Recientemente se ha puesto de moda en plataformas como Tiktok, y con ayuda de las inteligencias artificiales, simular películas y personajes con el “estilo de Wes Anderson”. Así pues, el algoritmo nos bombardea con personajes como Harry Potter o Jon Nieve con la estética visual que caracteriza los filmes del director tejano: simetría perfecta, personajes mirando a cámara, cromatismos pastel, etc. Aunque este ejercicio no deja de ser un divertimento para arrancar una sonrisa y devolver al cajón de terabytes de contenido que vamos a olvidar, es fácil que haga perder la perspectiva de que el cine de Anderson es mucho más que dos trucos estéticos.
Es cierto que Wes Anderson se ha convertido en uno de los directores más formalistas del panorama norteamericano. Es evidente que es un director obsesionado con la vertiente visual en sus cintas y, a medida que avanza su filmografía, su estética es más depurada y tanto la narración como los actores parecen estar al servicio de la forma (y no al revés). El nivel de obsesión por el encuadre es tal, que después de trabajar la animación stop-motion en Fantástico señor Fox (2009) e Isla de perros (2018), parece que dirija a sus actores como si se trataran de marionetas. Este purismo a la hora de dirigir actores siguiendo las enseñanzas de Robert Bresson, es decir, usándolos como modelos más que como intérpretes, hace que estos no brillen unos por encima de otros, sino que todo el reparto funcione como un solo ente, como los engranajes de un reloj que es sólo otra parte de la gran máquina que es la película. Por eso se puede permitir rodar películas con un reparto con decenas de estrellas. No hay riesgo de que se opaquen, ninguna va a brillar más que la otra.
El mérito de su último filme, Asteroid City, está en que, como la mayoría de películas de Anderson, le sobra alma y cariño por su historia, a pesar de que la cuente disfrazada con su estilo visual. Asteroid City es la historia de un pueblo donde se realiza una convención científica y donde jóvenes inventores van a presentar sus creaciones acompañados de sus familiares. Precisamente la familia es uno de los temas recurrentes de Wes Anderson y es el núcleo de su última película. En Viaje a Darjeeling (2007) se trataba la relación fraternal o el duelo por la pérdida de un padre o en Fantástico señor Fox (2009) veíamos como la profesión de un padre lo aliena de sus vínculos familiares, en Asteroid City tenemos todos estos temas y muchos más. Además, Anderson usa el recurso, ya habitual en su cine, de la meta-narración. La trama principal de sus últimos filmes sucede siempre narrada por un personaje externo a la historia. En este caso, los acontecimientos que se desarrollan están enmarcados en una obra de teatro y se intercalan con la historia escenas de los actores, el dramaturgo y el director de la misma lidiando con sus problemas. Esta estrategia desvincula, voluntariamente, al espectador de la narración. Con cada nueva capa es más difícil que el espectador empatice con los acontecimientos de la trama. Anderson usa este recurso para facilitar el acercamiento intelectual a sus obras por encima del emocional (que aún así, siempre está presente).
Por su forma llevada al límite, podría parecer que el director no se toma ninguna licencia visual. Trabaja con sus propias normas y es incapaz de romperlas. Pero hay un par de detalles donde el autor se permite jugar y demostrar al espectador que es capaz de salirse de su estilo si la narración lo exige. Ya en uno de los primeros planos de la película, un pequeño correcaminos destroza la simetría perfecta de una carretera que atraviesa el desierto. Este pequeño gag que homenajea los dibujos animados de la Warner nos recuerda que las películas de Wes Anderson son, por encima de todo, comedias. Es cierto que el humor que trabaja el director está en la línea del trabajo visual de sus cintas, es decir, no es para todo el mundo. Se caracteriza por diálogos rápidos y una dosis de absurdo que contrasta con el tono intelectual de sus películas. El ejemplo máximo de este boicot a sus formas lo tenemos en el plano que parte por completo la narración de la película. Sin que se haya anticipado antes, un extraterrestre irrumpe en escena en un plano fijo para robar el pequeño meteorito que da nombre a la ciudad. Este alienígena, a diferencia de los personajes humanos, no obedece las leyes del encuadre del director y sus movimientos (llevados a cabo por un siempre tronchante Jeff Goldblum) son nerviosos y torpes. La escena es hilarante porque la reacción de estupefacción que tienen los personajes es la misma que tiene el espectador. Jason Schwartzman o Scarlett Johansson ven esta aparición como algo que no debería estar allí porque contradice todo en lo que han creído siempre, y la audiencia desde su butaca piensa lo mismo de este plano respecto los 45 minutos de película que ha visto anteriormente.
Asteroid City funciona porque su director conoce sus puntos fuertes y los exprime al máximo y, por lo tanto, como las últimas obras de su filmografía, va a gustar a sus fieles seguidores y los detractores de su cine la van a aborrecer. Todos aquellos que hayan conseguido entrar alguna vez en la cabeza del autor verán Asteroid City como una ciudad en la que uno quiere quedarse a vivir, porque, aunque sus historias y personajes parezcan frías y muy medidas, le sobra todo aquello que les falta a los filtros de Tiktok: el humor, la belleza y el cariño.