Cuando se unen los talentos de David Koepp, responsable de los guiones de, por ejemplo, Ojos de serpiente (Snake Eyes, Brian de Palma, 1998), La habitación del pánico (Panic Room, David Fincher, 2003), El último escalón (Stir of Echoes, 1999) (que el mismo dirigió, film muy reivindicable a falta de ver como ha sobrevivido a sus veintitrés años de edad) y Steven Soderbergh, director, entre muchas otras, de Traffic (2000), Ocean’s Eleven (2001) o Magic Mike (2012), el resultado es a priori prometedor. Si la propuesta es además un thriller agorafóbico en la situación actual resulta además interesante por motivos adicionales, componiendo un extraño dúo de su director junto a Contagio (Contagion, 2011), su peli pandémica prepandemia. Al margen del propio thriller en Kimi se aprovecha la ocasión para invitar a reflexionar sobre hechos que todos conocemos y sobre los que siempre pasamos de puntillas pese a ser objeto de conversaciones frecuentes sobre los hábitos de nuestra evolucionada sociedad de consumo, yendo un poco más allá del tópico sobre ellos —los dispositivos nos escuchan; nadie lee las condiciones y avisos legales que firma; feminismo vs. corporativismo (conflicto personificado en el personaje de Natalie Chowdhury), etc.—. Las influencias de Koepp a la hora de escribir fueron La ventana indiscreta (Rear Window, Alfred Hitchcock, 1954), La conversación (The Conversation, Francis Ford Coppola, 1974), Impacto (Blow Out, Brian de Palma, 1981), Callejón sin salida (Cul de sac, Roman Polanski, 1966) o El quimérico inquilino (Le locataire, Roman Polanski, 1976). Casi nada. Y no es difícil encontrar rastros de todas ellas en el guion. Zoë Kravitz es Angela, una programadora agorafóbica que trabaja para Amygdala (trasunto de amazon) corrigiendo/mejorando el comportamiento de su asistente doméstico Kimi (trasunto de Alexa) mediante la escucha continuada de grabaciones de usuarios, y en uno de esos audios escucha lo que parece ser una agresión sexual. Las películas de Polanski son la inspiración para la parte agorafóbica, pues la primera mitad del film transcurre dentro del apartamento, mientras que el resto de referencias se reflejan en el trabajo de Angela y, por supuesto, el hecho de que esta sea «testigo» de un crimen (importante la figura del testigo accidental reinventado, aunque algo de esto ya había en Impacto; porque lo de mirar por la ventana a los de enfrente, después de el confinamiento, se usa para ligar). Soderbergh es capaz de trasladar todas ellas a la pantalla con solvencia. La presencia de Angela en casi cada plano y lo limitado del escenario acentúa la sensación opresiva. Su agorafobia nunca se menciona explícitamente, tenemos que atar algunos cabos, pero no resulta difícil, el montaje de la primera secuencia en la que Angela intenta abandonar el apartamento sin éxito nos deja bastante claro lo que le ocurre, que se ve confirmado tras una videoconversación con su madre. Este montaje, parecida secuenciación de planos y ángulos de cámara (con las variaciones justas) se repetirá cuando Angela abandone finalmente el piso, impelida por una causa que es capaz de hacerle superar sus temores. El trayecto hacia la oficina, primero, y después, tras varias derivas hasta casa de nuevo, es una delicia en cuanto al suspense, gracias por un lado a la banda sonora de Cliff Martinez (habitual de las pelis de Nicolas Winding Refn y con el que Soderbergh ya había trabajado en Contagio) y por otro por la forma en que seguimos al personaje, ya sea de cerca o de lejos, mediante escorzos y devaneos e incluso alguna filigrana (justo cuando llega al edificio de Amygdala), pero también por la simple representación de esa individua temerosa que compone Kravitz (que se limpia con hidrogel en su propia casa), con mascarilla en exteriores (el guion se escribió antes de que la Covid llegase a nuestra vida y se rodó en septiembre de 2020, con lo que tuvieron que realizar algunas adaptaciones a base de intuición para situarla aproximadamente en la fecha del estreno[1]), gabardina y capucha, que camina como un autómata intentando mezclarse lo mínimo con las personas o cosas que se interponen en su camino.
Noventa minutos que se pasan y se disfrutan en un suspiro, que conjugan lo autoral de sus dos artífices en cada uno de sus campos, definiendo una película de guion, pero también de dirección, cuyo tramo final certifica en ambos sentidos todo lo que hemos estado viendo antes. Kimi además, me invita a recordar otro film reciente con el que haría buen programa doble, también estrenado en plataformas y que pasó bastante desapercibido: The Voyeurs, de Michael Mohan, un thriller erótico (ideal para San Valentín) con un guion rocambolesco que probablemente haría las delicias de Brian de Palma, quien habría dado algo más de fuerza visual a una cinta que sin embargo se disfruta a medida que avanza, con una trama que aumenta a la par en intensidad e inverosimilitud (o mejor, una verosimilitud que asusta), y a pesar de todo ello, la compro de cabeza, pues me gana con su poder de sugerencia, por cómo arrastra a su protagonista por unos derroteros que nadie sospecharía al comienzo del film, con esos dos tortolitos que se van a vivir juntos en un loft muy cuqui.
[1] Decisión tomada en el ámbito de un cine que se consume mayoritariamente cuando se estrena (en plataformas; es el tercer film de Soderbergh consecutivo para HBOMax, los dos anteriores fueron para Netflix, aunque The Laundromat llegó a estrenarse en salas), y como tal tiene cierto sentido, pero sobre todo la situación encaja bien en el guion: durante el confinamiento el personaje se sentía como pez en el agua y al terminar este sale lo mínimo posible y cuando se enfrenta al exterior vemos que toma el máximo número de precauciones mientras que el resto del mundo es en general más laxo (si bien la mitad de la gente lleva mascarillas por la calle). Y también, por supuesto, sirve como reflejo de los tiempos que nos está tocando vivir para cuando las próximas generaciones descubran esta película (si HBO no la retira de su catálogo).