Malviviendo en Portugal
El cine portugués suele traer obras notables al D’A. Este año la cosecha consistió en cuatro películas, dos de autores noveles, y un muy estimulante díptico de un director consagrado y ya conocido en el D’A, Joao Canijo.
Mal viver / Viver mal (João Canijo, 2023)
1. Conocíamos a João Canijo por su arrebatado Sangue do meu sangue (2011), un conflicto familiar en un contexto empobrecido. La propuesta dual que ahora propone, en torno a los habitantes de un pequeño resort, dueños, familiares y clientes, y recuperando las actrices de aquella película, era lo bastante atractiva para esperarla con sumo interés.
Mal viver gira en torno a la familia que rige el hotel. La propietaria, Sara, regresa con Salomé, su nieta, tras la muerte del padre de la joven. La madre de Salomé, Piedad, una mujer depresiva que se separó años atrás de su esposo, recibe a ambas con sumo desagrado, frente a la aparente neutralidad de su hermana Raquel. Entre necesidades del servicio, dudas acerca de la viabilidad del negocio y apuntes sobre los clientes, las cuatro mujeres desarrollan una serie de desafíos sucesivos que tienen lugar en la cocina, el comedor, la piscina o las salas comunes del hotel.
Canijo enfrenta a Sara con Piedad y a ésta con Salomé, mientras Raquel mantiene cierta distancia con el conflicto, aunque establece otro con Ángela, su compañera y amante. Sucesivamente se van dando enfrentamientos entre todas ellas cuyo pasado se va revelando más y más doloroso, responsable de heridas no cicatrizadas. El director desarrolla una suerte de duelos entre las mujeres iniciándolos con conversaciones tensas que van incrementando progresivamente el tono de agresividad. En numerosas ocasiones, uno de los personajes se sincera con otro, sin apercibirse de que un tercero (que frecuentemente es el blanco de los comentarios) está escuchando la conversación al otro lado de la puerta o de la pared. De modo sucesivo, se irán levantando todas las cortinas que ocultaban secretos o que contenían cargas de desprecio y rencor hasta que se puede identificar el aire enrarecido en los pasillos y las salas del hotel. No es ajeno a ello, una vez más, la fotografía de Leonor Teles, alejada de la luminosidad utilizada en Baan, que otorga, mediante una luz tenue, pero en absoluto cálida, la sensación de claustrofobia. El sonido industrial o el de la lluvia, que parecen ser continuos en el exterior del edificio, contribuyen a esta sensación de tensión continua.
Como melodrama que se precie, Mal viver arrastra mucho dolor. Sara querría que Piedad haga de madre compasiva de Salomé, pero la furia adolescente de ésta se lo impide. Por su parte, Piedad se ha acostumbrado a su papel de doliente y parece ser inmune a las críticas de su propia madre y de las demás, adoptando una actitud de menosprecio hacia las demás. Entre unas culpas no asumidas y otras, se descubren personajes que no pueden evitar ser mártires y otros que no pueden evitar ser crueles. La actitud abusiva de Sara y la dolorosa de Piedad (un personaje que pasa de enervante a patético) darán pie a un final inevitablemente trágico. Canijo, no obstante, opta por la contención y Mal viver se cerrará con un terrible grito en silencio, visto desde el exterior del edificio, en el que quedan encerrados sus habitantes, condenadas a una cárcel existencial.
2. Complementando la excelente Mal viver, Canijo optó por recoger retazos de las historias de los clientes que, ajenos a la tragedia familiar, se cruzan durante tres días con las de sus anfitriones, completando el melodrama. Viver mal se rodó simultáneamente y sus personajes van apareciendo en diversas secuencias de la obra anterior, secuencias que se repetirán más ampliamente en esta ocasión. No obstante, es una obra menos libre puesto que las tres historias que la conforman, narradas sucesivamente, se adaptan a relatos de August Strindberg, con unos resultados que padecen una insuficiencia en la descripción de algún personaje o, en el contexto de sus respectivas trayectorias.
La primera historia gira en torno al Sr. Jaime, un habitual del hotel, y su pareja, una influencer que no cesa de fotografiarse, en cama, en las escaleras del hotel, en la piscina o en la cena. El discurso de ambos gira básicamente acerca de sus respectivos intereses en flirtear con otros y abandonarse mutuamente. Una suerte de duelo entre un Valmont y una Merteuil de baja estofa que acabará, amargamente para ellos, en tablas. La segunda historia formaría parte de un thriller de conspiración entre un recién casado que ningunea totalmente a su pareja por estar liado con la suegra y pese al tono de turbidez que Canijo confiere al relato, cojea por falta de información de contexto. Finalmente, el tercer episodio gira en torno a los esfuerzos de una madre hipercontroladora para que su hija se aparte de la novia que tiene, despreciándola por ser de clase inferior.
