Lejos del divertimento u obra menor con la que se ha señalado a la última película de M. Night Shyamalan, La Trampa es una de las obras más adultas e inteligentes del año, pese a estar incrustada en una narración aparentemente lúdica en la que, obviamente, nada es lo que parece. La Trampa, como los mejores largometrajes de Alfred Hitchcock, no es una simple película sobre un asesino en serie que debe escapar de una meticulosa redada policial mientras intenta complacer a su hija, sino un thriller articulado alrededor del deseo, sobre un hombre que se debate entre lo que quiere hacer y lo que está obligado a hacer. El personaje interpretado por Josh Hartnett, se debate entre las obligaciones familiares del mundo adulto y el goce del asesinato, entendido como placer, como juego infantil del que también es partícipe la diva del pop a la que da vida la hija del realizador. Toda la película supone un cruel viaje de renuncia, quizás también de aceptación.
Por eso a Shyamalan no le interesa indagar en el universo del asesino en serie, que aquí sí es un mcguffin que retrata con humor —vease todas las secuencias del rehén—. Como también lo es la figura de la agente policial, cuyo reflejo de la figura materna del protagonista no es tanto un intento de explorar psicológicamente los vínculos traumáticos del serial killer, sino es otra bonita metáfora de aquellas figuras que nos censuran el deseo, que nos dicen que no podemos hacer aquello que queremos. La Trampa es eso, la historia de un padre de familia que tiene que ocuparse del placer de su hija y, al mismo tiempo, no quiere renunciar a su propio placer.
En 2015 Shyamalan rueda La visita, película bisagra de su filmografía que contiene un tono de comedia socarrona que acompañará desde ese momento a toda la obra posterior del cineasta. Una ironía propia del que ya sabe que la vida (y la industria, y la audiencia) no es un camino de rosas. Por ello, mientras Llaman a la puerta es la película que a Shyamalan le gustaría poder seguir rodando, La trampa es la película que no puede dejar de rodar.