Las salas de cine se convirtieron en un lugar idóneo para resguardarse de las nevadas que caían sobre la ciudad durante la Berlinale. El hielo obligaba a caminar con pies de plomo, intentando a toda costa no resbalarse de camino a las proyecciones, pero el gélido clima no fue impedimento para celebrar la 75° edición del Festival Internacional de Cine de Berlín y, ataviándose con bufandas, gorros, guantes y todas las capas y accesorios de ropa que hicieran falta, cinéfilos de todo el mundo acudían al encuentro para descubrir y disfrutar del mejor cine.
Dreams (Sex Love)(Drømmer, Dag Johan Haugerud) se hacía con el Oso de Oro a la mejor película, la tercera entrega que completa la trilogía que forma con Sex (Dag Johan Haugerud, 2024) y Love (Dag Johan Haugerud, 2024). El director, tras la proyección de la premier, pidió al público del Berlinale Palast que escribieran mucho, haciendo alusión a las ideas planteadas en el filme. No en vano, la película explica una historia de coming of age mediante un argumento que se desarrolla en torno a un manuscrito escrito por la joven protagonista, Johanne (Ella Øverbye). A partir de su narración y los comentarios de su familia al leer los textos, Haugerud recurre a una memoria compartida y reconstruida sobre el manuscrito para contar la experiencia de la protagonista cuando se enamora de su profesora de inglés, y mediante los delirantes diálogos de los personajes reflexiona sobre lo que supone exponer una vivencia personal a ojos externos. Su protagonista decide materializar sus recuerdos para que estos no se pierdan en su memoria y, a través de la escritura, hacerlos una realidad. La narrativa que propone el director noruego resulta ligera y avanza con agilidad, alternando flashbacks en los que predomina la voz en off por encima de los diálogos, permitiendo que el énfasis visual en los detalles que exalta la narración impregnen las imágenes de intimidad, y combinando estos recuerdos con conversaciones sobre la historia que Johanne ha decidido compartir, charlas extendidas que discurren sobre la narración y, ante la increíble sensibilidad que transmite, la posibilidad de publicarlo como un libro. La naturalidad y carisma de los personajes dota de un tono cómico que, en sus discusiones filosóficas y cavilaciones éticas, hace que sus ocurrencias resulten por momentos realmente desternillantes.
Johanne quiere conservar una prueba de aquello que solo existía en su cabeza, pero al compartir esa materialización con su familia, esa historia que le pertenecía pasa a formar parte de un imaginario compartido, exponiendo su intimidad y transmitiendo sus emociones. Al fin y al cabo, el arte es una forma de expresarse ante el mundo y, por el lado del receptor, un portal a través del cual acceder a las sensibilidades personales que forman parte de la creación de la obra. En el caso de las actuaciones, las actrices y actores pueden servirse de experiencias propias para dejar aflorar sentimientos que se fusionen con aquellas de los personajes que interpretan. En un atmosférico juego de metacine, los personajes de Le tour de glace (Lucile Hadzihalilovic) se duplican al crear nuevas identidades mediante las interpretaciones que llevan a cabo para la realización de una película. De este modo, el cuento de la reina de nieve que tanto fascina a la protagonista, Jeanne (Clara Pacini) —el parecido con el nombre de la protagonista de Drømmer es considerable—, se difumina con su realidad y la de la caprichosa actriz Cristina (Marion Cotillard), cuyos alter egos en la ficción sobresalen la pantalla e invaden su tensa relación. Cristina interpreta la reina de nieve, un personaje poderoso que parece tenerlo todo pero envuelta en un halo de tragedia y soledad, un papel exigente que, en palabras de la sufrida Cristina, es demasiado demandante. La imponente actriz reina en el rodaje como su personaje lo hace en su reino y provoca en Jeanne, que adora a la reina de nieve, una fijación por ella que roza la obsesión. Hadzihalilovic crea en ese rodaje un extraño mundo de carácter onírico, en el que ficción y realidad se entrelazan continuamente, mediante un montaje que alterna entre las grabaciones y la truculenta relación que transcurre en paralelo entre Jeanne y Cristina. El punto metafílmico adquirió una capa extra cuando, en la proyección en el Berlinale Palast, un primer plano de la inquietante reina de nieve se concatena con un contraplano de Cristina contemplándose a sí misma en una proyección de la película que está rodando, y a esto añadiendo que la propia Marion Cotillard se encontraba en la sala asistiendo a la premier observando su doble actuación en los dos personajes.
