June and John

June & John, de Luc Besson

Un salto de fe entre el cine y el amor

Quiero ponerme a prueba hasta alcanzar el límite de mi talento. Quiero exigirme al máximo y que llegue el momento en que me diga: ‘Está bien, hasta aquí llegas, no eres mejor que esto’. No quiero fracasar, pero sí quiero arriesgarme a fracasar cada vez que salgo al ruedo.

Quentin Tarantino

Estamos en una época “dorada” del cine que no puede juzgarse bajo las mismas normas y perspectivas del pasado clásico. Todo ha sido transgredido, incluida la concepción misma del cine: no sólo en su forma de hacerse, de verse o de contarse, sino también en la manera de apreciarlo y posicionarlo dentro de la industria. En los últimos años, grandes autores de distintas geografías han apostado por llevar su sello hacia una nueva evolución de su mirada, bien sea llevándolo al extremo —como Ari Aster con Beau tiene miedo— o avanzando en dirección opuesta, como Yorgos Lanthimos en Pobres criaturas o Alejandro Iñárritu en Bardo.

La experimentación ha dejado de estar relegada al cine independiente o a los autores más noveles, y el cine comercial ha comenzado a asumir nuevamente riesgos creativos, técnicos y argumentales. Esto ocurre a pesar de que, en muchos casos, la reticencia del público, e incluso de la crítica, evidencia una contradicción: se reclama un cine más personal e inventivo, pero al mismo tiempo se condenan con mayor hostilidad aquellas propuestas que se apartan de una narrativa clásica y directa.

Al punto que, se puede afirmar sin ambages, no ha habido una época más arriesgada, prolífica, contestataria y democratizada que esta. Y aunque eso también dificulta encontrar grandes obras en el mar de contenido —donde muchas veces la inversión publicitaria puede marcar la diferencia entre que una película resplandezca o quede en la oscuridad del anonimato—, el cine, definitivamente, no solo está más vital que nunca sino que ha vuelto a ser joven. Sigue definiéndose, buscándose, equivocándose y perdiéndose, pero, sin duda, después de casi 130 años de su invención, es un deleite poder apreciar su nueva juventud.

En medio de este panorama revitalizado y cambiante, donde lo experimental no es exclusivo del margen, sino parte del nuevo centro del cine contemporáneo. El poliédrico y arriesgado Luc Besson, imposible de definir por géneros, estéticas o ideas fijas, dado que cada una de sus películas tiene un alma propia que las hace inolvidables, incluso cuando se trata de historias que han sido contadas cientos de veces, como Juana de Arco, o como en su próxima Drácula: A Love Tale. Nos hace imaginar qué podría representar todavía un riesgo experimental y creativo dentro de su obra. La respuesta es June & John. No sólo porque fue filmada con un iPhone, en plena pandemia, con un equipo de apenas 12 personas y dos actores principiantes, sino porque, al verla, uno se sumerge en una experiencia profundamente inusual: en todo momento se aprecia como la ópera prima de un director desconocido, con una mirada interesante, pero también con mucho por aprender.

Esta experiencia nos lleva a reconsiderar muchos aspectos que solemos dar por sentados. Uno de ellos es cómo la experiencia técnica de los grandes equipos que rodean a los directores es esencial para construir su firma autoral. Muchas veces no se les da el reconocimiento que merecen por no ser la mente creativa principal detrás de una obra, pero su aporte es decisivo. En esta película, Besson no sólo cambió la cámara por un iPhone, sino que reemplazó al equipo sindicalizado por uno no sindicalizado, capaz de asumir el riesgo de rodar bajo condiciones más flexibles, sin las restricciones de horarios ni normas industriales. Y aunque esto suena profundamente romántico —como él mismo lo ha querido comercializar: “un retorno a sus orígenes”—, es también una muestra fehaciente de que las películas son organismos vivos, donde cuantas más personas ejercen su rol con excelencia, por mínimo que sea, mayor es la diferencia entre una película amateur y una de gran factura. Si bien el dinero es lo que permite que estos flujos de trabajo sean posibles, es la experiencia y la maestría de cada integrante del equipo lo que realmente los hace funcionar. No es únicamente la visión del director lo que sostiene una película, sino el entramado de saberes técnicos y artísticos que la hacen posible.

Asimismo, la construcción del guion nos invita a re-valorar el tiempo. En términos generales —y especialmente en el inicio de la película— los diálogos y acciones resultan insustancialmente repetitivos, insistentes en delinear un personaje más que arquetípico, tan conocido por las audiencias que bastaban apenas unos minutos para definirlo. Y aunque a partir de la consolidación de la relación entre los protagonistas todo comienza a mejorar, persiste la sensación de un guion escrito con apremio, con intenciones y diálogos estrictamente funcionales que se alejan de la complejidad de las grandes obras que el director ha firmado. La respuesta parece estar, una vez más, en la ausencia de sus colaboradores habituales —como su coescritor Robert Mark Kamen—, pero además en el escaso tiempo dedicado al proceso de escritura, debido a que el guion fue desarrollado paralelamente al casting.

Esto se refleja en cada departamento de la película. Y aunque podría pensarse que no debe juzgarse como una obra de alto presupuesto debido a su producción reducida, resulta inevitable hacerlo, sobre todo cuando Virginie Besson‑Silla y Luc Besson han promocionado June & John como una puerta empoderadora para los diversos cineastas que quieran hacer películas de bajo presupuesto. Ambos han insistido en que hacer cine está “al alcance de la mano” con un celular, ignorando que una gran película no la hace únicamente un buen director ni un formato accesible, sino todo lo que hay detrás. Esto es tan fundamental que incluso un autor con más de cuarenta años de experiencia en la industria, director de más de veinte películas, y guionista y productor en más de un centenar de títulos, puede cometer errores de principiante si se relaja frente a lo técnico. Crear con calma y dedicación es tan necesario con un celular como con una cámara de cine, y ese también es el mensaje de June & John.

Aún así, esta película también responde a uno de los enfoques más poderosos de Besson: el personaje femenino. En este caso, June. Por supuesto, no es el personaje más interesante o singular de su filmografía, pero es igualmente abrasador en pantalla. Su energía vital se convierte en el verdadero hilo conductor de la película y, como le sucede a John después de conocerla, todo el relato se impregna de magia e ingenio. En ella —y en la concepción de su relación— se reavivan referencias al cine romántico de culto y rebelión: Bonnie and Clyde, Thelma & Louise, Vanilla Sky, e incluso El club de la lucha. Dado que, por momentos, llega a parecer que June es, al principio, un producto de la mente de John, una especie de último recurso imaginado para escapar de su propia vida.

Eso permite que, a medida que la historia avanza, muchas de sus imperfecciones se diluyan mientras se reviven emociones ligadas a una visión de la libertad y el amor que parecían reservadas para tiempos pasados. Queda, sin embargo, el deseo de que la película se hubiera dejado permear aún más por la fantasía que sugerían sus piezas promocionales, con las que, en sus breves apariciones dentro del relato, logra palparse con fuerza la importancia de los deseos, los riesgos y la pérdida de razón en el amor y en la vida.