“¿Quién es Anora?” es el gran interrogante que mueve la última película de Sean Baker, quién ya nos la presenta semidesnuda en los primeros segundos que abren la película. Una bailarina erótica, y a tiempo parcial trabajadora sexual, que utiliza su desnudez como un disfraz impecable. Detrás de esta máscara se esconde realmente una chica despierta, perspicaz e hirviente que no se hace llamar Anora, si no Ani. Poco a poco iremos recogiendo los pedazos de ella que se van rompiendo y que dejan ver realmente su verdadera piel. El simple rechazo de la protagonista a su nombre completo ya nos da la primera pista para enfrentarnos a una película sobre la identidad, el poder y los sueños.
Anora, quién se hace llamar Ani, es una joven veinteañera de Brooklyn que vive con su hermana en los suburbios de la ciudad, en una atmósfera dominada por viajes en metro, vapers e interacciones sexuales como si fueran bizums. No obstante, no hay pena. No hay estigma, no hay terror, no hay clichés. Vemos la rutina de Ani como si la viéramos trabajar en un supermercado. Un trabajo del que no tiene intención de salir. Sin embargo, su día a día es trastocado por la aparición del hijo de un oligarca ruso, Ivan, en el club de striptease en el que trabaja de forma regular. Tras desvelarnos que Ani es también de origen ruso y que domina algo la lengua, el jefe decide que ella es la adecuada para ofrecer los mejores servicios durante la noche. Lo que empieza siendo un singular encuentro nocturno, pronto se convertirá en una oferta que Ani no podrá rechazar: pasar con el joven una semana entera a cambio de 15.000 dólares. Aunque pueda parecer el logline de Pretty Woman, esta premisa da media vuelta, en espiral y dos backflips, cuando en un viaje improvisado ambos deciden casarse en Las Vegas. A partir de ese momento, al igual que una pastilla efervescente, la historia se despliega para mostrarnos realmente quién es Anora.
Entre sonrisas y suspiros Baker admitía, minutos después de recoger la Palma de Oro de la 77 edición de Cannes, haber cumplido un sueño. La calma en los ojos de Baker respondía a algo que compartía de forma literal con los medios “igual este premio me consigue algunos dólares más para seguir haciendo películas.” Dinero y sueños. Y es que todo está ahí, el director jersiano sigue tirando de los mismos hilos. Con ellos, va tejiendo secuencia a secuencia una trenza de únicamente dos mechones. Dos fantasías, dos realidades. Y es que la duplicidad del romance entre Ani e Ivan es vital para el avance de la propia historia, que va mucho más allá de lo que cada uno de los personajes quiere.
Por un lado, tenemos a Anora, interpretada por una voraz Mikey Madison (Scream, Once Upon a Time in Hollywood) que aceptó trabajar en el proyecto cuando aún no había ni un guion escrito. Tanto ella como Baker han hablado del proceso del guion en varias ocasiones durante todo el recorrido mediático que lleva la película. El director tenía la idea del film pero no es hasta que encontró a Mikey cuando empezó realmente el proceso de escritura. Y es algo que se siente de forma clara durante toda la película. Tanto la entrega y el trabajo de la actriz, como la construcción del personaje de Anora son de una artesanía minimalista. La precisión del acento, la soltura del baile, el cinismo encantador, las hostias que pega. Justamente es su fe ciega la que logra hacernos empatizar con ella. Es un personaje descarado pero que se permite soñar y, junto a ella, nosotros nos permitimos también creernos su fantasía. Madison ha hablado recientemente de la importancia que ha tenido el libro Modern Whore: A Memoir de Andrea Werhun, tanto para el guión como para la construcción de su personaje. Un acercamiento a la realidad de las trabajadoras sexuales y un recorrido por las ideas equivocadas de la profesión. Con este libro como biblia, Anora se alza como un personaje con distintas identidades, complejidad, verdad y carácter.
