La norma inexorable
La maquinaria industrial de Hollywood ha demostrado en repetidas ocasiones que es capaz de fagocitarlo prácticamente todo y, desde luego, de superponer su impronta a cualesquiera otras características fílmicas. Por otro lado, también existen pruebas sobradas de cineastas interesantes que han sido capaces, voluntariamente, de mimetizarse con ese tipo de cadena productiva, así como autores que han caído presos, sin darse cuenta, del trabajo en serie de la industria estadounidense; la única duda al respecto, sobre los jóvenes Henry Joost y Ariel Schulman, es si formarán parte de los primeros o de los segundos.
La certeza es que el sello visual, semántico y narrativo que marcó el filme original de Oren Peli, director y guionista de Paranormal Activity (2007), y que siguió fielmente Tod Williams (con guión de Michael R. Perry, Christopher Landon y Tom Pabst) en Paranormal Activity 2 (2010), se impuso casi completamente a los dos cineastas citados, que se hicieron cargo de Paranormal Activity 3 (2011), con guión de Landon y Peli, y ahora de Paranormal Activity 4 (2012), con guión de Landon basado en una historia de Chad Feehan. Joost y Schulman habían firmado en 2010 la excelente Catfish (EE.UU., 2010), un documental (¿falso?) vibrante, donde se fusionan elementos de géneros de ficción como el drama, la comedia, el suspense y el terror con invisible fluidez, incorporando temas tan interesantes como la influencia de las nuevas tecnologías (las redes sociales a través de Internet, especialmente) en las relaciones humanas; la película, emocionante y lúcida, llena de texturas fílmicas diversas y complementarias, es una de las experiencias cinematográficas más estimulantes del cine reciente.
Por eso resulta fácil distinguir que en la batalla entre Joost/Schulman y la serie Paranormal Activity ha ganado la segunda como, por otro lado, no podía ser de otro modo. La publicidad de la serie ha elegido ya algunos elementos icónicos (los dormitorios en escenas nocturnas, las cámaras de vigilancia ocultas) de los que no se puede prescindir; por otra parte, existían elementos narrativos (el personaje de Katie, sobre todo) que exigían una continuidad. La tercera y la cuarta partes intensifican el interés por la demonología, en lo que concierne sobre todo a hacer explícito lo que en las dos primeras era mucho más sugerente, como rasgo parcialmente diferenciador.
Lo cierto es que la cuarta y última entrega de la serie (por el momento; ya se está preparando la quinta) contiene dos singularidades, hablando genéricamente, que la convierten con seguridad en la más endeble de todas ellas. La primera es la fragilidad de un relato que apenas introduce personajes interesantes excepto como seres pasivos del ataque diabólico, con una trama familiar apenas esquematizada, una cierta confusión en cuanto al origen de los dos personajes infantiles protagonistas, y la mera continuidad de Katie como cordón umbilical que une al filme con su serie, sin ofrecer avance alguno sobre la historia marco. El otro elemento está relacionado con la puesta en escena, mediante la introducción de dos novedades: las webcam de los ordenadores portátiles se añaden al resto de cámaras de vigilancia y en una de las estancias se instalan cámaras en mecanismos de ventilador, lo que permite que realicen un movimiento oscilante homogéneo que resulta útil para jugar hábilmente con la tensión del fuera de campo; en este ámbito, las webcam apenas si aportan una referencia enunciativa sobre las nuevas formas de comunicación (pálido autohomenaje a Catfish) y el segundo elemento logra incrementar la tensión pero también ralentizar el ritmo de la película en ocasiones de manera exasperante, debido a su escasez de contenido narrativo y semántico.
Es muy probable que el elemento determinante de esta cuarta parte de Paranormal Activity sea la historia original de Feehan, casi vaciada de contenido propio, abandonada al albur de las escasas innovaciones visuales de los directores y de las líneas narrativas heredadas de las tres anteriores; debutante en la arquitectura de la serie, Feehan no logra proponer nada lo suficientemente sugestivo sobre lo que construir. Tampoco ayuda el incremento de la obviedad en el tratamiento de la demonología, marcado en las últimas imágenes de la película a modo de impacto emocional, pero sin aportar absolutamente nada a la comprensión del relato o al tratamiento temático de la cuestión.
Así las cosas, Paranormal Activity 4 cumple inexorablemente con la norma no escrita de que cada parte de una serie (al menos de una serie no prevista, es decir, no nacida bajo la premisa de ser una serie sino bajo el auspicio de un éxito inesperado) es peor que la anterior. Notable ejercicio de autenticidad y sutileza la primera (bastante mejor que aquel bluf de 1999 titulado El proyecto de la bruja de Blair), sostenida y digna continuación la segunda, voluntariosa aunque titubeante vuelta al pasado de los personajes la tercera, esta cuarta parte coloca la serie en ese punto de no retorno: o se producen cambios sustanciales en la próxima entrega o será la última.
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