No parece fácil decir qué y qué no fue responsabilidad de Yorgos Lanthimos en este primer trabajo, muy cogido con pinzas lo de primero, en el que en realidad figura como codirector junto a Lanis Lazopoulos. Todo apunta a que su parte es más bien poca o ninguna, siendo su interés más bien escaso desde un prisma enfocado en su carrera como realizador, que comenzaría con Kinetta, propiamente hablando, aunque por momentos pueda surgirnos la duda, pues hay que reconocer que ciertos encuadres y composiciones de plano en una línea muy estética podrían identificarse con el realizador de La favorita. Hay también una secuencia en un parque infantil que mezcla niños y videocámaras, con algún plano subjetivo de alguien lanzándose por un tobogán que podría contener el germen de algunas ideas de Canino, pero más allá de eso, hacer cualquier otro tipo de intento adivinatorio sería eso, pura elucubración.
A pesar de ello, O calyteros mou filos no es para nada desdeñable, resultando una cinta bastante simpática que, como su título indica, habla sobre una amistad. El protagonista (el propio Lazopoulos) comienza narrando en off como él (Konstadinos) y Aleko (Antonis Kafetzopoulo) se conocen desde la más tierna infancia y siempre han sido amigos salvo un pequeño periodo de tiempo en el que, curiosamente, Alekos le engañó con su propia mujer, con la de Konstadinos, quiero decir. Esto, en cualquier caso, no lo narra la voz en off, aunque lo iremos descubriendo relativamente rápido, pues al poco de comenzar el film a Konstadinos le ocurre algo similar a lo que le pasaba al protagonista de Drive my Car, o a la de Dos vidas en un instante. Quizá debería recurrir a la erudición y al cine clásico para los paralelismos, pero así funciona mi cabeza y estos son los ejemplos, por otra parte totalmente innecesarios, que me surgen para decir que regresa a casa tras perder un vuelo (en realidad Gwyneth Paltrow perdía un metro), en este caso por cruzarse con una manifestación de calvos (¿Qué es lo que queremos? ¡Pelo! ¿Cuándo lo queremos? ¡Ahora! —sería tentador pensar en Lanthimos como el culpable de esta genialidad surrealista pero Lazopoulos firma el guion en solitario—) ante la que un taxista que parece directamente salido de Mad Max 2 poco o nada puede (ni realmente quiere) hacer, y se encuentra a su mujer en la cama con su mejor amigo, Alekos.
A partir de aquí, el primer tramo de película es un curioso derroche imaginativo en el que el protagonista mezcla el recuerdo del comienzo de su amistad con Alekos en una fiesta de cumpleaños infantil en la que solo estaban ellos dos y en la que se alterna la imagen de los críos con la de ellos adultos en las mismas ropas, con un delirio alucinado en el que imagina que les revela su presencia (algo que no hará en realidad) y resulta asesinado y enterrado con alevosa nocturnidad a manos de ambos traidores. Mientras, algo desencantado, a la caída de la tarde se ve envuelto en una extraña situación que puede dar la sensación de que la película derivará en una especie de Jo, qué noche ateniense, y aunque no es así, la sensación es de continua aventura y descubrimiento, en parte gracias al carisma del dúo protagonista, a una serie de peripecias rocambolescas en lugares de lo más variopintos (saunas, gimnasios, coches de choque, autocines, terapias de grupo) y una colección de personajes extremos tratados de una forma visualmente atractiva, quizá uno de los puntos fuertes de una película en la que el guion da algunos bandazos de modo que los amigos terminan relativizando el engaño y, amparándose en la memoria de los peces a la que se hace referencia en unos curiosos títulos de crédito que transcurren sobre el plano fijo de una pecera a lo largo del tiempo, y en un hecho determinante que involucra a sus respectivas mujeres (la una con la otra, y viceversa, concretamente), deciden que lo importante es la amistad.