Después del éxito de Memento, Christopher Nolan consiguió que la Warner le produjese un proyecto que quería rodar incluso antes que el protagonizado por Guy Pearce y Carrie-Ann Moss (que tuvo que autofinanciarse), embarcándose también la productora de George Clooney y Steven Soderbergh, a quienes, como a medio mundo, había llamado la atención su film precedente. Insomnio, con un presupuesto diez veces superior al de su predecesora, suele mencionarse como la película menos personal de Nolan hasta la fecha (y han transcurrido más de veinte años) por ser el único en que no participó en el guion, un trabajo de Hillary Seitz, que a su vez adaptaba el film noruego de igual título, dirigido por Erik Skjoldbjaerg en 1997. Sin embargo no se trata de un proyecto puramente alimenticio dado que el director de Following estaba interesado en rodarlo y fue él quién proactivamente intentó conseguir la financiación necesaria. Y aunque no encontremos los artilugios narrativos que le han dado fama (y que en gran medida tienen que ver con escapar de lo lineal en la secuencia temporal de los hechos narrados), sí podemos rastrear su mano en el empaque visual de la película, desde las grandes panorámicas iniciales al empleo del montaje que por momentos alcanza cotas demenciales: en el clímax, durante el tiroteo, el número de planos por segundo se desmadra de forma exponencial; también es curioso como lo emplea en la fatídica persecución que dará pie al gran dilema del protagonista, alternando la vista subjetiva en primera persona con otra en tercera persona (casi como apuntando esa dualidad que hace que no tenga claro si sabía realmente o no a quién disparaba); El empleo de planos de ínfima duración, escasos fotogramas (a modo de pensamientos, o recuerdos, fugaces, otro de los rasgos de su estilo) de la víctima poco antes de morir violentamente, y otros más morosos, diríase que deleitándose en el crimen, intercalados durante la conversación que mantiene Will Dormer (Al Pacino) con Walter Finch (Robin Williams) mientras que este último confiesa cómo se produjo el asesinato, sentando las bases de esa improbable relación entre ambos que se sustenta del dilema moral del detective encarnado por un Pacino tan sobreactuado (en su línea; incomensurable en la escena del basurero en la que presiona a la amiga de la víctima) que no nos queda otra opción que creer que realmente lleva días sin dormir; los insertos en la sala de autopsias, o la alternancia entre estos y la cara de Dormer cuando extrae la bala de las vísceras del perro. Otro momento donde Nolan deja notar su presencia detrás de la cámara, alejándose del clasicismo con el que rueda casi todo el film salvo en momentos como los ya comentados es cuando el personaje interpretado por Pacino llega a la comisaría y el insomnio comienza a hacer estragos en su persona, de modo que los sonidos de los objetos se sobredimensionan, y a la vez haciendo hincapié en ellos visualmente de nuevo mediante el empleo de insertos, por no mencionar ya la estupenda escena de la persecución, de angustioso final subacuático con reminiscencias de David Fincher (Tanto de Seven como de The Game).
La turbia conexión que se forma entre asesino y detective (ambos comparten con el otro un oscuro secreto y también esa imposibilidad de conciliar el sueño, inducida a partes iguales por la septentrionalidad de la zona que invita a la permanencia de la luz diurna las veinticuatro horas pero también por una conciencia intranquila) plantea un dilema ético cuya solución es tan sencilla de discernir como complicada de ejecutar si se deja que sea la honestidad quien decida. No es difícil darse cuenta de por qué Christopher Nolan se interesó por el proyecto, un thriller centrado en la investigación de un crimen donde se dan cita algunos elementos argumentales que potencian su singularidad (las principales, ya citadas: el sol de medianoche, la íntima relación que surge entre los antagonistas). El detective Dormer es un personaje ambigüo y carismático, contrapuntuado por Ellie (Hillary Swank), una joven y eficaz policía que le admira. De alguna manera Dormer, incapaz de tomar esa decisión que sabe correcta (declarar que fue él quien mató a su compañero Hap disparándole en la niebla al haberle confundido con el asesino; entre otras cosas porque piensa, aunque realmente no sabe qué pasó por su cabeza en aquel momento, que la cosa no fue tan accidental como parece, pues desde luego tenía motivos para ello), deja su destino en manos de Ellie (induciéndola a indagar a fondo el asesinato de Hap; a este respecto es importante el momento en que la advierte de no tomar decisiones a la ligera sin revisar todo a conciencia, cuando ella trata el informe como un mero trámite, simplemente pensando en que no quiere importunar a su ídolo con una nimiedad). En el otro lado de la balanza se encuentra Finch, el asesino, un escritor interpretado por Robin Williams (diríase que aquel ya lejano 2002 decidió dar un giro a su carrera insuflando vida a personajes turbulentos con sus papeles en Smoochy, Retratos de una obsesión y esta Insomnio), que permanece oculto hasta mediado el film (en este caso los créditos le delatan), del mismo modo que permanecía oculto a la amiga y al novio de la víctima (algo que en un principio podría remitirnos a aquel lejano Twin Peaks, donde la finada Laura Palmer tenía una doble vida insospechada por la mayoría de sus allegados, y donde también un agente externo llegaba para cooperar con las autoridades locales). Así, aunque se suela pasar de puntillas por este hito en la filmografía de Nolan, no es desde luego poca su carga autoral, y su poético desenlace (un insomne que abraza la muerte porque finalmente podrá descansar) da pistas de muchas de las cosas que estarían por llegar en etapas posteriores de su trayectoria.