Al otro lado del altar, tenemos a Ivan. Interpretado por un joven Mark Eidelstein, al que la crítica no se cansa de comparar con Timothée Chalamet. Una aproximación tremendamente vaga, pues es tan solo en el físico y en la frescura de sus interpretaciones que podemos equipararlos. Mark vino a esta película a jugar y es exactamente lo que hace. Ivan es un niño rico que consigue enternecernos por su aparente ingenuidad, su torpeza, su gracia. Pero al igual que Anora, dejarán ver sus aristas más vulnerables solamente a partir de la ruptura de la ensoñación, porque ésta evidentemente tiene su fecha de caducidad. Ambas interpretaciones del matrimonio conviven bajo el silencio dominado por la fiesta, las drogas, las amistades y el vacío de una mansión.
La luna de miel les dura por tanto más bien poco, ya que es justamente a partir de la unión entre ambos que la pastilla cae al fondo del vaso y todo empieza a burbujear en espiral. Cuando la noticia llega a la familia de Ivan a través de redes sociales, Baker decide romper con la premisa romántica tradicional y bajarla a la realidad. Esta ruptura viene acompañada también de una pequeña fisura del punto de vista. Baker pasa el testigo de repente a Toros, un hombre armenio encargado de mantener a raya al joven ruso. Toros envía urgentemente a Garnick, otro de los canguros de Ivan, a la mansión para anular el matrimonio cuanto antes. En esta misión le acompaña Igor, un gopnik (término ruso para referirse a matón de clase baja) musculado, serio e intrigante que se convertirá en uno de los elementos más importantes del film.
Cuando el director nos transporta hasta Toros, los puntos de vista empiezan a unirse en una salvajada de secuencia que cambiará el rumbo del ritmo, del tono, del montaje, de los personajes. A la triada que conforman los armenios y el gopnik ruso se le sumará Anora, que luchará con garras y dientes para mantener a flote su sueño mientras intentan encontrar a Ivan, que se ha dado a la fuga. Es a partir de esta búsqueda que el director empieza a dibujar de verdad los personajes que más le interesan. Unos personajes con entidad, sin estereotipos. Aunque estamos del lado de Ani, cuesta mucho encontrar a los “malos” del film. Cada personaje tiene sus propios motivos, inquietudes, aspiraciones, necesidades. Todos rompen con los estigmas que tanto nos pesan. Es gracias a esta construcción tan justa que cuesta identificar a los ganadores y a los perdedores de la historia. Todos y cada uno de ellos se moverán por una cuerda muy fina en la que ponen en juego todo para conseguir lo que quieren. ¿Cuál es el límite de cada uno? Es lo que más le interesa a Baker. Es por eso que una de las mayores virtudes de Baker en Anora es este casting tridimensional, por el cual también tiene el crédito.
Hay distintos pilares sobre los que Baker traza esta aventura asalvajada. Uno de ellos es el trabajo de los cuerpos. La fisicidad es también protagonista y se explora tanto a partir del baile, como del sexo, como de la violencia. Pero también está en los pequeños gestos. La exposición y la figura de los personajes permite conocerlos como individuos y también conocer la relación entre ellos. Sin duda el humor es la vía por la que más explota este eje. Baker consigue estallar a la audiencia con gags visuales inteligentes pero a su vez mínimos: Ivan deslizándose por el suelo impoluto de la mansión, Garnick sujetándose la nariz que sangra o Igor jugando con un bate. Y es que el cuerpo está en el corazón mismo de la película y de la propia Anora. En esta película coral todos intentan opinar, dominar, tocar y juzgar a Anora, quien tendrá que saber más que nunca cuál es su precio. Ani es un personaje que se gana la vida bailando pero durante la película conseguirá que los que bailen a su alrededor sean los demás.
El trabajo de cámara y de luz que Baker y su director de fotografía Drew Daniels plantean sigue la línea de lo que habían sembrado anteriormente en Red Rocket. Vuelven a rodar en analógico y en una relación de aspecto panorámica, pero esta vez la cámara tiene una entidad ligada directamente con Anora. A nivel lumínico Daniels consigue crear atmósferas que beben de los espacios reales, sin renunciar a una estética propia y total de la historia. Esto lo consiguen porque conocen a la perfección y saben sacar el máximo partido de cada localización en la que ruedan. Los lugares que se recorren durante la película son parte esencial de la identidad del film, y de la propia Anora.
