Corría el 25 de marzo de 2001 y Michael Douglas anunciaba ante la audiencia del Shrine Auditorium & Expo Center de Los Ángeles (y del mundo entero) que el Oscar a la mejor película del año 2000 era para Gladiator, de Ridley Scott. Este, junto a los otros cuatro galardones con los que se alzó esa noche, encumbraron a la película protagonizada por Russell Crowe como el mayor éxito crítico y comercial del año. Ridley Scott había triunfado erigiendo una historia puramente Hollywoodiense a través de elementos del péplum y de la narrativa shakespereana. La meticulosidad técnica del cineasta inglés, junto a interpretaciones y diálogos memorables y una banda sonora descomunal de Hans Zimmer, convirtieron a Gladiator en un clásico inmediato.
El legado que mantiene Gladiator la coloca en un estatus con el que es difícil competir con una secuela. Es uno de esos casos donde hay todo que perder y nada que ganar (excepto dinero), y resulta sorprendente que Ridley Scott, a sus 86 años, se vea con ánimo de arriesgar su prestigio con una película como Gladiator II. Sin embargo, Scott nunca se ha mostrado demasiado preocupado por la imagen que pueda tener el público de su figura como director y nunca ha tenido miedo de enfrentarse a películas de difícil recepción (Prometheus, Napoleon). Lo que parece haber tenido claro desde el principio es que, a pesar de ser una película diferente a su predecesora, Gladiator II es una secuela y debe rimar a nivel tonal y estructural con la original sin querer ser una copia, pues la búsqueda de la imitación es una condena asegurada.
La acción se establece 16 años después de los eventos de Gladiator y su punto de partida echa por tierra rápidamente todo lo acontecido en la película original, sin olvidar ser consecuente con sus eventos. El guion vuelve a dejar claro que la opresión de los poderosos es un estado más natural que la democracia y que la lucha por la justicia debe ser perpetua. Por lo tanto, recuperamos la carga política de la primera película y las batallas de gladiadores volverán a convivir con tramas de lucha de poder. El protagonista de la cinta es Lucio (Paul Mescal), el hijo de Lucilla (Connie Nielsen) y Máximo en la entrega original, ahora desterrado en tierra extranjera y devuelto a Roma como gladiador. Su personaje rima constantemente con Máximo y recupera la figura del que lo ha perdido todo y se enfrenta al emperador en busca de venganza. Estructuralmente, la película no imita la fórmula de Gladiator, pero resuena constantemente con ella, lo que funciona a nivel narrativo e insiste en la ciclicidad de la historia. Como ya hizo, de forma mucho más obvia, Francis Ford Coppola en Megalopolis (2024), Gladiator II es muestra de que la historia antigua (concretamente, el Imperio Romano) nos habla de los cambios políticos de la actualidad y, lejos de contradecirse, Scott refuerza el mensaje de la primera película.
Ridley Scott siempre ha demostrado talento para esconderse tras la cámara y no buscar un estilo cinematográfico propio, sino adaptarse a la historia y a los personajes. Últimamente, este “no-estilo” se ha visto magnificado por su edad y experiencia y sus trabajos más recientes lucen una dirección todavía más invisible. En esta nueva película, el cineasta hace gala de menos alardes que en Gladiator y su filme se asemeja más a un blockbuster de acción como tantos otros. En 2024 nos encontramos con un Scott que abusa menos del ralentí, que se olvida del filtro sepia y que confía más en el poder del CGI para encontrar la épica. Y, a pesar de que la película tiene un ritmo muy contagioso y la carga épica es alta para los estándares del Hollywood actual, sus herramientas se notan menos originales que hace 24 años. El director sustituye, por ejemplo, monólogos imponentes y personajes profundos por una violencia mucho más gráfica y combates más grandes para compensar este déficit.
El mayor acierto de la obra como secuela es su tono, pues dialoga con su predecesora de forma que, a pesar de ser inseparables, su dinámica es complementaria. Si en la Roma de Scott han pasado 16 años y el pueblo necesita batallas navales con tiburones en el coliseo porque ya está aburrido de lanzas y escudos; se presupone que el espectador de 2024 ya no se impresiona con las imágenes del cambio de milenio y necesita magnificar la escala de las batallas para sorprenderse. La película parece ser plenamente consciente de que no va a estar a la altura de una obra como Gladiator y se acerca al mainstream para contentar al espectador más casual. Apuesta todas sus cartas a la continuidad narrativa y a una técnica depurada pero poco sorprendente.
Las interpretaciones son sólidas y destaca un Denzel Washington en estado de gracia que resulta magnético como usurpador ambicioso. El reparto principal es más grande en número que en la original, ya que, la falta de complejidad en sus personajes se traduce en más arquetipos simples. Si en Gladiator, Russell Crowe se debatía entre el soldado traicionado, fiel a Roma, y el hombre de familia que lo ha perdido todo, ahora tenemos estos tropos divididos entre Pedro Pascal (el soldado) y Paul Mescal (el hombre herido). Si Joaquin Phoenix era el emperador malcriado, infantil y sádico; ahora tenemos dos hermanos emperadores (Joseph Quinn y Fred Hechinger) repartiéndose esos roles. De nuevo, se nota que la película no confía en contener toda la carga de la anterior versión y busca compensarlo con estrategias narrativas algo torpes, pero muy efectivas.
Al fin y al cabo, Gladiator II no deja de ser un blockbuster de acción muy eficiente, que luce su presupuesto con un gran diseño de arte y en un reparto muy solvente; pero que vive a la sombra de una predecesora que no le permite brillar. Las decisiones estéticas y narrativas que toma definen muy bien al cine más reciente de Ridley Scott, pues son inteligentes y consecuentes, pero no destacan por su riesgo u originalidad. Era difícil esperar que Gladiator II estuviera a la altura de su título y, probablemente, era injusto pedírselo. A pesar de ello, no se esconde queriendo ser algo que no es y establece una serie de paralelismos con la entrega original que la hacen complementaria sin derrumbar el prestigio que tenía la cinta con Russell Crowe. La continuidad es clave para la cinta, pero establece su propia narrativa y sabe utilizar su posición como secuela para establecer un mensaje ideológico bastante interesante.