Las películas deportivas suelen tener una fórmula bastante rígida. Historias de superación, montajes de entrenamiento y una vida personal complicada son los elementos que definen un género que acaba resultando bastante limitado. Por supuesto, Luca Guadagnino no se rige por las normas de los géneros, y su última película, Rivales, rompe con muchas de las expectativas de cualquiera que la vea, incluidos aquellos familiarizados con la filmografía del cineasta italiano. Guadagnino construye un melodrama deportivo, que, aunque aleje el foco de la faceta deportiva, solo puede funcionar si sus protagonistas son atletas, pues su punto de vista es esencial para el tono de la película. La trama sigue distintos momentos en la relación entre dos jóvenes tenistas (Mike Faist y Josh O’Connor), y como su vida cambia cuando se cruza en su vida otra superestrella de la raqueta (Zendaya).
La joven promesa del tenis Tashi Duncan (Zendaya) verbaliza en una escena que el tenis es como una relación, lo que no dice (pero da a entender a lo largo de la película) es que, para ella, las relaciones son como el tenis. Los personajes de Rivales entienden la vida como una competición, y un triángulo amoroso se vuelve más intenso que la final de Roland Garros. Construir un relato romántico con tanta intensidad puede ser un arma de doble filo, es decir, plasmar la vida en pareja como un partido deportivo (con su estrategia, sus ataques y sus momentos de defensa) puede resultar algo melodramático para el espectador. Por eso, Guadagnino toma la inteligente decisión de dirigir la película como si también se tratara de un partido de tenis, elevando la puesta en escena al nivel de tensión que demanda la narrativa.
Todo el equipo de la película está en el mismo bando que su director, pues todos los aspectos técnicos y narrativos están subidos de intensidad hasta tal punto que rozan la caricatura, sin abordarla nunca. La película no pide permiso ni perdón por las decisiones que toma, a veces muy extremas. Desde la maravillosa banda sonora electrónica de Trent Reznor y Atticus Ross, hasta las grandes interpretaciones del trío protagonista; se elabora un tono exagerado y frenético que convierte las imágenes en un mecanismo hipnótico. Si hablamos del reparto, Guadagnino vuelve a dirigir la mirada hacia la sensualidad de tres actores jóvenes y guapos, con planos detalle de gotas de sudor y músculos tensionados. El tenis se convierte en sexo y el sexo en tenis. Como cualquiera que haya visto Call Me by Your Name (2017), y recuerde la escena que protagonizan Timothée Chalamet y un melocotón, podrá corroborar, el cineasta italiano tiene facilidad para conectar el mundo del sexo con el de la comida. En el caso de Rivales, la tensión sexual latente, pero contenida, entre los dos personajes masculinos se evidencia por el hecho de que, cuando comparten escena, solo consumen alimentos falomórficos (perritos calientes, churros, plátanos…).
Otro de los aciertos de la película es la construcción de los personajes. En primer lugar, por el guion de Justin Kuritzkes —marido de Celine Song: responsable de otro triángulo amoroso, el de Vidas pasadas (2023)—. El libreto de Kurtizkes plantea unos personajes egoístas, calculadores y con segundas intenciones. El diálogo nunca deja claro lo que piensan, pero consigue que el espectador nunca se fíe de ninguno de los tres tenistas que se definen en el film como “los peores amigos del mundo”. Para entender todo aquello que el texto no explicita, tenemos las interpretaciones de tres de los proyectos de estrella más interesantes del Hollywood actual. Los tres son personajes despreciables, pero su carisma y belleza consiguen negar al espectador hasta el mínimo parpadeo, la dirección de Guadagnino los eleva a la condición de estatuas de mármol, imposibles de no admirar. Y es que el mayor responsable del éxito de Rivales es Luca Guadagnino, que entiende qué tono debe tener la cinta y se permite el lujo de jugar con la cámara todo lo que le apetece. Planos subjetivos de la pelota de tenis, encuadres imposibles, discusiones a base de panorámicas laterales que desvían la mirada como si de Wimbledon se tratara o la machacona (en el mejor de los sentidos) banda sonora por encima de los diálogos; son solo algunos de los recursos que el cineasta utiliza para dar una estética hortera, pero que a la vez, cuida los detalles al extremo. Si, además, tenemos en cuenta el montaje que mantiene la histeria de la película, pero que permite dar saltos temporales hacia adelante y hacia atrás con una maestría que impide que el espectador se pierda, el éxito está asegurado.
Luca Guadagnino ha conseguido con Rivales el equilibrio perfecto entre el cine de autor y el cine comercial. Con un reparto llamativo y una premisa sencilla, pero con una serie de elementos formales que la distancian de cualquier otro drama deportivo o romántico que hayamos podido ver antes. Una cinta frenética, sexy y tensa, que encuentra sus mayores virtudes en su ritmo, su construcción de personajes y su puesta en escena.