Viver mal es una obra sólida que consigue transferir el mal rollo de sus personajes y pone en la picota la institución familiar, evidenciando la hipocresía que reina en la sociedad y se ceba especialmente con las mujeres. Comparada con su “hermana mayor”, este spin off se siente inferior por no estar completado a nivel argumental y porque los personajes no tienen tiempo de alcanzar la consistencia de las protagonistas de Mal viver. Aun así, João Canijo convierte con este díptico el hotel en una casa encantada que hunde en la miseria a todos los que lo habitan, transformándoles en fantasmas de sí mismos.
Baan (Leonor Teles, 2023)
Una película milenial para milenials. L, una joven portuguesa colaboradora en un taller lisboeta de arquitectura, sigue sufriendo su última ruptura amorosa, cuando conoce a K, joven de origen chino, nacionalidad canadiense y espíritu errante, con la que inicia una relación de amistad que progresivamente se intensifica, mientras ambas lamentan no encontrar su lugar en el mundo (Baan significa hogar, casa). Pero hay poco más que contar. Para compensar tan sucinto argumento, Leonor (¿L?) Teles alterna la narración cronológica con breves secuencias en Hong Kong que pueden interpretarse como flashbacks o como fugas oníricas de la protagonista. El juego de situar a L en escenarios asiáticos ora Hong Kong, ora una Lisboa llena de ecos visuales de China, permite a Teles una narración fluida en la que luce su excelente fotografía, con dominio de la luz, tanto natural como artificial. La precisa combinación de imagen con las canciones en la banda sonora resultan en una producción notable que se ve con sumo agrado, pero, tal vez por remitir excesivamente al estilo de Hou Hsiao Hsien o Wong Kar Wai, Baan deja cierta sensación de vacío y distanciamiento con la actitud de los personajes. Resulta inevitable pensar en el mismo vacío que emanaba de la sobrevalorada Vidas pasadas (Past lives, Celine Song, 2023), cuyos personajes estaban en una situación semejante, lejos de su hogar y lejos de su corazón. De hecho, siento como lo más relevante de la historia el exabrupto que otra asiática le espeta a K, expatriada por triplicado y activista por la igualdad para con los emigrantes, al recordarle que, por mucho que se lamente, todos ellos no son sino un grupo de privilegiados, que pueden permitirse trabajo, vivienda y fiestas en el lugar del mundo que prefieren. Menos lobos, caperucita.
Légua (Filipa Reis, João Miller Guerra, 2023)
Elaborada a cuatro manos en la dirección y a diez manos en el guion, el proyecto corría ya mucho riesgo. Légua es una obra original, interesante y apreciable, pero parece sufrir de una divergencia de intereses autorales que rompen su estructura, con apuntes sucesivos en distintas direcciones.
Ana y Emilia son dos gobernantas que cuidan un caserón y las tierras cultivadas que lo rodean en una zona montañosa de Portugal. Emilia se ha dedicado a ello toda la vida y es exigente con el trabajo de Ana, más joven, que sigue sus instrucciones obedientemente. Los directores observan las actividades diarias de ambas (la limpieza del menaje, la colocación precisa de manteles y sábanas) preparando el espacio para unos dueños que no aparecen en una versión lusitana de Lo que queda del día (The Remains of the Day, James Ivory, 1993). Ana, aun viendo como su familia se disgrega para conseguir mejor nivel de vida, con hijos en la universidad y un marido que emigra a Francia, opta por seguir lo que ella considera un deber.
Légua toma una ruta muy concreta cuando Emilia enferma gravemente y Ana se mantiene a su lado. Es decir, no se mueven del caserón, haciéndose responsable de los cuidados que precisa la anciana. Siendo precisamente el momento clave, los directores no consiguen transmitir con precisión el tono que quieren dar a la cinta. Por una parte, Ana se aísla de sus familiares, pero no parece que éstos se preocupen por ello. Por otra, hay ambigüedad en la relación entre Ana y Emilia, pues, al no transmitir sensación de ternura, da la impresión de que Ana se dedica a Emilia como quien limpia una pieza más de la cubertería, no como quien respeta al profesor que la ayudó personalmente o la instruyera profesionalmente. Tampoco la opción final que toma Ana, encerrada en su fortaleza, transmite un estado de ánimo o un objetivo específico: ¿se ha enajenado, aspira a ser la dueña eterna de la fortaleza, el trance con Emilia ha sido sólo parte del desarrollo de sus responsabilidades? Hay buenos personajes, buenas historias en Légua, y los dos personajes principales son tratados con respeto por el grupo de autores, pero da la sensación que ninguno de ellos consiguió desarrollar la película que realmente quería.