para contar sólo la segunda mitad de la historia se antojan excesivas. Pesan sobre todo al traducirse en algunas inconsistencias de ritmo en gran parte debidas a un montaje que no logra proporcionar cohesión al conjunto. Individualmente, cada escena funciona internamente con gran belleza y solemnidad, aprovechándose del juego de luces y sombras que permite el planeta desértico y sus sobrecogedores atardeceres, con composiciones contemplativas donde el desierto infinito desborda los márgenes del cuadro. También se aprecia una cierta influencia del cómic, con predominancia de planos densos de duración media donde la cámara apenas se mueve entre corte y corte. Acaso como si existiese un cierto ensimismamiento en este abordaje, la conexión entre diferentes escenas se nota falta de una mayor coherencia. La narración se siente casi asfixiada entre estas postales visuales de carácter casi episódico, encontrando su peor faceta en un desenlace abrupto, como necesitado de un mayor tiempo de proyección si cabe.

Dune. Parte dos

Pese a estos altibajos logra disfrutarse por presentarse como una de las pocas superproducciones autorales no centradas en la nostalgia que ofrece el estado actual del cine mainstream. Aunque ante la más que probable posibilidad de una secuela, surge de nuevo el recuerdo a la crisis de los años 50 (y al Nuevo Hollywood que trajo) y cabe preguntarse cuándo llegará (si llega) el Nuevo Hollywood de nuestros tiempos (y quién lo ofrecerá).

Interestellar (2014)

Mad Max: Furia en la carretera (Mad Max: Fury Road, 2015)