En más de una ocasión he sentido la sensación de amar tanto a una persona que he querido atravesar su piel. En alguna que otra también, he tenido el impulso de intentar en mi mente acariciar una espalda, una mano, una nuca de alguien que no me correspondía. Distintos anhelos que ni siendo reales podría poner en imágenes. Luca Guadagnino, sin embargo, consigue acercarse bastante al representar estos impulsos en Queer: un viaje sublime sobre el deseo, los sueños y la identidad.
Son dos voces las que convergen en el último film del director italiano. Por un lado la del autor del libro con el mismo título en la que se basa la película, William S. Burroughs. Y por otro lado, la de Guadagnino, que lleva esta historia autobiográfica a su propio mundo, intereses e impulsos. Convergen por tanto dos tiempos, dos miradas, dos deseos. El libro del escritor estadounidense es la continuación de su primera novela Yonqui (1953), una obra que narra los conflictos interiores y exteriores de un adicto a la heroína.
¿Qué habrá de Guadagnino en Queer? La cuestión es que parece que ha utilizado esta historia para seguir explorando temáticas que ya ha tratado anteriormente. Esta nueva película, la segunda que estrena este año tras el increíble éxito comercial de Rivales (Challengers, 2024), parece ser una vuelta de tuerca de Call Me by Your Name (2017). Hace siete años decidió contar una historia sobre dos hombres que se enamoran a partir de una sencillez cálida, naturalista y un tanto minimalista. Una sola óptica captura los rostros, la piel, el verde del norte de Italia. Unos escenarios reales, palpables, llenos de una vida que parece que conozcamos. Sigue unas reglas que él mismo se impone yendo a la esencia de las relaciones románticas efímeras. Todo lo que aprende y se demuestra a sí mismo Guadagnino en la película protagonizada por un primerizo Timothée Chalamet, lo hace explotar en Queer. El reciente film es un ejercicio cautivador sobre la posibilidad de las imágenes puestas a disposición de una historia protagonizada por dos hombres que se aman en tiempos asíncronos. La tensión que nace de este gesto es bella, erótica y un tanto agria. La historia tiene lugar en esta ocasión en un México surrealista, ajeno de nuestras miradas y puesto a disposición de unos personajes definidos por lo queer, que en esta película parece tener que ver con todo, menos con la sexualidad.
Unas postales íntimas e intrigantes abren los créditos iniciales de la película. Varios objetos descansan en camas distintas. No da casi tiempo de identificar lo que hay, parece que son cosas cotidianas que te llevarías de viaje: cigarros, mapas, gafas, ropa. Lo que parece ser un simple prólogo, puede leerse también como un código de lectura del propio film. Como si fuera la Madalena de Proust, la cama se convierte en el detonante que llevará a nuestro protagonista a recordar todo un viaje dominado por la intimidad y los momentos vividos en todas esas camas.
Tras este collage de imágenes, descubrimos a William Lee, el ojo a partir del cuál veremos esta historia. Lee es un hombre estadounidense en México que vive sus días dominado por el alcohol, encuentros con jóvenes y conversaciones en bares frecuentados por homosexuales americanos. Merodea por lugares y personas, y siempre parece estar al borde emocionalmente. Es alguien enternecedor, romántico y un tanto ridículo con un ansia sexual insana que intenta saciar durante las noches. Este hambre no es nada comparable con el intenso deseo que sentirá al conocer una madrugada al joven y atractivo Eugene Allerton (Drew Starkey) en una escena rodada a cámara lenta y al ritmo de Nirvana. En las calles oscuras de la ciudad y llenas de gente, Lee distinguirá entre los locales la mirada penetrante y autoritaria de Eugene. Tras un jugueteo divertido y entrañable, ambos pronto establecerán una relación de amistad que empezará a desdibujarse entre sábanas, alcohol, sexo y afecto. El personaje de Daniel Craig se abrirá en canal y descubrirá una luz que hacía tiempo que no veía, y de la mano del joven viajarán por Ecuador en busca de Yagé, una sustancia que cree que le ayudará a conectar con el joven Eugene a un nivel mayor.