En esta línea que disuelve la identidad de los personajes y aquellos que los interpretan, la excéntrica obra de la pareja de directores Hélène Cattet y Bruno Forzani, Reflet dans un diamant mort, se convierte en un batiburrillo de homenajes al cine en una espiral de recuerdos y alucinaciones que, de nuevo, difuminan la barrera de la ficción y la realidad. La película navega por los recuerdos de John D. (Fabio Testi) mediante un montaje surrealista y desordenado con un estilo que puede recordar a los trabajos de carácter experimental de Maya Deren —la película incluso homenajea Meshes of the Afternoon (1943) con la figura del espejo en lugar de cara—. El intenso viaje que ofrecen Helene y Forzani traen de vuelta una obsesión del pasado del espía, pero cuanto más se adentran en sus recuerdos, más parece que estos están sacados de las películas de un famoso personaje ficticio al más puro estilo James Bond, provocando fisuras entre las identidades del protagonista y dudas sobre la veracidad de todo aquello que parecía real. Reflet dans un diamant mort es ante todo un ejercicio de estilo que no desaprovecha ni una escena para jugar con las herramientas cinematográficas, buscando una propuesta formal que se sale de la norma y de combinar imágenes y sonido para experimentar con la narrativa. El metacine cuenta con otro ejemplo más en el variado repertorio del festival. En Girls on Wire (Xiang fei de nv hai, Vivian Qu) el cable del título hace referencia a Fang Di (Wen Qi), doble para las escenas de acción que sustituye a la estrella principal en los rodajes. En una primera escena, sujeta por cables, lleva a cabo las piruetas y coreografías propias de un wuxia. Aunque la película utiliza el mundo detrás de las cámaras para crear divertidas escenas que sumergen a los personajes en ficciones alternativas, como podrían ser un exagerado melodrama o una película bélica, el filme desemboca en un drama distendido sobre el reencuentro de Fang Di y su hermana Tian Tian. Perseguida por una banda criminal, Tian Tian busca refugio en Fang Di, quien parece tenerlo todo controlado, pero bajo la aparente fortaleza de su actitud se esconde una mujer resignada y sin demasiadas aspiraciones, sumisa a la explotación en su trabajo y obligada a sacrificar su cuerpo para las escenas que serían demasiado peligrosas para la actriz principal.
En una de las escenas, Tian Tian oculta un cuervo, pájaro que le piden que libere porque es señal de mal augurio. Es curioso que el tenebroso pájaro que da nombre a una de las más famosas obras de Edgar Allan Poe tuvo más apariciones en el festival. En la mencionada Le tour de glace, un cuervo tiene un papel importante en el rodaje y supone un símbolo de la persistencia de Jeanne en su deseo de acercarse a Cristina. La tercera aparición del pájaro, la película en la que tiene más peso, en The Thing with Feathers (Dylan Southern), el cuervo se convierte en un monstruo temible que, al más puro estilo del Babadook (Jennifer Kent, 2014), simboliza el duelo por el que tienen que pasar un padre, interpretado por Benedict Cumberbatch, y sus dos hijos tras la muerte de la madre. En esta propuesta de terror que pasó por el festival de Sundance, a los afligidos no les queda otra que convivir con el animal plumado cuya presencia, pesada e inevitable, desestabiliza la vida de la familia. El terror de The Thing with Feathers es ligero, presentándose como una narración en la que el género sirve más a un propósito en lugar de ser una imposición sobre el filme, que recurre a los códigos sin temor a tergiversarlos en favor de una fórmula propia cuyo principal propósito en mostrar un estado anímico tan nocivo y las devastadoras consecuencias que le acompañan.
Robert Pattinson interpreta a dos personajes en Mickey 17 (Bong Joon-ho), aunque no por un desdoblamiento surgido del metacine, sino del propio planteamiento que ofrece la película. Lo nuevo del director coreano Bong Joon-ho apuesta por la ciencia ficción para ofrecer esa visión crítica siempre presente en su filmografía, planteando su argumento en torno a Mickey, un “prescindible” en la nave colonizadora liderada por Kenneth Marshall (Mark Ruffalo), lo que significa que su trabajo implica su sacrificio con tal de permitir el progreso de los demás. Con la avanzada tecnología de la que disponen en el mundo que plantea el filme, cada vez que muere imprimen una nueva copia y le implantan los recuerdos del Mickey anterior, de modo que el torturado protagonista vive en un bucle sin ambiciones condenado a morir una y otra vez a capricho de sus superiores. Cuando a uno de ellos lo dan por muerto, el Mickey 17 que da nombre a la película se encuentra con la siguiente réplica impresa antes de tiempo, provocando la coexistencia y el conflicto entre dos Mickeys que parecen oponerse diametralmente en su forma de encarar los problemas. Los excesos están a la orden del día en Mickey 17, sirviéndose de la descabellada premisa para crear un universo de caricatura en el que la comedia está siempre presente. Ruffalo merece una mención especial en su histriónica interpretación de Kenneth Marshall, una suerte de parodia del escénico y siempre polémico Trump.
