La frontera entre el viaje y el sueño se difumina en un parpadeo o en una bocanada de aire. Cruzando esa línea y configurando distintas interpretaciones, Sirocco y el reino de los vientos (Benoît Chieux, 2023) explora la posibilidad de un relato abierto a la imaginación que comprende su virtud onírica desde su progresivo descubrimiento.
Tras hacerse con el premio del público en el Festival de Annecy del año pasado, el debut en el largometraje de Benoît Chieux —colaborador habitual del director Jacques-Rémy Girerd, autor de La profecía de las ranas (2003) o Tante Hilda! (2013)— resulta en un estimulante viaje animado a través de la mirada de dos niñas, las hermanas Carmen y Juliette. Ambas se verán abocadas a otro mundo cuando de las páginas de un libro se desprenda un simpático personaje, al que seguirán de vuelta saltando desde una rayuela mágica. Este planteamiento carrolliano convierte la madriguera en el propio libro, uno que todavía escribe su autora, una amiga de la madre de las dos protagonistas. Sumergidas en esa otra realidad, las hermanas transmutan en dos gatos de rasgos antropomórficos —remitiendo al clásico de Gisaburô Sugii, Night on the Galactic Railroad (1985) o la más reciente y reivindicable El secreto de los Perlimps (2022) de Alê Abreu—. Ahí, Sirocco y el reino de los vientos despliega su potencial expresivo, mostrando una historia desde la virtud de la inocencia y su observación revolucionaria.
En su tratamiento formal, la película de Chieux dialoga con las grandes propuestas de la animación francófona del presente siglo, definiendo su propia identidad mediante la escuela que la precede. Además, es posible identificar parte del encanto retorcido de Felix Colgrave o el imaginario de Hayao Miyazaki, cuya influencia es reconocible en la presentación de sus criaturas y escenarios. Esa fascinación por la construcción del mundo que habita entronca con el mismo entusiasmo que sus personajes principales tienen por recorrerlo. En ese aspecto, gran parte del encanto recae en su constante revelación, infundiendo al espectador en esa sucesiva apertura, donde no le importa desplazarse de la acción principal para fortalecer su entorno. Para su definición, el director se apoya desde el uso del color y la composición, destacándose en la acumulación de gigantes nubarrones en movimiento y su contraste con la dimensión que ocupan los personajes en el espacio aéreo, como aquella ala delta roja con la que se desplazan, que con su larga extensión parece sacada del videojuego Journey (2012).
Más allá del viaje de Carmen y Juliette —acompañadas por Selma, una famosa cantante del reino con aspecto de ave—, la historia ocurre previamente desde la narración de Agnès (la escritora), quien define la naturaleza original del relato. Desde ahí, es posible interpretar el viaje como parte del sueño que toma la misma mientras las niñas exploran su hogar, o, por lo contrario, dotarlo de la vida intrínseca e independiente que realmente habita dentro de sus páginas. En cualquier caso, la película no busca una resolución clara y se deja embelesar por esa comunión de carácter espiritual y artístico, donde la ficción salvaguarda el tedio de la realidad y viceversa.
Como una invitación a la lectura y su exploración, Sirocco y el reino de los vientos evoca su inspiración con la fuerza de un temporal, tanto para quienes ven las historias con el afán de reconocerse como para quienes desean perderse en ellas. Otro gran triunfo animado que demuestra su inconmensurable virtud expresiva y cinematográfica.