La puesta en escena, el montaje e incluso los movimientos de cámara intentan resolver la misma pregunta que planteaba al principio. La cámara está de su lado, los zooms están muy presentes en el inicio, como un pequeño gesto de acercamiento. De colocarnos bien cerca y sentir su propio latido, que sin duda tiene su reflejo en el montaje. Ejemplo de ello es la equiparación del sexo que mantienen Ivan y Ani al principio, rápido, salvaje, entrecortado. Ani en un momento dado le pide al joven disminuir la velocidad, y de la misma manera que Ivan empieza a ir más lento, la cámara y el montaje acompañarán el propio ritmo de Ani.
Aunque se ha comparado el estilo de realización con el de los hermanos Safdie, lo único en lo que he podido pensar personalmente es en en las screwball comedies o en películas de los ochenta. Baker siendo tan cinéfilo es también muy visionario y rompe con lo establecido ofreciéndonos un plato distinto de la misma receta. Ejemplo de ello es el trabajo de la violencia. Cuántas veces hemos visto escenas pasadas de freno, Friedkin, Scorsese, de Palma. Pero Baker justamente va en el sentido opuesto. Nos enfrentamos a personajes que se cuestionan a sí mismos, que no nos dan aquello que nos pesa tanto, una violencia dada y ya estigmatizada de la que cuesta escapar. La violencia siempre es muy fina, narrativa y rompe con patrones tremendamente arraigados de nuestro cine.
Pero el logro más grande de Anora se encuentra sin duda en el humor. El humor es la clave para entender porque en cierto momento llegamos a bajar la guardia y conectar con una realidad tan ajena a la nuestra. El humor es lo que nos conecta con la realidad en Anora. Nos reímos porque lo entendemos, porque nos vemos reflejados de alguna manera. Y no exagero cuando digo “reír”. En la sala arrebatada en la que pude ver la película antes de su estreno los asistentes soltaban carcajadas como hacía años que no escuchaba. El film es un carrusel de emociones, de tono, de género. Todo con un destino final: maquillar una realidad que aflora del todo únicamente en la última secuencia del film. Para hablar con libertad pero sin desvelar nada relevante, solamente destacar que la relación entre Anora y Garnick es de una naturaleza extraña. Es sin duda la gema del film. Por un lado, por la increíble interpretación de Yuri Aleksándrovich, pero por otro, porque es el único personaje que parece entender a Anora. En el tercer acto, ambos mantienen una conversación en el sofá grande y ajeno de la mansión. El director consigue dibujar en este diálogo un mapa que permite decodificar todo el significado de la película. Una secuencia en la que tenemos la guardia bajada, preparada para la escena final, donde la verdad y la crudeza nos escupe en la cara. Gracias al humor, Baker consigue entrar dentro de nosotros y llegar a nuestras zonas más vulnerable. En The Florida Project el director nos brindaba un regalo de final. Una coda llena de la fantasía más honesta de nuestra protagonista. En Anora Baker hace lo contrario. Nos endulza al principio pero no deja espacio para una sonrisa final. Aterriza todo lo que ha ido planteando a fuego lento y rápido, y lo consigue hacer sentir completamente conectado a todo el film. Es decir, aunque es un cambio de registro feroz, nuestra mirada ha sido entrenada durante las dos horas anteriores y la última secuencia se siente completamente imprescindible.
Sin embargo, Baker aún hablando del trabajo sexual por quinta vez en una de sus películas, es en esta ocasión en la que siento que realmente pone la mirada en el lugar que toca. Sin dar ninguna lección, consigue entregar al público un espacio idóneo de libre interpretación. Un lugar, no obstante, sin estigmas. Remueve los estereotipos y se acerca a los márgenes de la prostitución permitiendo verdaderamente una re-representación. Lo acerca desde el respeto, sin duda, pero lo consigue gracias a la curiosidad. La proyección en Cannes de la película no es la más relevante para el director. Semanas antes de su estreno internacional se realizó un pase privado para bailarinas y trabajadoras sexuales en Los Ángeles, que en gesto de amor por el film aplaudieron con los tacones durante una larga ovación.
Y es que Baker vuelve a plantear temáticas contemporáneas relevantes, no problemáticas. Se adentra en lugares dominados por la representación superficial, sucia y dañina y consigue sacar personajes dignos, fuertes y empoderados. Porque la película nos habla de Anora, pero a partir de ella descubrimos el retrato de muchas otras más.