Es evidente que vivimos en una era de contenido reciclado. En taquilla arrasan las secuelas, precuelas y remakes. Esto, a pesar de no ser intrínsecamente negativo, denota una patente falta de originalidad en los gustos del mainstream. Aunque un subproducto de este tipo puede parecer poco estimulante a nivel creativo, en muchas ocasiones, grandes cineastas han demostrado que existen enfoques nuevos para historias antiguas. La película original siempre estará ahí. Por lo tanto, debemos descubrir que puede aportar la producción de una nueva narración de la misma historia.
En 1977, William Friedkin estrenó su revisión de El salario del miedo, de Henri-Georges Clouzot. Friedkin quiso contar la misma película adaptando los elementos al público estadounidense de la generación posterior a la que vio en su estreno la cinta francesa. Carga maldita tenía más desarrollo de personajes y más espectacularidad en sus imágenes, aunque perdía en otros aspectos respecto a la película original, inimitable en su tensión y camaradería. Friedkin demostró que se puede volver a contar la historia de cuatro hombres que transportan nitroglicerina en un camión, siendo fiel al relato original y aportando ideas nuevas que complementan el visionado del filme de Clouzot.
Volviendo al siglo XXI, Netflix ha estrenado, en esta era del reciclaje audiovisual, otra nueva versión de El salario del miedo. La producción vuelve a Francia, pero la narración se aleja de la selva sudamericana. Esta vez, los camiones tendrán que atravesar el desierto de un país en conflicto militar para salvar un campo de refugiados que está cerca del pozo petrolífero en llamas. Este cambio de ubicación, aunque se diferencia de las otras dos versiones, es el primer síntoma de que existe un gran déficit de comprensión de la historia original. Si las versiones de Clouzot y Friedkin hablaban de la batalla perdida del hombre contra la naturaleza, esta nueva adaptación, a manos del realizador Julien Leclercq, debe colocar los obstáculos en otros seres humanos, pues el desierto no ofrece demasiada resistencia.
Y es que el filme queda reducido a poco más que una película de acción en la que los desafíos que encuentran los conductores quedan reducidos a unos cuantos disparos y en el que se intenta concentrar una trama política sin demasiado sentido. Los personajes son poco creíbles, pues las decisiones que toman no solo son malas decisiones (como podían serlo las de los personajes de Friedkin), sino que son incoherentes con lo visto de los personajes hasta el momento.
Los únicos aspectos redimibles de esta película los encontramos si tratamos de ignorar la existencia de las dos propuestas preexistentes y evidentemente superiores. Para aquellos espectadores que no conozcan la película de Clouzot, la de Leclercq puede pasar por una película de acción relativamente entretenida que permanecerá en el catálogo de Netflix durante más tiempo del que estará en la memoria de aquellos que lo vean, pues tiende a caer en muchos lugares comunes y resulta predecible y poco estimulante.
Al fin y al cabo, el mayor pecado de El salario del miedo (2024) es haber pretendido pasar por una nueva versión de un prestigioso clásico por motivos comerciales, pues la cinta no tiene, ni por asomo, la vocación cinematográfica que sí tenían las películas de Clouzot y de Friedkin. Es probable que con esta fachada de remake —al final es más un homenaje que un remake— consigan más visionados en la plataforma, pero a la vez se pegan un tiro en el pie de cara a la crítica, pues la comparación con dos de las mejores películas de acción de todos los tiempos es inevitable.