The Monkey

The Monkey, de Osgood Perkins

Osgood Perkins contó el año pasado con uno de los estrenos más esperados y notables en el género del terror. Longlegs (Osgood Perkins, 2024) proponía una investigación policial impregnada de mal rollo desde el minuto uno, con un inquietante Nicolas Cage en el papel de un peculiar asesino en serie y Maika Monroe como inspectora envuelta en situaciones tensas y escabrosas. Perkins deja de lado la cargante atmosfera de su anterior filme y pega un cambio radical de tono con la película que motiva este texto, The Monkey, una comedia de terror en la que el primero de los géneros es el claro predominante.

La premisa, basada en un relato de Stephen King de 1980, no tiene demasiadas complicaciones. Los hermanos Shelburn (dos gemelos, ambos interpretados por Theo James) encuentran un misterioso mono de juguete que cada vez que toca el tambor provoca la muerte accidental de alguien de su entorno. Como curiosidad, en el relato original el mono toca los platillos, pero tras la aparición de dicho juguete en Toy Story 3 (Lee Unkrich, 2010), en la producción actual decidieron salvaguardarse de posibles problemas de derechos y lo cambiaron por el tamborilete. De este modo, la película está cargada de muertes accidentales en busca de lo macabro y que, en la exageración que alcanza, llegan al disparate accediendo a la parte humorística de un espectáculo tan oscuro en su esencia. Estas escenas, que pueden recordar a los rebuscados accidentes típicos de la saga Destino final (aunque, en comparación, las muertes en The Monkey se sienten muy poco ambiciosas, de breve preparación y poco originales), se sirven de un montaje que favorece la sorpresa humorística y buscan el carácter cómico del gore más cafre y explícito, por momentos recurriendo al humor característico del slapstick o a la violencia al estilo de dibujos animados (si bien el resultado es mucho más sangriento). Las famosas trampas de Kevin en Solo en casa (Home Alone, Chris Columbus, 1990) serían otra imagen que The Monkey podría activar en la memoria: la cabeza en llamas de la tía Ida (Sarah Levy) recuerda inevitablemente a Joe Pesci buscando desesperado la nieve para apagar el fuego que le abrasa la cocorota.

Pese a la simpleza de la idea, esta va ligada a un trasfondo más profundo que surge de la reflexión sobre la inevitabilidad de la muerte, si bien la carga humorística lo relega a un segundo plano casi anecdótico. Aun así, es de agradecer que el argumento se construya sobre una base tan potente, una premisa que resulta tan siniestra que, según el propio Perkins, el humor es la mejor forma de hacerle frente. El temprano contacto con la muerte de los Shelburn deja en ellos una huella imposible de borrar, una maldición sobre ellos en forma de mono de juguete como símbolo de la muerte que no les abandonará jamás, permaneciendo siempre bajo la intensa mirada del diabólico muñeco. El miedo a la certeza de la mortalidad y la incertidumbre que al mismo tiempo la acompaña obsesiona a los hermanos, cada uno conviviendo con esta idea a su manera, que se ven incapaces de estrechar lazos con nadie más. La muerte es azarosa e impredecible, con mono o sin él, una realidad incómoda que a la que Perkins quita hierro apostando por la exageración más salvaje, acentuando la comedia con impostadas actuaciones y personajes caricaturescos: el diseño de Bill Shelburn es tan exageradamente excéntrico que, pese a lo interesante de su conflicto interno, es imposible tomárselo en serio, y la breve aparición de Elijah Wood es para enmarcarla. De este modo el argumento avanza con agilidad de una secuencia a otra combinando la chicha macabra con la exposición para narrar un relato tenebroso que no se toma demasiado en serio.

The Monkey es ante todo un divertimento macabro. Perkins lleva a la pantalla catastróficos accidentes de lo más disparatados pero, para qué nos vamos a engañar, si iba a apostar por este enfoque se hubiera agradecido que abrazara el concepto por completo y lo ejecutara con más ambición. Lo caricaturesco e impostado de las actuaciones, las muertes absurdas y el gore desproporcionado no suponen más que un aderezo cómico a la historia, breve y sin complicaciones, que pese a la interesante temática, la carga humorística le quita todo el peso del que podría disponer.