Como un sueño del que nunca termina de despertar, Hong Sang-soo proyecta los recuerdos desde su identidad borrosa y contradictoria. Esto es algo reconocible en su intrincado dispositivo narrativo, revisando continuamente sus imágenes desde distintos puntos de vista para revelar su virtud contextual mediante la relación que estrecha la ficción y el mundo onírico. Para quien escribe, volver a ver Hill of Freedom (Hong Sang-soo, 2014) ha servido para confirmar esta idea que orbita a su alrededor, descubriendo una película que se apodera de ese recuerdo que el director confía al espectador a lo largo de su extensa filmografía.
De una forma peyorativa, hay quienes señalan una repetición formulaica en todas las películas del cineasta. Lo cierto es que (evidentemente) hay una constante insistencia en su obra, comprobable en una serie de circunstancias y preocupaciones comunes que ensamblan unas y otras por diferentes lados. Sin embargo, esta especie de nebulosa fílmica que crea existe desde una voluntad expresa, conformando un todo plagado de rostros y lugares que sostienen una relación entre sí. Por eso, resulta iluso asumir su individualidad con la actitud de quien se sabe el truco de magia; llegados a este punto, su prolífica carrera existe desde la revisión de un engranaje cinematográfico cada vez más complejo, trazando un diálogo consigo mismo desde el fondo y la forma.
Después de la retorcida narración de In Another Country (2013) —insólita (y primera) colaboración entre la actriz Isabelle Huppert y el surcoreano—, la película que ocupa este texto resulta ligeramente más concentrada y concisa en su propósito, aunque igualmente ambiciosa artísticamente hablando. En esta ocasión, también cuenta con un actor internacional en su reparto, se trata del japonés Ryo Kase (Outrage, Restless, Nuestra hermana pequeña) quien interpreta a Mori, un hombre joven que viaja a Seúl con el propósito de reencontrarse con una persona que es importante para él. Esta información es dada mediante una carta que el propio Mori envía a Kwon (Seo Yeung-hwa), una mujer que lee lo que este relata de su estancia en la ciudad y la búsqueda de dicha persona. Estos dos estadios de la ficción situados en distintos tiempos —el de ella (que lo lee) y el de él (que lo vive)— se ven interrumpidos cuando a Kwon se le caen los papeles, desordenando su contenido y justificando esas contradicciones que se dan cuando continúa la lectura. Por si fuera poco, en su experiencia, el visitante japonés no logra dar con su objetivo y su perspectiva de los hechos viene condicionada por los efectos del alcohol y las largas horas que pasa durmiendo, denotando ciertas conductas depresivas que hacen (todavía) más confuso su viaje.
A través del cambio de página de Kwon —mostrado en pantalla como una cortinilla entre una secuencia y otra—, la historia principal abraza esa cualidad somnífera y extraña que suspende el tiempo en un continuo sinsentido de idas y venidas. Entre ellas, sucede que el protagonista da con un perro perdido, sirviendo este hecho —uno recurrente en su obra— como detonante de un encuentro casual entre él y la responsable de la mascota (Moon So-ri), quien regenta una cafetería. Además de ella, en su alojamiento también dará con otros personajes que fortalecerán su desconexión con el entorno, que se verá reforzado —como ya ocurría en la película anterior— a través del uso del inglés como idioma intermediario, creando una serie de desencuentros e incomodidades entre soledades que chocan.
Con esta cualidad desprendida, Hong Sang-soo crea un oasis alrededor de Mori, haciendo de su experiencia —narrada en off desde lo que escribe— un viaje sin dirección. Estos personajes —sin inspiración, sin rumbo— tan propios del director engendran una tristeza inmensa, acercando la vulnerabilidad de sus anhelos y arrepentimientos. De esta manera, su transparencia —proyectada y escrita— queda reflejada en unas imágenes en continua evolución, encerrando al protagonista (literalmente) en un amor imposible y sin escapatoria.
Como mencionaba en los primeros párrafos, esta especie de confusión alcoholizada —sumada al resto de su trabajo— produce un efecto sorpresa al regresar de nuevo a ella, modificando los recuerdos previos desde su propia concepción dramática y febril. Destilando este proceso en su base, Hill of Freedom logra dar con una críptica y monumental elegía, capaz de observar la posibilidad de un desenlace a su desamparo, pero volviendo —pesimista— al sueño eterno de la realidad.