La dualidad de personalidades, muy presente en la actualidad más allá del festival con propuestas como La sustancia (The Substance, Coralie Fargeat, 2024) o el estreno de la segunda temporada de Separación (Severance, Dan Erickson), puede adquirir otros matices más sutiles. Blue Moon, lo nuevo de Richard Linklater tras Hit Man. Asesino por casualidad (Hit Man, 2023), se basa en los últimos días del letrista estadounidense Lorenz Hart, al cual describen con dos citas al inicio del filme: una lo ve como a alguien jovial y alegre, la otra como la persona más triste del mundo. El contraste de dichas descripciones suponen el eje sobre el que se balancea la personalidad del protagonista, quien ofrece una imagen en la superficie que no parece corresponderse con su realidad interna. Alejándose de la comedia más tradicional por la que abogaba su anterior trabajo, Linklater vuelve a los extensos diálogos que caracterizaron a su trilogía Antes…, construyendo Blue Moon como una obra de teatro cuya acción sucede, prácticamente en su totalidad, en el local Sardi’s Restaurant durante la noche del estreno de la obra Oklahoma! (Rodgers and Hammerstein, 1943). Los ingeniosos diálogos mantienen un ritmo que resulta fresco y, cargados de referencias y bromas internas que se recuperan a lo largo del metraje, disponen de un sentido del humor tremendamente divertido con un reparto impecable para darles vida. Especialmente Ethan Hawke en el papel del mencionado letrista, que carga con la mayor parte de la película al ser un personaje incansable que la da al palique más que a la bebida, que tras la imparable habladuría se oculta el dolor depresivo que, inevitablemente, asoma en las pequeñas fisuras de su actuación. La inmensa interpretación de Hawke está rodeada de secundarios de lujo, como Andrew Scott en el papel de Richard Rodgers (que se llevó el Oso de Plata a mejor actor de reparto) o Margaret Qualley como Elisabeth Weiland. Las dos estrellas ganan especial importancia por lo que sus personajes representan, una obsesión por parte del protagonista que, en su máxima admiración por su amigo y completamente maravillado por la joven Weiland, busca la aprobación de uno y desea que ella le pregunte algún día qué tal está. También basada en una persona real que, además, es conocido por su don para escribir canciones, Timothée Chalamet estuvo para presentar el biopic de turno sobre Bob Dylan, titulado A Complete unknown (James Mangold, 2024). Si la exaltación por los detalles y la constante cháchara de Hart escondían una parte de su identidad más depresiva, el título de la película de Mangold ya es una indicación de lo que plantea su propuesta, un punto de vista sobre la fama y lo que conlleva que cuestiona el conocimiento que se pueda tener sobre un artista en base a sus trabajos. Como con el libro de Johanne, exponerse ante el mundo parece suponer la entrega de la identidad al público, pero la figura tras el artista permanece anónima bajo la superficie de su trabajo.
Por último, mencionar Kontinental ’25, el nuevo trabajo de Radu Jude, director que ya se hizo con el Oso de Oro en la edición de 2021 con Un polvo desafortunado o porno loco (Babardeală cu buclucsau porno balamuc, 2021) y que este año ganó el premio a mejor guion. En comparación con la película mencionada o la inmensa No esperes demasiado del fin del mundo (Nu astepta prea mult de la sfârsitul lumii, 2023), Kontinental ’25, más pequeña y compacta que su anterior trabajo, está centrada en los diálogos cotidianos sobre las cuestiones morales que despiertan en la protagonista tras presenciar un trágico incidente. En este aspecto recuerda a las películas de Hong Sang-soo, también reminiscente en lo formal, una apuesta por planos fijos y prolongados que encuadran a los personajes hablando largo y tendido. Las conversaciones mantienen ese tono satírico que tanto caracteriza a Jude, cargado de una mirada crítica y de su particular humor (en su discurso al recoger el premio, Jude dijo que esperaba que la próxima edición del festival no la inaugurara El triunfo de la voluntad de Riefenstahl). La simpleza formal, exenta del recargado y radical estilo de No esperes demasiado del fin del mundo, no le resta fuerza a su comentario, resultando en un filme mucho más comedido pero sin perder su personalidad autoral. Un buen cierre para este texto, que comenzaba con la petición de Johan sobre escribir mucho, es citar a Michel Franco en una charla que dio en el marco del festival. En un momento dado, el director mejicano animaba a aquellos con una idea e inquietudes creativas a no tener miedo y dirigir con las siguientes palabras: es solo una peli, ¡ve y hazla!







