El desencanto
I’m alive / I’m dead / I’m the stranger / Killing an Arab. El single con el que la banda británica The Cure se daba a conocer en 1978 bebe de un referente literario incuestionable. La letra alude a los elementos que configuran el pasaje central de El extranjero (L’étranger, 1942) —la playa, la arena, el sol, el revólver— y subraya, además, la absoluta indiferencia del sujeto que comete el crimen. François Ozon no obvia esta influencia e integra con buen criterio el tema en los créditos finales de su adaptación cinematográfica de la célebre novela de Albert Camus. Una adaptación que supone ya de entrada ser una osadía por dos motivos de peso: el primero, por las dificultades que supone trasladar a la gran pantalla una obra literaria que destaca más por su abordaje existencialista y sus ideas abstractas que por la acción que en ella se desarrolla —la cual es prácticamente una anécdota—. El segundo, por el hecho de que ya exista un precedente cinematográfico realizado en 1967, rodado por Visconti y protagonizado por Marcello Mastroianni.
Cabe señalar que, además de lo anterior, la adaptación de Ozon añade un plus de arrojo al prescindir prácticamente en su totalidad de la voz en off para la narración, recurso que sí fue utilizado por Visconti y que, en principio, casaría mejor con la novela. El motivo es que la obra primigenia se fundamenta, precisamente, en el monólogo interior de su antihéroe, cuya retahíla de ideas y descripciones, a priori irrelevantes, sobre su entorno y las personas que lo componen, junto con otros brillantes, pero breves, momentos de lucidez introspectiva, ayudan a que el lector pueda hacerse una cierta idea de cómo funciona la psique del joven Meursault. La verbalización no es una opción válida para un personaje taciturno y retraído —así se refieren a él en cierto momento de la obra— que economiza su saliva hasta la mínima expresión. Teniendo en cuenta esto, Ozon va un paso más allá y, explorando las oportunidades que le ofrece el medio fílmico, evita reproducir el discurso de la novela para convertir en imágenes y no en palabras las ideas de Camus. De hecho, su apuesta por la experimentación formal —incluso yendo en contra del orden lógico de los acontecimientos que tienen lugar en la novela— le llevan a spoilear en los primeros fotogramas del filme la caída en desgracia de su protagonista, cuando en un flashforward vemos a Meursault encerrado en una cárcel argelina, admitiendo —sin ningún ápice de emoción— ante un preso que le interpela, que está allí porque ha matado a un árabe.
El extranjero de Ozon convierte en poesía visual, vehiculada a través de un pulcro blanco y negro, el árido paisaje de la Argelia de mediados del siglo XX. Un contexto, el de la ocupación francesa del territorio africano, que es fundamental para dar sentido a una historia sobre el desarraigo de su protagonista, un hombre que parece no pertenecer a ningún lugar. Benjamin Voisin en su papel de Meursault no necesita verbalizar sus pensamientos ni añadir florituras a su interpretación —como un perfecto modelo bressoniano— para transmitir al espectador la apatía que recorre su existencia. Basta con su mirada, sus gestos, sus movimientos, para intuir que lo normativo no va con él. Si bien parece encontrar deleite en los placeres mundanos como la comida, el sexo, el tabaco, un baño en la playa o una buena siesta, es incapaz, por otro lado, de conectar con el resto de sus semejantes, tal es su desencanto ante la vida por la cual parece moverse por inercia. En cierto momento manifiesta que no es mejor seguir un camino que otro y que cambiar de vida carece de sentido para él. Ni siquiera la confrontación de su novia Marie, interpretada por Rebecca Marder, ante su particular forma de estar en el mundo y la posibilidad de construir un futuro de felicidad juntos sirve para que Meursault tome conciencia de que su actitud no le llevará por el buen camino. Completan el reparto principal Denis Lavant (Salamano) y Pierre Lottin (Raymon Sintès) como sus vecinos, ambos personajes abyectos, con algunos matices, pero sin duda unos maltratadores: el primero de un perro, el segundo de una mujer. En el clímax del film, la fatal decisión que hace comprender a Mersault que ha destruido el equilibrio del día, usando sus propias palabras, no responde para él a otra cosa que no sea al puro azar, al reflejo cegador de una navaja, a un sol abrasador que adormece los sentidos. Y sin embargo, hay en su determinación de no dar marcha atrás un impulso destructivo, un ensañamiento oscuro y visceral que ni él mismo entiende, pero donde se intuye una lacra, la idea de un rencor enquistado entre los colonos franceses y la población musulmana nativa.
Retomando la novela de Camus, en una curiosa decisión interpretativa que refleja la profundidad temática de la obra —la otredad, el extrañamiento— en lugar de ceñirse a la literalidad, se optó por utilizar el término stranger en lugar de foreigner para su título en varias de las traducciones inglesas. Un detalle que, además de ser cuestionable, desactiva la ambigüedad en relación a los aspectos sobre la nacionalidad de su protagonista —¿o acaso se refería Camus al árabe como el extranjero?—. Retomando el filme de Ozon, heredero de una elegancia que toma prestada de la Nouvelle Vague, éste es sin duda uno de los más notables del año.







