La realidad supera la ficción
No son pocas las propuestas basadas en historias reales que se presentan este año en Venecia. The Smashing Machine (Benny Safdie) o Broken English (Jane Pollard, Iain Forsyth) son dos ejemplos ya mencionados en los textos anteriores, pero también encontramos otros casos como The Wizard of the Kremlin (Olivier Assayas), Duse (Pietro Marcello), el particular e interesante musical The Testament of Ann Lee (Mona Fastvold), o documentales como Marc by Sofia (Sofia Coppola) y Nuestra Tierra (Lucrecia Martel). Sin embargo, hay dos casos que llaman especialmente la atención por su intención por recrear el suceso en el que se basan. Aunque son completamente diferentes, The Voice of Hind Rajab (Kaouther Ben Hania) y Dead Man’s Wire (Gus Van Sant) comparten un concepto formal: el uso de material de archivo como pauta sobre la que construir una dramatización de los hechos.
The Voice of Hind Rajab, de Kaouther Ben Hania
La experiencia que propone The Voice of Hind Rajab es dura, desagradable y, en resumen, un puñetazo emocional cuyo dolor seguirá resonando como un eco prolongado al finalizar la proyección. Al salir de la sala, un ambiente fúnebre se había adueñado del público, siendo algo más que un caso anecdótico cruzarse con alguien secándose las lágrimas. Este malestar es una reacción a la película que se ve intensificada por su premisa: el caso real de una niña de 6 años, Hind Rajab, que llamó al grupo de voluntarios Red Crescent cuando se quedó atrapada en medio de una zona de guerra en Gaza. La película sigue una fórmula muy similar a The Guilty, de Gustav Möller, situando el punto de vista en aquellos que reciben la llamada y su imposibilidad por hacer algo más que hablar por teléfono. Sin embargo, la propuesta de Hania, a diferencia de la ficción de Möller, no solo está basada en un hecho real, la directora también cuenta en su disposición con las grabaciones de las llamadas reales. La realidad se cuela en la dramatización dejando que sea la propia voz registrada de Rajab la que suene en la película, conectando además a los actores y las personas a las que interpretan al alternar entre las voces originales y las de los intérpretes. En un momento dado, Hania recurre a una interesante mezcla de ambas capas, ficción y realidad, cuando se incluye un video que se grabó en el momento. Para ello, Hania incluye en el mismo plano un móvil reproduciendo la grabación y la dramatización sucediendo en segundo plano, alternando el foco entre la pantalla del móvil y los actores que imitan el video. Los pequeños cambios entre representación y realidad son sutiles pero evidentes, añadiendo elementos distanciadores los propios archivos de audios, cuyo nombre aparecen en pantalla, siempre dejando constancia de que el terrible suceso que presenciamos es, lamentablemente, verídico. El intenso viaje emocional que supone la peli denuncia el acontecimiento sin contenerse, convirtiendo su crudeza en el registro inmortalizado por el cine de la voz de Hind Rajab.
Dead Man’s Wire, de Gus Van Sant
La realidad supera la ficción, y cuando uno se encuentra con una historia como la de Dead Man’s Wire, resulta imposible discutir este dicho. Es realmente sorprendente que la disparatada “hazaña” de Tony Kiritsis esté basada en hechos reales. No solo eso, si no que los créditos finales ofrecen un vistazo a pequeños fragmentos grabados por la prensa que atestiguan parte de la locura que retrata el filme, dejando una chocante sensación que, pese a la adornada ficción, la semblanza con la realidad es más de la que se podría esperar. La propuesta de Gus Van Sant dialoga de este modo con The Voice of Hind Rajab, si bien la dramatización en este caso es total, recreando en ocasiones el material de archivo que quedó registrado del evento, dejando los fragmentos reales para el final de la película. Además, pese a la seriedad del asunto (estamos hablando de un secuestro), Dead Man’s Wire es en realidad divertidísima en su disparatado retrato de Kiritsis, maravillosamente interpretado por Bill Skarsgård. Tratándose también de una película bastante crítica, la propuesta en tono desenfadado busca la humanización del secuestrador, cuya principal petición, que insiste que es muy importante para él, es que la empresa que le estafó le pida perdón. Con pocos escenarios y un ritmo que no decae en ningún momento, Van Sant recrea con intensidad la aventura de Kiritsis desde una caricatura que, en el fondo, empatiza con él y su delirante historia, un poco como pasaba con Daniel Lugo y su trio de culturistas secuestradores en Dolor y dinero (Pain and Gain, Michael Bay, 2013).