La película se desdobla a partir de esta aventura por la jungla. Poco antes descubrimos una de las sombras de Lee: es heroinómano. Una de las razones, y única explicación por las que está en México. Lee huye de un pasado que solo podremos leer a partir de sueños extraños y fragmentos inconexos. Información que aparece en el libro anterior de Burroughs y que Guadagnino decide dejar fuera de esta narración. Una decisión que me parece inteligente y atrevida. Estos vacíos que se extienden a través del film y que ocasionan a veces una lectura difícil e inaccesible van en una línea que está guiada por algo que tiene que ver más con la intuición. Algo que me hace pensar en el director David Lynch, que nos dejaba recientemente, que reconocería estos huecos narrativos como elementos que permiten al público soñar y encontrar una propia interpretación.
No es casual que la primera cita de la pareja sea en el cine. Y mucho menos la elección de la película. Orfeo de Jean Cocteau es una decisión muy sugestiva sobre el ir más allá. El protagonista cruza el espejo, va al otro lado. Guadagnino intenta lo mismo con el propio medio y consigue en muchas ocasiones atravesar los personajes, la historia, el cuerpo. No son solamente superposiciones o movimientos de cámara. El director realiza todo un ejercicio del deseo y consigue sobrepasar los límites del storytelling, creando imágenes únicas.
En una de las secuencias más impactantes del film, Craig y Starkey se funden en una coreografía sensual en la jungla. Tras haber encontrado a una chamana que les guía en el ritual de la Ayahuasca, y acompañada del increíble director argentino Lisandro Alonso en un cameo inesperado, ambos personajes parece que están por primera vez viviendo al mismo tiempo, viéndose el uno al otro. Logran encontrarse en un viaje espiritual, confuso y liberador. Los actores brillan en esta secuencia, dominada por una gran generosidad. No cabe duda de que es complicado conseguir un alto nivel de intimidad al rodar las secuencias de sexo, pero es mucho más difícil transmitir la conexión con el otro en una propuesta como esta. No están haciendo el amor, están sincronizando sus almas al mismo tempo.
Aunque la propuesta entra en terrenos surrealistas y sensoriales realmente interesantes, en conjunto deja una sensación un tanto insustancial. Hay demasiados elementos y cierto efectismo que nos aleja en algunas ocasiones de la emotividad que nos cautivaba en Call Me by Your Name. Este vacío puede tener relación con la sensación de amar a alguien, de intentar encontrar formas alternas de conexión, y aún así, no conseguir que te amen de vuelta. La artificiosidad igual forma parte del punto de vista de Lee, que quiere encontrar algo en el pasado que nunca existió.
Lo que Guadagnino sí logra con creces, es acercarnos la experiencia homosexual masculina. Nos pone delante de una panorámica honesta y cruda, sorprendentemente identificable. El director realiza una exploración contemporánea y personal del término queer. Una palabra que tiene una historia extensa y compleja, con distintas visiones e interpretaciones a día de hoy. Una expresión que empezó haciendo referencia a lo extraño y anormal y que en la actualidad se ha apropiado como icono para la comunidad LGBTQ+ y que abrió toda una línea de estudio en los 90 con los queer studies. Transformada hoy en un símbolo polifacético que sirve a Guadagnino para mostrar las complejidades, la crudeza y la belleza de la experiencia homosexual. Con luces y sombras, el mensaje de la película consigue hablar directamente al espectador y decirnos, tal y como se anuncia en la canción que abre la película: Everybody is Gay. El director compartió recientemente en una entrevista promocional del film que lo queer para él puede ser todo. Como ejemplo menciona como una propuesta queer la mítica película de John Ford Pasión de los fuertes (My Darling Clementine, 1946). Y, pensándolo bien, puede que tenga algo de razón.
Anything that can be accomplished chemically can be accomplished in other ways.
William S. Burroughs, Queer